Relato número 73 - BALSAMAS
En el Nuevo Mundo mucho de la anterior civilización fue dejado atrás en varios aspectos, cada individuo tenía su propia visión de la civilización, no perfecta, sino lejana a viejos vicios y lista para abrazar nuevas fortunas, para algunos de los sobrevivientes fue una oportunidad única para realzarse y encontrar su verdadero lugar en la tierra, al menos así lo veía Balsamas.
En una de las Baronías que surgieron desde la guerra entre Probadores y la Gente Libre vivía Balsamas, era uno de los pobladores más importante, temido y también ignorado, pero nada de eso opacaba el amor por su trabajo.
-Entrega para Balsamas se escucho gritar desde afuera de su choza, el grito siempre era el mismo, el único grito que escuchaba fuera de él de los condenados, le causaba un regocijo y al mismo tiempo nervios como si fuera su primera vez.
Cuando abrió la puerta hecha de madera de durmientes del ferrocarril la encontró encadenada y muy golpeada, uno de sus ojos estaba cerrado por completo mientras que el otro le dedicaba una mirada retadora penetrante, eso llamo su atención; normalmente los condenados no se atrevían a mirarlo, solo suplicaban mirando la tierra, también llamo su atención el colgante que llevaba en su cuello y el nombre que había en él. La tomo de la cadena que unía sus muñecas y la hizo entrar.
La choza de Balsamas era muy amplia y cada lugar estaba bien aprovechado la primera sala era su hogar, tenía una cama hecha de cajones de madera y sobre ellos bolsas llena de telas despedazadas pertenecientes a otra época, sobre ella había algunas pieles y unos pedazos de cuero curtido se servían de abrigo para épocas mas frías, aunque en Nuevo Mundo las mayoría de las estaciones eran de extremo calor, pero servían para abrigarse en sus viajes al sur en busca de metales y maderas, allí el clima era distinto, como si alguien soplara desde la montaña y su aliento fuera tan frio y seco como la muerte, aunque no lo confesara, le daba un miedo tétrico el sur, todos sabían que algo se estaba gestando en esas tierras, lejos de las Baronías.
Balsamas era un tipo alto y robusto, debía pesar noventa kilos o mas entre grasa y músculos que genero desde el debacle del mundo antiguo, tenía una calva incipiente siempre brillosa a causa del sudor y su edad era indefinida, en la baronía no hablaban mucho de él pero siempre estaba presente en los cuentos que asustan a los niños o en las charlas de los adolecentes, esas que tenían a escondidas de los oídos de los adultos, en esos cuentos Balsamas tenía más de cien años, y si hacías algo malo, el siempre te encontraba, y te castigaba. La arrastro pasando su improvisada chimenea de piedra con su fuego prendido y una olla sobre él, su lavado lleno de trastes sucios, su mesa de mármol autentico, regalo de la comunidad por encargarse de la tediosa y necesaria tarea de castigar a sus pecadores y a aquellos que no respetan el Nuevo Mundo y las leyes de la Baronía. A él no le importaba esas leyes y nunca se puso a pensar si eran justas o no, simplemente disfrutaba de su papel, un verdugo moderno para un mundo nuevo que no quiere cometer los mismos errores que lo llevaron a un paso de la extinción de la raza humana.
La segunda habitación que estaba separada de la primera por una cortina de plástico grueso era donde empezaba su trabajo y era el único momento donde el condenado podía ser escuchado, según las leyes si Balsamas entendía que el error, pecado o delito no merecía castigo era perdonado o desterrado, según la segunda decisión del comité de la Baronía, pero ese comité nunca tuvo que enfrentar una decisión de ese tipo, Balsamas escuchaba, solo porque tenía que hacerlo, a veces lo disfrutaba, era una ventana a la sociedad de la cual estaba aislado casi por completo, por razones obvias, era el verdugo de la Baronía y punto.
La sentó en una silla de metal y cuero resquebrajado, en otro tiempo debería haber pertenecido a alguna barbería, es el tipo de cosas que se consiguen en el sur, si uno tiene algo para dar a cambio. Le saco las cadenas con una llave que guardaba en un estante sobre una pila de escombros que había en el rincón y ato sus manos con una cuerda fabricada por él, era de paja, raíces y alambre de púas, en cuanto el alambre se clavo y empezó a desgarrar la piel la mujer grito, siempre gritan, y generalmente en el proceso de preparado, se orinan y hasta se defecan encima. Balsamas tomo otra caja que estaba en el mismo estante y extrajo una tenaza y un bisturí.
-Cuenta porque estás aquí, si resultas culpable de delito contra la Baronía de Mundo Nuevo, te cercenaré la lengua y te preparare para cumplir tu condena- sentencio Balsamas sin mirarla buscando en otro cajón el resto de sus elementos de preparación, una caja con cerillas, aguja e hilo y una botella de whisky.
La mujer trago saliva, bajo su mirada del techo y apretando los dientes dijo.
-Engañe al hombre que amo, no por deseo, no por venganza, solo porque es mi naturaleza, no puedo ser de un solo hombre aunque lo ame, mi necesidad constante es confortar a la gente y que la gente me conforte, creí poder satisfacer esa necesidad esa naturaleza con mi hombre, pero poco a poco volvió a perseguirme ese sentimiento esa sensación de ver a todos como una posibilidad de goze, era cuestión de tiempo para que supere mi juicio y olvide las promesas y las obligaciones que decidí tomar. Mi esposo me abandono hace dos semanas y yo estuve vagando esperando que me encuentran para enjuiciarme, no puedo pedir mi inocencia o mi absolución de pecado, solo puedo esperar que esto pase lo más rápido posible y así caer en el sueño eterno rogando que los sabios errantes que lo pueblan dejen descansar mi alma.
-Si en el mas allá son justos, no lo harán, pero mi trabajo es en este mundo y no será rápido porque una mujer que daña por naturaleza merece solo una cosa, irse de este mundo lentamente y con mucho dolor en su alma y en su cuerpo- esas palabras de Balsamas hicieron que la mujer vuelva a tragar saliva y se preparase para lo que venía.
Tomo la tenaza y, abriendo su boca con un tope de madera, apretó y extrajo su lengua, la mujer presiono su mandíbula tan fuerte que sus dientes saltaron y con ellos los primeros vestigios de sangre, el tope se movió hasta volver a calzarse, esta vez sobre sus encías lastimadas, ahora despojadas de algunos dientes. Cuando la lengua estaba tirante, tomo el bisturí y la corto de cuajo, es bisturí era viejo y con muchos cortes encima, así q la tarea no era tan rápida, demoraba como si se estuviera cortando un trozo de carne duro con un cuchillo para untar manteca. Los gritos de dolor ahogados en sangre eran bestiales, pero ya pasarían, sin la lengua que ayudaba a exteriorizar esos llantos, los gritos se transformaban en quejidos casi sordos.
La mujer tenía la mirada fija en los ojos vacios de Balsamas, esperando el próximo movimiento, esperando que esto termine, pero no terminaría, al menos no pronto, sabía que le esperaba.
Coloco la lengua en una bandeja sobre una mesa pequeña que tenia a la derecha de la silla, donde prolijamente había colocado sus instrumentos previamente, tomo la caja de cerillas, encendió una y la acerco a la boca de la mujer con intención de cauterizar la lengua que estaba emanando cataratas de sangre pero la misma respiración de la mujer apago la cerilla. Balsamas se levanto y fue hasta la chimenea, en la olla que colgaba sobre el fuego tenía un removedor, un especie de cucharon sopero de metal con el mango de madera, lo saco y lo apoyo sobre las brazas del fuego, el tiempo suficiente como para acomodar los trastos sucios que tenia sobre el lavado cerca de su cama, volvió a tomarlo y se dirigió corriendo la cortina de plástico a la segunda habitación.
Allí estaba ella, inmóvil, desmayada por el dolor, o la pérdida de sangre, pensó él, no importaba, despertaría de inmediato al sentir el hierro caliente en su herida.
Cuando se acerco lo suficiente, ella asomo sus manos detrás de su espalda y apretó los genitales de Balsamas hasta que este cayó al piso, tenía sus muñecas desgarradas por el alambre de las ataduras, le colgaba trozos de piel y de carne en ellas. Ahora los gritos de dolor eran de Balsamas que luchaba por ponerse en pie, la mujer quiso pasar las cortinas de plástico pero allí era donde había caído la mole calva y era allí donde peleaba para recuperar la verticalidad, entonces se vio forzada a pasar por la otra puerta, la que estaba a espaldas de la silla de tortura, corrió la enorme traba y la abrió.
La puerta dio lugar a una escalera que llevaba a un especie de altillo, una ventana- pensó, y subió corriendo. Había ventanas, muchas, pero todas estaban enrejadas con vigas de hierro fuertemente soldadas, el altillo era el lugar donde se cumplían las condenas.
El olor a descomposición era nauseabundo, había jaulas, como en las perreras del mundo antiguo, dos hileras, seis de cada lado, dos de ellas estaban ocupadas, en una había un hombre que ella reconocía, un vecino con el que ella se había acostado, lo descubrieron robando y lo habían sentenciado. Estaba desnudo, tenía sus manos amputadas, sus parpados cocidos y al escuchar sus quejidos dedujo que también le faltaba la lengua, se acerco lentamente a él, casi olvidándose de su escape y de Balsamas que parecía ausente en ese momento, vio dos baldes en la jaula, y lo peor vio que en uno, destinado a la comida, estaba lleno de lenguas, ojos y orejas podridas y el otro con orina, entendió que los mantenía vivos solo para que su muerte sea más desagradable, se alejo trastabillando y cayo contra la jaula que enfrentaba a esta, en ella solo había un cuerpo descomponiéndose, lleno de gusanos y moscas, le faltaban los pies y un brazo, Balsamas lo estaba desmembrando de a poco para alimentar a los demás sentenciados.
No puede ser!- pensó- pero no único que salió de su boca fue un quejido y un vomito lleno de sangre, una muela que se termino de desprender y un liquido amarillo.
Sus muñecas emanaban un calor intolerable como si estuvieran quemándose desde adentro hacia afuera, las miro, vio como colgaban carne y piel de ellas y empezaron a caerle las lagrimas de sus ojos cuando vio a Balsamas al pie de la escalera.
-Hubiera sido todo más fácil si me dejabas trabajar, hace mucho que me dedico a esto y lo hago muy bien, pero tu improvisación cambia todo mis planes, pensaba insertarte un consolador con puntas de clavos oxidados que fabrique para este tipo de delitos y dejarte en una de estas jaulas, realmente quería usarlo y ver cómo funciona, no había tenido la oportunidad hasta ahora, mi calculo era que morirías desangrada o de una infección de dos a cuatro días, pero esto cambia el plan de mi sentencia.
Balsamas desvistió a la mujer, quemo sus heridas, pero esta vez decidió usar un soplete a gas, no le gustaba mucho usarlo porque era difícil conseguir gas y prefería usarlo para soldar, pero esta ocasión lo ameritaba, quemo sus brazos y lengua, prácticamente quemo toda su boca, borrando sus labios y encías dejando solo una yaga con un orificio en el medio, y la encerró en la jaula donde estaba el cuerpo putrefacto y con un solo balde.
-Decidí que podías compartir la jaula con este hombre, su delito fue algo peculiar y de fácil sentencia, intento suicidarse abriéndose las venas, el comité de la Baronía considera que eso es ir contra las leyes de Dios y me lo encomendó, cuando lo estaba preparando y tuvo su oportunidad de hablar solo me dijo que anhelaba la muerte desde que su mujer lo había engañado y que no iba a poner ninguna resistencia al castigo, así que no lo prepare, solo lo encerré y volví a abrir sus heridas en las muñecas, murió desangrado casi al instante hace dos semanas atrás, me dijo que el nombre de su mujer era Amelia, el mismo nombre que sentencia tu colgante. Bebe tu propia orina y aliméntate de tu esposo putrefacto hasta que mueras.
Balsamas comenzó a retirarse mientras que Amelia intentaba balbucear algo agitando los barrotes de la jaula pidiendo desesperadamente, con gestos, que al menos le cosa los ojos para no verlo, para no ver a su marido, pero la puerta se cerro.