Relato 91 - “El pasillo”

 

Cuando abro los ojos estoy en mitad de un largo y recto pasaje de apenas cuatro metros de alto y tres de ancho. La única iluminación es la luz mortecina de los halógenos que cada treinta metros va creando fluorescencias entre las sombras. Tras un instante oteando ambos lados da la impresión de que se extiende interminablemente en línea recta, caigo en la cuenta de que no se escucha ningún sonido. Es extraño que no se escuchen ruidos ni siquiera hayan ventanas. Seguramente se trate de un túnel subterráneo, no sé la razón, pero lo pienso. No hay cuadros ni mueble alguno, no hay cables ni objetos, no hay salientes en el techo ni muescas en las paredes lisas: Sólo estoy yo en el pasillo.

 

Tras un instante de dudas camino hacia una dirección; no importa si izquierda o derecha, pues no hay indicios de la ubicación de la salida. Sólo entonces se me ocurre vocear por si alguien pudiera escucharme, pero tras intentarlo sólo silencio, nada. Continúo caminando en línea recta y cuanto más camino más interminable se vuelve. Los filtros de luces y sombras se prolongan hasta donde la vista alcanza.

 

Tras haber perdido la noción del tiempo y después de varios kilómetros siento que alguien me ha seguido, por lo que me giro bruscamente esperando encontrar a mi perseguidor, pero no hay nadie. No obstante, como la presa, siento ser el blanco de un predador acechante dispuesto a saltar sobre mí en cualquier momento. Miro a un lado y a otro con rapidez… Está ahí, lo sé, pero no aparece. Me recuesto sobre una de las paredes y me derrumbo mientras continúo vigilando los flancos. Pero no actúa. Quizás espere que caiga dormido para atacarme, pero eso no pasará porque el desconcierto de la situación en la que me encuentro ha mermado por completo las ganas de cabecear.

 

Me levanto y salgo a la carrera para intentar dejarle atrás pero, enfrente mío en la distancia, puedo ver que algo se mueve entre los focos de luz lejanos. Disminuyo la velocidad hasta detenerme a unos sesenta metros de la persona que ha hecho lo mismo y, al igual que yo, observa con curiosidad. Ambos caminamos con cautela hasta encontrarnos y, tras un breve cuestionario, llegamos a la conclusión de que hemos sido víctimas de la misma broma macabra, por lo que continuamos el camino… Izquierda o derecha, no importa porque ambos hemos hecho lo mismo: seguir una única dirección.

 

Por la conversación que entablamos sabemos que ambos somos de la misma ciudad y tenemos la misma profesión. Es una persona briosa y muestra claros indicios de estar perturbado por la situación en la que nos encontramos. Dice que matará a quienes nos han metido en ese corredor y yo río forzosamente. Continúa hablando pero no le presto mucha atención pues caigo en la cuenta de que por lo menos debe haber un par de salidas, de lo contrario no podrían habernos introducido allí. Sólo es cuestión de tiempo hasta encontrar alguna. Tras revelárselo, él alega que acaba de pensar lo mismo, por lo que continuamos con ánimo revitalizado para salir del silo.

 

Charlamos y bromeamos en lo tórrido de aquella situación. Las bromas nos tranquilizan hasta que el sueño nos alcanza y así nos dormimos en el suelo.

 

Al despertar me doy la vuelta, miro a uno y otro lado, pero él ya no está.

Sólo estoy yo en el pasillo.

 

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