Relato 83- El Ascensor

 EL ASCENSOR

 

El Chrysler Inn no es el mejor ni el más grande ni el más céntrico hotel de Ciudad Capital, no puede presumir de abundante lujo; sólo dos estrellas honran su reputación. Aún estaba oscura esa fría madrugada de junio. El edificio estaría desierto a no ser por el rollizo hombre de recepción.

 

Ella estaba a punto de ingresar cuando un apuesto hombre llegó trotando. El tipo sostuvo la puerta levantando el brazo y apoyando la palma de la mano abierta, ejerciendo presión para que la puerta de vidrio no se vuelva. La mujer le miró, dándose vuelta de manera turbada; al verle suspiró, pero, sin sentimiento alguno.

 

- Disculpe, señorita… -dijo el tipo sonando tontamente tímido.

 

Ella ingresó normalmente, sin dirigirle la palabra al sujeto.

 

El recepcionista deambulaba por el pasillo del hall.

 

Al pasar por la mesa de entrada, la mujer, tomó el periódico y siguió de largo hacía su habitación, presumiblemente, a descansar; luego de una larga farra cualquiera terminaría abatido a esa hora, sumando varias copas de más encima. Todo normal y bonito, lo único extraño era que una mujer tan guapa vuelva sola...

 

El matutino rezaba en su titulo: NUEVA VIOLACIÓN EN LA CIUDAD,  y más abajo: SE SOSPECHA QUE PUEDE TRATARSE DEL MISMO VIOLADOR DE CASOS ANTERIORES, YA QUE EL MODUS OPERANDI ES PRÁCTICAMENTE EL MISMO A OTROS DENUNCIADOS.

 

Cuando la hermosa mujer de cabellos rojizos llamó al ascensor, se percató de que ese tipo que vio en la entrada al edificio hacía lo mismo con el ascensor contiguo. Pronto bajó uno de los aparatos; al ver que el otro no respondía, el hombre, apresurándose, se montó junto a ella.

 

-Ak último piso… -dijo amablemente- Gracias, señorita…

 

- Ah ¡qué casualidad!, yo también -contestó ella tan simpática que rozó el sarcasmo.

 

La mujer manipuló los controles de la máquina. El ascensor empezó a subir.

 

El tipo sudaba sobremanera, y se puso rojo como un tomate. Su cuerpo tiritaba; para evitarlo se movía constantemente de un lado a otro, de un paso a otro.

 

El ascensor teórica y científicamente debería haber llegado en seguida, o por lo menos, no debería haber tardado tanto.

 

- Lo noto nervioso, ¿se encuentra bien?

 

- La verdad, no sé qué tan bien pueda estar hoy.

 

- No me diga que le asustan los ascensores, hombre.

 

- Qué… ¿ésta cosa? No…, para nada.

 

- Su cara no dice lo mismo…

De repente, retumbó un intenso ruido que chirriaba taladrando oídos, el tipo cayó de rodillas tratando de tapar el sonido con sus manos. El ascensor se sacudió tirándolos al piso; los cuerpos sonaron como bolsas de papas que, pesadamente, caen. El hombre sufrió algunas escoriaciones y edemas internos. La luz se había ido, antes titiló hasta que los focos explotaron. Los cables del ascensor se trabaron a pocos centímetros de la parte inferior de la puerta; una angostísima ranura evidenciada por un hilo la luz entraba hacia adentro.

 

El tipo respiraba entrecortadamente, y se le escapó un grito al leer la tapa del periódico deshojado.

 

- ¿Está bien, señor? -preguntó la mujer- ¿Está usted bien?… Parece que estamos a pocos metros de la puerta. Sólo nos queda esperar ayuda... ¿Tiene teléfono móvil? Porque yo no… Oiga, ¿se encuentra bien?

 

El tipo sólo gemía, yacía acurrucado en la oscuridad de un rincón con las manos temblorosas. La voz de la mujer se distorsionaba a medida que trascurrían sus palabras. Y cuando ella se le acercó, él pudo apreciar un horrible rostro anciano en un pantallazo psicótico. Instintivamente se puso de pie, echándose hacia atrás, contra las paredes del ascensor, tanteando los bordes.

 

Empezó a ver flashes instantáneos: Cuando se hacía visible la escena, ya no veía a esa hermosa mujer pelirroja sino a una horrenda cosa deforme que se movía como en cámara lenta, producto de la interactividad entre el relampagueo de las luces artificiales y la densa oscuridad. El tipo cayó de rodillas, de manera involuntaria, presa de un temor de pesadilla que iba en aumento.

 

- ¿Se encuentra bien, señor? -insistió la pelirroja con su dulce voz.

 

El tipo había comenzado a gimotear como un infante.

 

- ¡Por favor! No -dijo entrecortadamente.

 

- ¿Qué le sucede, señor?, ¿todo está bien?

 

- Por favor, por favor…

 

- ¿Qué le sucede…? -la dulce voz femenina, otra vez, cambiaba gradualmente hasta llegar a un sonido estéreo: agudo y grave en simultáneo- ¿Por qué es tan cobarde, señor? ¿Sabe lo que les pasa a los cobardes? ¿Usted sabe, acaso, cómo acaban ellos?

 

- No… por… por fa… por favor…

 

- ¿Por qué tantos mocos, señor?… ¿Estás asustado, patético?. No sabía qué tan cobarde podías llegar a ser, cabronazo de mierda. No vales ni una puta mierda… No eres ninguna lotería…

 

- Po po po… por fa… por fav… or…

 

De la nada, de golpe, se encendieron unas densas llamas alrededor del habitáculo, dándole una singular iluminación. Un grito de espanto salió desde la boca del tipo. La pelirroja ya no estaba allí, en cambio, un horrible ser se hallaba parado junto a él. Al verlo, gesticuló horriblemente: la cara se le contrajo en si misma, luego abrió los ojos tan grande que parecían escapársele de las cuencas. Observó a ese horrible y tétrico anciano. No era humano; su cara tenía tantas arrugas, pero tantas, que era imposible que lo fuera. Sin embargo, sus facciones sí eran humanas: una prominente nariz aguileña, quijada en punta. Un rostro pálido con pequeños ojos de amarillenta esclerótica, iris escarlata y pupilas blancas.

 

El tipo estuvo a punto de desmayarse, pero había una fuerza que le impedía sucumbir a sus horribles emociones. Quedó agazapado, sin movimiento más que el temblor de su cuerpo que repercutía en sus extremidades…

 

- Qué rostro más patético, -dijo el extraño de inédita vestimenta. Su voz era carrasposa, grácil e irónica- pareces un estúpido niño llorón… ¡Qué vergüenza!

 

-Po po po…  porfaaa…

 

El ascensor empezó a descender. El tipo parece haber sentido un gran tirón, el chupón de la caída libre, en el centro de su pecho; gritó desesperadamente mientras golpeaba con los puños a los lados del elevador. Cuando faltaban pocos centímetros para el impacto contra el suelo, el aparato se detuvo; entonces se abrieron las puertas automáticas.

 

Cuando sonó el pitido, señal de que el ascensor había llegado a destino, el tipo acababa de morir. Su cuerpo fue sacudido con intensidad, tanto como para reventarle algunos órganos internos y, como cereza del postre, desnucarle en tremendo declive. Fue desgarrado internamente de manera paulatina; la agónica antesala de su muerte fue terrible, una eternidad atrapada en pocos segundos del tiempo cotidiano. Habían subido tres pisos, pero el tiempo en caída no parece haber sido tan corto. El cuerpo quedó en horrible posición, como dispuesto de tal forma para causar miedo a propósito. La sangre que escapaba de sus labios era espesa y oscura. Y, en su última expresión, los ojos mostraron un pánico tan intenso como perpetuo. Su alma, por alguna razón, sin dudas, bajó al infierno…

 

La mujer salió a gatas. El tipo quedó desparramado dentro del aparato que cerró sus puertas a los pocos segundos. El recepcionista, al ver tal cuadro, corrió hasta el preciso lugar, colocándose los anteojos en el camino.

 

- Señorita… señorita, espere por favor… ¿Qué ha sucedido?

 

El hombre emitió un ahogado grito y miró a sus lados con temor; se quitó los anteojos y se los volvió a colocar; quedó tildado por un largo momento. Finalmente corrió hasta el ascensor, la mujer ya no estaba ahí, volvió a quitarse los anteojos. El recepcionista del hotel tocó varias veces el botón para que la máquina bajase; cuando la puerta estuvo a punto de abrirse,  se armó de fuerzas para corroborar lo que ya imaginaba, aunque por dentro rogaba que todo se haya tratado de una mala jugada de su mala vista.

 

El tipo no salía de su asombro, jamás había visto una persona muerta, y menos así.

 

De repente, la pelirroja, apareció por detrás. Estaba lastimada. Tenía excoriaciones en la frente y codos, manchas de sangre en su camisa blanca que había perdido casi todos los botones.

 

-Déjeme ayudarla… -dijo el recepcionista, y se acercó al ver que ésta se desvanecía.

Pasaron varios minutos. La ambulancia no llegó pronto, la policía… tampoco.

 

Un detective se acercó a la pelirroja, mientras le hacían las curaciones pertinentes.

 

La mujer parecía perturbada, temblaba al contar lo que había sucedido dentro del ascensor, durante el desperfecto del aparato.

 

“El tipo estaba como en transe…, parecía drogado… alcoholizado… no sé. Sus ojos se le iban hacia arriba y pestañaba muy brusco. Emitía sonidos espantosos… y… y luego… luego, se abalanzó sobre mi y empezó a… manosearme… El… el muy desgraciado estuvo a punto de violarme, entonces fue que sentí al ascensor cayendo. De inmediato- prosiguió tras sonarse la nariz- me puse en pie y apoyé la espalda en un vértice, luego abrí los brazos y las piernas para sujetarme con firmeza. Me he golpeado un poco pero estoy bien, sólo un poco asustada aún… Discúlpenme, eso es todo…

 

Una mujer prácticamente ilesa luego de una caída terrible. Un tipo devenido a un saco de huesos por el mismo motivo. Sin dudas, la suerte jugó a dos puntas bien definidas en este caso.

 

El recepcionista apenas se enteró del asunto, ni siquiera había visto entrar a esas personas, mucho menos pudo escuchar ni gritos ni desperfectos eléctricos provenientes del ascensor; seguramente, pensaron los investigadores, esa  disminución en sus sentidos iban inertes a su avanzada edad.

 

 

Lo incierto siempre parte de premisas de algo real. Lo cierto llega hasta donde acaba lo real… Fue un caso bastante extraño el del ascensor del Chrysler Inn.

 

 

 

 

             FIN.-                                                                                                 

 

 

           Para la Espi, que no es pelirroja.

 

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