Relato 77 - Una bala en la recámara

Una bala en la recámara

 

Yo soy la bala en la recámara

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—Ni siquiera intentes explicarlo. Maldita zorra, eres como todos los demás. Como todos ellos. Pensé que. Pero. Debí imaginarlo desde el principio, todos me lo decían. No es lo que parece, no lo es. Y no lo eras, maldita perra. Lo único que quieres es mi fama, mi dinero, mi.

—Estás enfermo, ¿sabes? Soy más famosa que tú, y conozco a más gente que tú. No lo entiendes y nunca lo harás. Voy a dejarte el mismo día de San Valentín. Que triste, ¿no? No me da ninguna pena. Ja, ja, ja, nunca me diste pena, hasta hoy. Estás cayendo más de lo que pensé, y ¿sabes qué? Tampoco me sorprende. Siempre fuiste un m.

—¿Minusválido? ¿Eso ibas a decir? Zorra inmunda, prostituta barata de.

—¿De qué? ¡Minusválido! Pero no por tus piernas, no. Tienes poco cerebro. Muy poco. Ahora que lo tengo bien claro, me largo. Quédate con tu éxito, y disfrútalo, que pronto se acabará…

—No sabes con quién hablas, no lo sabes bien.

—¿Qué haces? Guarda eso niño, guarda eso. ¿Papi te ha dejado el juguete? No seas niñato y guarda el arma. Si no sabes usar esas cosas… No me vengas con. Me estás empezando a dar miedo. ¡Deja de apuntarme con eso!

—¿Ahora me hablas de miedo? Perra inmunda, ojala te pudras en el infierno. —Ella comenzó a reírse, cada vez más fuerte —¿No me respetas ni con un arma en la mano?¿Por qué te ríes? ¿Eh? ¿Por qué te ríes ahora?

—No puedo evitarlo, lo siento. No puedo. ¡Sé que no vas a poder! Lo siento. Anda, pone bien las prótesis que te vas a caer cuando eches para atrás con el retroceso. Si es que. No puedo parar. Ja, ja, ja. —Las carcajadas no paraban de retumbar en la sala.

—Basta ya. ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿Te das cuenta que voy a? ¿Cómo he podido aguantarte tanto tiempo? Si es que ni vales la pena, si es que.

—Ja ja ja. Ya lo sabía, si ni siquiera tienes valor para bajar el arma mientras hablas. Estás enfermo chico, necesitas ayuda sicológica y pronto. No. No sabes nada de mí y mejor así. Mira, dejémoslo aquí. Baja el arma que te puedes hacer daño jovencito. Es verdad, ya aproveché bastante de tu momento de gloria y ahora que empiezas a decaer, ¿pues que quieres que te diga? No vales ni para tenerte pena. No es nada personal. Es como tenía que ser. ¿Por qué no lo dejas estar? Fue lo que fue y ya está. No compliques más las cosas. Por cierto ¿Tienes licencia para esa cosa? Si es que no te queda nada bien y te tiembla la mano… Creo que no la has usado nunca. ¿Por qué no te haces ver? En serio. Lo digo por tu bien.

 

El disparo la dejó sorda del lado izquierdo y la bala fue a alojarse en el muro detrás de ella, le traspasó el brazo.

 

—Vale. Vale. ¡Cálmate, cálmate! —dijo la joven mientras se tiraba al suelo gritando y se tapaba la herida que sangraba a borbotones. Él la mirada poseído. —Vale, cálmate. No. Espera. No quise. Oye, todo esto. Mira…

—Tenían razón, ya te lo he dicho. Tenían razón y me lo has confirmado. No sé por qué sigo contigo. No lo sé. Y lo que ahora no sé es por qué sigues viva. No lo sé y no lo entiendo. Quiero que mueras, quiero que desaparezcas. Sin ti voy a ser otra vez el gran campeón. El campeón mundial, al que nadie puede alcanzar, el que ha superado sus hándicaps, el que los ha superado a todos y se les ríe en la cara. El que te va a matar en este mismo…

 

—¡No! ¡No! Espera, ¡no! Oscar. ¡No!

 

Bang. El disparo fue directo a la frente, entre los ojos. Luego otro hubo más. El humo saliendo del cañón parecía llevarse las palabras y el alma de la modelo. Él ni se inmutó. Estaba concentrado en la víctima, en el arma. En por qué todo había acabado así. Se convenció de que era cierto que ella lo había provocado. Que no había otra manera de hacerlo y que nada tenía que ver lo que él pudiera haber intentado hacer o dejar de hacer. El destino estaba marcado como lo había estado desde que nació sin pies, como lo había estado cuando ganó sus medallas de oro y se transformó en un ídolo mundial, un ejemplo para muchos deportistas, para todos los discapacitados. Ella era la culpable y no había otra explicación. Después de unos minutos, se agachó para cerrarle los ojos.

 

—Descansa en paz —dijo, y se fue a dormir a su otra casa.

 

A la mañana siguiente, cuando encontraron el cuerpo, todo fue completamente distinto a lo que él había supuesto. Nadie creyó que hubiera sido un ladrón, nadie lo defendió como a un ídolo de masas. A ninguno le molestó que lo arrestaran y lo llevaran a plena luz del día esposado. «¿En qué mundo vivimos?», pensó. Lloró indefenso. «El mundo es injusto al oír los cargos. El mundo es más ingrato de lo que yo pensaba» se dijo. Todos en la sala creyeron que lloraba porque estaba arrepentido. Eso hizo que volviera a llorar con más fuerza. Había vivido toda su vida en un mundo diferente, iba ser difícil despertar.

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