Relato 24 - El infierno en la tierra

 

Huésped

Ella está agotada. Ha terminado su jornada de trabajo en el supermercado y él, vendrá a cenar como todos los viernes. Mientras deja las bolsas de la compra sobre la encimera de madera que separa la cocina del comedor, oye el pestillo de la puerta principal y el tintineo de unas llaves.

Cariño, soy yo ─ le dice al verla descargar las bolsas.

Hoy has llegado muy pronto ─ comenta la mujer.

La sonrisa de aquella mujer rubia y de ojos castaños le fulmina el corazón. Con un impulso apasionado, él se lanza a los labios de ella, jugosos, tiernos. El calor de su ser femenino le excita. Comienza a ascender su mano por los pechos de ella. Los nota duros y tersos, mientras escucha un gemido agudo de placer, lento y gratificante.

Aunque la cena se echó a perder, después de haber consumado su amor, toman un par de copas de vino y un pequeño aperitivo que él saber hacer mejor que ella.

Desnudo a su lado y envuelto entre sus brazos, su respiración la hipnotiza, también, quedándose ella dormida, sin ninguna prenda puesta.

Al día siguiente, él la lleva en su coche hasta el supermercado y ella nota cierta envidia en su propia compañera de trabajo, una mujer gorda y de ojos claros como los de su novio. Su pelo siempre estaba bien arreglado como de peluquería y esta vez le mostró una extraña mirada cuando él la volvió a besar. Sintió remordimientos más que justificados. Se despidió de él y se acercó hacia ella.

No se nos permite relacionarnos íntimamente con los humanos ─ sentenció su compañera ─. Son vulnerables.

Lo sé. Me está costando mucho describirlo en mi informe.

Ahora, vuelve a tu puesto ─ ordenó refiriéndose a la caja registradora donde ya temprano los clientes esperaban ansiosos a que la persiana se elevase, como si fuera el fin del mundo.

 

Era sábado por la tarde, la persiana del supermercado se cerró tras ella y el coche de su novio la esperaba justo enfrente, al otro lado de la acera. Su jefe, la mujer gorda, la miró con indignación.

Estamos aquí para informar, nada más ─ argumentó con disciplinada autoridad, a la cuál, la tenía bastante acostumbrada.

Sí, señor ─ le respondió la mujer ─ señor, ¿puedo preguntarle porque eligió ese cuerpo?

Su jefe, se avergonzó. A pesar de su apariencia ella sabía quién era en realidad.

No tuve elección ─ le soltó la mujer gorda.

Yo tampoco. Y, con todos mis respetos, señor, solo me limito a informar a nuestros superiores ─ le reprochó, al tiempo que se percataba de la llegada de su novio.

La mujer gorda la agarró por el brazo y le susurró al oído.

No olvides el objetivo ─ le ordenó, mientras ella se soltaba con fuerza del brazo al tiempo que el jefe se alejaba con una expresión fría en su rostro.

¿Qué le ocurre? ─ le preguntó el joven cuando finalmente alcanzó a la joven.

Nada.

Mis amigos nos están esperando.

Matt, tienes que saber que no soy una mujer corriente.

Por eso te quiero.

Escúchame. Tengo que contarte un secreto.

¿Qué quieres decir? ─ preguntó asustado.

Ellos están aquí.

Otra vez no, por favor. Te he dicho mil veces que no es normal que hables de esas cosas.

Él la rodeó con sus brazos y la acompañó hasta el coche. Todos le parecían sospechosos, desde el anciano sentado en el banco, hasta las palomas y los árboles. Pero para ella el más peligroso era su pat.

Matt la ayudó a entrar. Después cerró la puerta y rodeó el coche hasta el asiento del conductor. Cuando el hombre se sentó al volante, encendió el motor y preguntó:

¿Qué ha sucedido esta vez?

El sol me ha hecho daño.

¿El sol?

Sus rayos duelen en mis ojos.

No te preocupes ─ dijo sacando unas gafas de sol de la guantera.

Eso no es suficiente.

Sé que voy a lamentarlo pero te lo preguntaré: ¿por qué?

Primero los ojos, después será mi piel y…. ─ la expresión de Matt era de incredulidad.

─… vendrán otros, otros como yo. La tierra ya no será segura para vosotros.

Cariño no estás bien.

Matt, tienes que escucharme, yo no soy la mujer que tú conociste.

Dime, ¿pueden hacer lo mismo que tú? ─ la miró con mofa, se conocía muy bien la sarta de mentiras que había tenido que soportar hacía unos meses atrás.

Sí. Los rayos del sol de láctea nos cargan de fotones que nos proporcionará la capacidad de mutar.

No me refería a eso ─ dijo seriamente ─. Digo si pueden hacer lo mismo que has hecho tú ─ lo miró desconcertada ─. Amarme tanto como te amo yo. Vamos cariño, hay un amigo mío que desea conocerte.

 

Dos años después

Ally Thomson es una ama de casa abnegada en sus tareas. Detesta que la interrumpan por minucias como una llamada de teléfono para participar en una estúpida encuesta a cambio de nada o por el sonido del timbre de la puerta para robarle su valioso tiempo en atender a una colgada intentando sin lograrlo, que se una al club de socios de tal o cual ONG. Ally Thomson, no vive sola. Cuida de su precioso jardín trasero y mantiene su casa en perfecta alineación estructural. Y por su puesto, Ally Thomson no es su verdadera identidad.

La mañana soleada del 23 de Junio, Ally sale de su casa, protegida por sus gafas de sol, acompañada del foxterrier de su marido Matt. Ama y perro no se llevan muy bien pero se toleran. Tras cruzar la segunda manzana a la derecha, Bobby comienza a ladrarle a un arbusto frenéticamente. Sus ladridos aclaman la atención de sus vecinos, llegando a formarse hasta un pequeño grupo de curiosos. Pero lo que no saben es que están a punto de morir todos y cada uno de ellos, incluido Bobby. El corro de los congregados sigue mirando el arbusto y justo delante del mismo, un cansino perro comienza a lloriquear, con ese sonido característico propio de los mamíferos. Después, un lento y largo gemido de dolor. Aunque Ally no puede alcanzar a ver lo que está sucediendo debido a la barrera humana, no tiene la menor duda de que el perro ha muerto. Y conoce exactamente lo que vendrá a continuación. A pesar de no poder ser percibido por el ojo humano, una larva del tamaño de un dedo y con un aguijón, irá al encuentro de cada uno de los testigos. Primero, ascenderá por una de las piernas, segundo localizará el ombligo y tercero le inyectará a su huésped una sustancia viscosa. Luego, claro está, tendrán su fatídico final. En cuanto a los humanos, Ally ve con ansiosa preocupación que uno cae arrodillado y por el peso de su enorme barriga se estampa contra el suelo boca abajo. Otro comienza a llorar sangre, empapando toda su camiseta que antes era blanca. El siguiente tiene un final más veloz que los anteriores, y así de forma distinta mientras cada uno va cayendo fulminado. Ally los va contando con los dedos de las manos. Trece ni uno más ni uno menos. Y el por qué no le hace falta preguntárselo. Es el Pat y como una nefasta señal, la advierte que el suyo se ha cumplido correctamente.

Tal vez quede alguna posibilidad para Matt, puede permitírselo. Aquel ser humano llamado Matthew Stuart había sido muy amable con ella. Aunque, cuando lo pensaba más detenidamente, no era del todo cierto. Ese hombre no la había creído desde el principio. Incluso la había obligado a asistir a unas burdas sesiones de psicoterapia con su amigo el doctor H. Smith. No se pudo negar, su misión dependía de ello. Y además, su pat había adquirido un nivel excelente desde que residía en la tierra. Lástima que los ojos le dolieran tanto. Todavía no estaba completa. Así que de momento, debía conservarse con el mismo disfraz de humana al que todos estaban habituados. Se volvió hacia su casa, mientras los demás supervivientes correteaban alarmados entre gritos y aspavientos.

Unos diez minutos después, la policía y varias ambulancias se presentaron en la escena. Ella sabía exactamente cuánto habían tardado. Desde el sofá, y mientras era testigo auricular de todo aquello, se había permitido relajarse con un cigarro, hasta hacer cumplir las instrucciones. Unos golpes en la puerta principal la incomodaron. Sabía porqué la querían molestar en su deliciosa paz a punto de erupcionar.

¡Señorita Thomson! ¡Le habla la policía del condado! ¡Abra la puerta! ¡Sabemos que está ahí!

Claro que lo sabéis, queréis respuestas. Las tendréis a su debido tiempo.

Señorita, esto es importante ─ contestó otra voz masculina.

Por supuesto. Es parte de mi trabajo.

¡Señorita! ¡Abra, por favor!

Qué desea agente ─ contestó.

Es usted Alice Thomson.

Sí, agente ─ el razonamiento humano es verdaderamente inútil, pensó Ally.

Nos han informado que el perro…su perro… bueno…

Lo he visto todo, agentes. Así que comprenderán que me ha afectado mucho. Desearía estar a solas hasta que regrese mi marido.

Por supuesto, señorita. Lo único que le solicitamos es que nos deje pasar y poderle tomar declaración de los hechos. Algunos vecinos afirman que usted fue testigo de todo lo sucedido ─ Ally, se mordía el labio inferior, era su señal de querer acabar con todos allí mismo, aunque para los oficiales, simplemente era una provocativa y tentadora señal de desprecio.

Miren, no quiero hablar y no pueden obligarme ─ cerró la puerta tan rápido que no les dio tiempo a reaccionar.

Se había contenido, por qué. Tarde o temprano ellos tendrían que cumplir con su parte.

 

El pat

Aquel 27 de julio del mismo año, Ally Thomson fue una de las huéspedes que conservó su cuerpo y su conciencia como un verdadero pat completo. Lo único que la delataba era su ausente color plomizo alrededor de las cuencas de los ojos, además del color natural de su piel y su negada necesidad de sangre, todo lo contrario para los pats incompletos o noctámbulos cómo los denominan los únicos supervivientes humanos.

Dijeron que fue una exposición a un virus altamente contagioso lo que provocó que muchos humanos muriesen en masa. Todos los gobiernos del mundo trabajaron coordinadamente para evitar que esa pandemia se extendiese por cualquier país del planeta. No había modo de escapar a ello. Ally sabía que estaban equivocados. La tierra no estaba infectada sino invadida.

Las sirenas de evacuación sonaron sin interrupción ese miércoles 27 de julio. Alertaban a todo hombre, mujer o niño que abandonasen sus hogares porque ya no eran seguros. Y Ally, junto con su marido Matt, se pusieron en marcha.

No puedo creer lo que está sucediendo, Ally. Esto no es real. Todas las emisoras de televisión… mira… dan el mismo mensaje.

El mensaje de alerta daba paso a un comunicado verbal narrado por un militar de alto rango tras una bandera de los EEUU:

Les habla el Comandante G. Brigde: se alerta a todos los civiles que se reúnan en el punto de evacuación más cercano. Allí se les ofrecerá la asistencia sanitaria y las atenciones básicas para mantenerse a salvo de la epidemia.

No estoy seguro de saber si esto es lo correcto.

Eso es lo que decía, pero Ally fue testigo de que su marido recogía todas sus pertenencias más necesarias para huir junto a ella.

Yo me quedo.

¡Qué! Tú vienes conmigo y no se hable más.

No es una epidemia, Matt. La tierra ha sido invadida.

¡Otra vez! No vuelvas a decir estupideces. Harry me dijo que habías mejorado mucho. Por favor, cariño, ahora lo importante es sobrevivir juntos. Tú y yo.

No Matt, nunca ha habido un tú y yo. Solo un yo. Mi pat está preparado.

¿Pat, que mierda es eso? Tú te vienes conmigo, aunque tenga que cargar contigo.

Nunca he sido una mujer, solo una mera apariencia. Mi pat está preparado para mutar y cuando lo haga no quiero que tú estés cerca.

¡Vámonos!

Si salimos de casa, tú no sobrevivirás.

Tenemos que llegar al punto de evacuación y allí nos vacunarán contra esa condenada epidemia.

El pat no tiene cura. No es una enfermedad.

Matt, comenzaba a perder los nervios. Agarró a su mujer por el brazo y tiró de ella, mientras con el otro cargaba una pesada mochila. Cruzaron el jardín trasero. A su alrededor los tanques militares rodaban pesadamente contra el asfalto haciendo temblar la tierra. La mirada de Ally era indiferente. Se sentía ajena a todo ello. Esquivaron varios coches que entorpecían el tráfico, abandonados de cualquier modo y subieron a un convoy del ejército. El vehículo se detuvo y dos soldados uniformados descendieron para ayudarles a subir detrás. A cada lado, dos filas de asientos eran ocupados por cuatro soldados, dos hombres, cinco mujeres y dos niños. Ally, sonrió a todos ellos sin ser advertida por su marido que no le soltaba la mano.

Estoy preparada ─ dijo Ally mirándole fijamente a los ojos.

Tranquila, pronto estaremos a salvo.

Matt pasó su mano por su larga cabellera hasta que reparó con horror que unos mechones de pelo se le habían desprendido. Creyó que la epidemia la había contagiado. Observó su rostro y la miró a los ojos sintiendo cómo si su corazón fuera a salírsele por la boca. Ally ya no tenía cabello, sus ojos rojos lo contemplaban desafiantes. La curvatura de sus amoratados labios, le permitía enseñarle una viscosa lengua azul y unos dientes puntiagudos. Los gritos de terror se confundieron con los violentos alaridos de aquella criatura. Uno a uno fueron sintiendo la agonía de perecer en manos de ese ser monstruoso. No importaba quienes fueran. Los dos militares alertaron al convoy, el cual, se detuvo. Ambos hombres dispararon a la infectada. Pero ese ser, de algún modo, se movía más rápido que los disparos. Sus uñas como garras eran capaces de desmembrar las tripas de cualquier huésped humano. Cuando el primer soldado fue abierto en canal, por lo que sus intestinos quedaron al descubierto, el otro se quedó paralizado, sosteniendo su AK sin lograr una puntería firme. Le temblaba el pulso y jadeaba de pánico. Pronto su agonía cesó. Aquella cosa le extrajo el corazón, todavía palpitante, con su garra derecha. Luego, otros cuatro soldados acudieron a socorrer a los civiles, mas solo pudieron ser testigos de la carnicería que aquel monstruo había sido capaz de ejecutar. Sin más preámbulos los cuatro militares abrieron fuego contra aquella cosa que lo único que le quedaba por hacer era llevarse consigo a su presa más valiosa. Agarró a Matt por el brazo y lo lanzó fuera del convoy, con una velocidad extraordinaria.

Steve, cubre tu blanco. ¡No me mires a mí! ¡Mira a esa cosa!

El militar obedeció a su superior. Siguió con su mirada los rápidos movimientos que la bestia hacía como correr y saltar, cuando tenía la oportunidad, sobre los soldados. Steve disparó tantas balas con su AK hasta que aquella monstruosidad finalmente se desplomó. Steve fue el único de los cuatro que quedó con vida. Bajó el arma lentamente mientras intentaba calmar su agitada respiración. Entonces reparó en esa bestia terrible. Tendido en el suelo, yacía el cuerpo infectado de Ally; con varios disparos en ambos brazos y en el pecho. Caminó unos pasos más y ahora que estaba más cerca podía ser testigo de su apariencia. No era de estatura considerable, más bien normal. Su ropa, descolorida por la sangre, estaba hecha jirones. Todavía conservaba su apariencia humana a pesar de que toda su piel parecía recubierta de unas escamas que ahora, con la luz del sol, relucían en tonos tornasolados. Sus garras terminaban en unas increíbles uñas negras y muy afiladas. Jamás había visto un noctámbulo o infectado con esos síntomas físicos. Los otros eran más humanos con una piel cetrina y ojos hundidos, inyectados en sangre y sedientos de carne. Un mordisco de esas cosas era letal. Solo se podía acabar con ellos disparándoles a la cabeza, así que le apuntó con su rifle y cuando estuvo a punto de apretar el gatillo, Matt se le interpuso.

¡Señor, apártese de esa cosa! ─ gritó el soldado Steve.

Fue demasiado tarde. Esa cosa abrió los ojos y lo fulminó con la mirada. Solo duró unos segundos, pero fue suficiente para que ella le escuchase.

Perdóname, Ally ─ esas fueron sus últimas palabras, cuando de pronto sintió que lo asfixiaban. Aquella monstruosidad le agarró el cuello y acercó sus labios a los de él. Después, todo fue oscuridad.

 

Epílogo

Cuando despertó, Matt se sentía extraño y abatido. A su alrededor una tienda de campaña improvisada albergaba a cientos de personas que eran atendidas por el personal médico. Él se incorporó de su litera y bajó de un salto. Se miró las manos. Las reconoció, a pesar de saber que no era su verdadera apariencia. Recorrió los pasillos mirando a cada humano retorciéndose de dolor, supuestamente infectado, lo que le agradó enormemente. Ahora lo iba entendiendo. Sus otros hermanos, no lograban sobrevivir y, como consecuencia, no podían mutar, por lo que morían y luego volvían a la vida. Sus cuerpos se habían vuelto más vulnerables. Su hambre no se saciaba. Tenían que alimentarse constantemente de carne humana. Sus órganos internos sufrían un largo y lento proceso de putrefacción de ahí el insoportable hedor que desprendían. Eran una amenaza para los pats. Y lo peor de todo es que suponían una plaga para el planeta y todo su ecosistema. Tal preciado tesoro, o en palabras del líder ─ ese objetivo ─, quedaría destruido para siempre.

Ahora, debía de contactar con su jefe. No creía que estuviera muy lejos, sentía su presencia. Cuando salió de la carpa, reconoció el gran esfuerzo de los humanos por ayudar a los infectados, o más bien a los invadidos.

No se sorprendió en absoluto cuando logró ver a su jefe, una mujer gorda con una melena corta bien arreglada, como de peluquería. Estaba hablando con un militar, otro pat completo. Se acercó hasta ellos y Matt fue el primero que habló.

Puede que no seamos muchos, pero la tierra es nuestra.

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