Relato 109 - Suceso en Cumbreñeiro
Suceso en Cumbreñeiro
Capítulo I
Era un domingo de agosto. Ese fin de semana la temperatura ambiente era superior a los 24 grados. Hasta esa fecha el verano se había presentado lluvioso y fresco. Los vecinos del pueblo de Cumbreñeiro, protagonistas de esta historia, miraban al cielo mientras murmuraban “ya podría llover”, sin recordar aparentemente que hasta el viernes habían sufrido una semana de temperaturas bajas y lluvias diarias, con las consiguientes protestas.
Ese domingo, a las 11.50 una gran parte de los vecinos estaban a la puerta de la iglesia, habían formado grupos por afinidad sanguínea o amistosa. Algunas mujeres picoteaban de grupo en grupo. Los niños corrían por los alrededores, algunas niñas iban vestidas de blanco y unos pocos niños vestían traje. Era el día de su primera comunión.
De vez en cuando, en el momento de oír el motor de un coche acercándose, la muchedumbre dejaba de conversar y concentraba su atención en la carretera y especialmente en el coche que había llamado su atención. Segundos después todos volvían a su quehacer original, Don Miguel todavía no había llegado, pues ese era el coche que todo el mundo esperaba y reconocía, fuese un niño o un anciano.
Don Miguel, párroco titular de Cumbreñeiro lo era igualmente de dos parroquias más. Cada domingo debía celebrar misa en las tres. La primera misa era a las 11 h, la segunda a las 11.30 h y la última a las 12 h. Como Dios no le había otorgado el poder de la ubicuidad siempre llegaba tarde a la última misa.
A las 12.10, tras tres falsos avisos un Seat rojo enfiló camino de la plaza de la iglesia. Los vecinos comenzaron a circular hacia su interior, las mujeres se colocaron en los bancos delanteros y los hombres en los traseros, costumbre de tiempos remotos que todavía se mantenía. Mientras todos acababan de colocarse, tres o cuatro por banco, Don Miguel atravesó la iglesia camino de la sacristía, seguido de un par de monaguillos. Pocos minutos después, con casi un cuarto de hora sobre el tiempo previsto, se iniciaba la misa.
-En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo – dijo Don Miguel.
Todos se santiguaron y contestaron a coro:
-Amén.
Treinta minutos después el padre Miguel los despedía con un:
-Podéis ir en paz.
-Demos gracias a Dios – respondieron los feligreses.
Se levantaron y salieron en masa, quedándose algunos rezagados para encender alguna vela, dejar un poco de dinero en la caja o a la espera de poder hablar con Don Miguel, con la idea de pedirle una misa para algún o algunos familiares fallecidos. Diez minutos después no quedaba nadie en la iglesia. Don Miguel salió de la sacristía, anduvo el pasillo camino a la salida y cerró la puerta de la iglesia
A las dos de la tarde, Don Javier Calvo, médico del pueblo los últimos treinta años, descansaba tranquilamente en su sillón preferido, tras una buena comilona. Se había excedido en contra de los consejos que el mismo daba a sus pacientes (Fulanito, no te pases con los asados, ya no tienes veinte años, has de pensar en tu colesterol) pero tenía una buena excusa ya que celebraban el embarazo de su hija menor. Don Javier saboreó el cigarrillo que colgaba de sus labios, otro de los consejos (Menganito, debes dejar de fumar) que él mismo no seguía cuando sonó el teléfono. Lo miró con rabia, ¿quién le molestaba en domingo? Se levantó del sofá con pesar y contestó.
-¿Diga?
-Doctor, soy María Carpintero. Mi padre está muy enfermo, no sé qué le pasa… creo que se muere.
-No será para tanto, seguro que sufre de un ataque de gastroenteritis. Ya sabe que su padre es propenso.
-No puede ser doctor, hoy casi no ha probado la comida.
Don Javier, que conocía a María y a las mujeres de su tiempo, pensó: si un hombre no come un carnero entero ya dicen que casi no ha probado bocado y contestó:
-Enseguida estaré allá. – y colgó-. Querida, tengo una urgencia – mientras subía escaleras arriba para cambiarse de ropa.
Cinco minutos después bajaba.
-Querido, ha llamado Carmen Sastre, dice que su hija pequeña está muy enferma.
-¿Otro? ¿Qué pasa hoy?
El teléfono sonó de nuevo, la señora Calvo lo cogió. Un minuto después colgaba:
-Era Pedro Manco, tiene a toda la familia en cama, dice que te espera.
-Esto ya es alarmante, me voy. Si hay alguna novedad, llámame al móvil – y salió tras coger el maletín.
El doctor Calvo cogió su coche, un Citroën blanco, y se dirigió a casa de la familia Carpintero. Tras bajar del coche, atravesó un pequeño jardín y abrió la puerta de la casa sin tener que llamar, ya que no estaba cerrada. Casi nadie cerraba la puerta de la calle con llave, la confianza en el resto de los vecinos era absoluta y en ese pueblo perdido en la montaña la visita de extraños era un hecho sobrenatural. Y con seguridad si algún vecino hubiese cerrado la puerta con cerrojo, las habladurías que hubiesen circulado por el pueblo, digamos que…
-¿Hola? – se dirigió a la sala de estar. Estaba vacía. A la derecha estaba la habitación del señor Juan Carpintero -. ¿María? – dijo empujando la puerta de esa habitación mientras entraba en la misma.
-Doctor, ya ha llegado – contesto María, sentada a la cabecera de la cama de su padre, sin tan siquiera volverse para mirar al doctor Calvo.
El doctor Calvo se acerco a la cama, María le tapaba la vista, impidiéndole ver al enfermo.
-Pero ha llegado tarde, doctor. Mi padre murió hace cinco minutos.
En ese instante sonó el móvil, el doctor lo cogió por instinto:
-¿Javier? Ha llamado Antonio López, su mujer ha muerto.
Por unos instantes el doctor Calvo se quedo quieto, sin reaccionar, sin hablar. En todos los años que llevaba ejerciendo jamás se le habían muerto dos pacientes, bueno, especifiquemos: como es natural algunos pacientes habían muerto, es ley de vida, pero jamás dos en tan corto espacio de tiempo . El móvil sonó por segunda vez. El doctor Calvo lo miró con aprensión. Número desconocido. ¿Quién podía ser? Descolgó:
-¿Sí?
-Le llamo para ofrecerle una nueva tarifa…
Capítulo II
Al día siguiente el número de muertes habían aumentado. Un crío de ocho años de nombre Carlos Manco era la tercera víctima mortal. La mañana anterior había celebrado su primera comunión. Seguramente no iba a ser la última ya que nueve personas más habían desarrollado los mismos síntomas que habían desenfocado en muerte. La población estaba asustada. ¿Qué podía haber matado a tres de los suyos en tan poco espacio del tiempo? ¿Qué podían tener en común? Sus edades y ocupaciones eran muy dispares como Juan Carpintero (85 años de edad, hipotenso, problemas cardíacos, problemas de memoria); Susana López (45 años, con leucemia) o Carlos Manco (8 años, sin enfermedades conocidas). Y lo peor era que seguramente podían haber más víctimas…nueve personas se debatían entre la vida y la muerte en el hospital.
La noticia era portada de periódicos y cabecera de periódicos. “Extraño suceso en Cumbreñeiro” “Se investigan 3 muertes sospechosas” “3 muertes y 9 vecinos en estado crítico” “Las autoridades desconocen la causa de su muerte” “El juez ha ordenado la autopsia de los fallecidos, “Crimen sin resolver en Cumbreñeiro”, “El número de muertos ha aumentado a 5” “Envenenamiento en Cumbreñeiro” “Se desconocen el autor o autores del crimen”….
Mientras el país se enteraba del avance de la investigación gracias a los periodistas, estos se encontraban en el mismo Cumbreñeiro o en sus alrededores. Los hostales y hoteles de los alrededores estaban llenos. Entre sus clientes estaba Jaime Lorcas, policía encargado de investigar el caso. Jaime era un policía de cuidado, listo que jamás dejaba una pista sin seguir. Podía resulta un poco lento pero siempre trabajaba sobre seguro. Lo suyo no eran las prisas.
Jaime se dirigió al forense:
-Doctor, ¿ha encontrado algo en las autopsias?
-Sí, los análisis toxicológicos han detectado una alta concentración de hidrangerina.
-¿Hidrangerina? ¿Y eso que es?
-Es un glucósido cianogenético, produce intoxicaciones con síntomas que se pueden confundir con una gastroenteritis aguda o con la ingesta de cianuro: vómitos, diarreas, asfixia, aumento del ritmo cardiaco y finalmente la muerte.
-¿Y de dónde sale?
-Es un principio activo de las hortensias.
-¿Esas plantas que todo el mundo cultiva?
-Sí, esa misma.
-¿Y cuál es la dosis mortal?
-No soy experto, pero el autor seguro que es un experto.
-Y hablando del autor, ¿Quién querría que confundiéramos la hidrangerina con el arsénico?
-Eso no es cosa mía.
-Sí, tiene razón. Muchas gracias doctor.
Jaime salió del despacho, con suerte no se producirían más muertes, ahora los médicos ya sabían cómo tratar a las víctimas que quedaban con vida. Ahora a él le tocaba encontrar al culpable. Pero lo primero era lo primero. Descolgó el móvil:
-Raúl, viejo amigo.
-¿En qué te puedo ayudar?
-Necesito que aparezca un titular en tu periódico.
-¿Es cierto?
-¿Desde cuándo os preocupa la verdad mientras vendáis periódicos? Apunta…
Al día siguiente un nuevo titular apareció en un periódico de alcance nacional: “Intoxicación por arsénico en Cumbreñeiro”.
Con un poco de suerte, el culpable se creería el titular pensando que había engañado a la policía. Mientras tanto Jaime podría hacer su trabajo, en este caso buscar quien cultivaba hortensias en Cumbreñeiro.
Tras pasearse por Cumbreñeiro dos horas largas Jaime había averiguado que seis vecinos cultivaban hortensias pero el más experto jardinero del pueblo era el párroco, Don Miguel. Todos afirmaban que él u experimentado floricultor. Jaime decidió que sería la primera persona a la que interrogaría.
Una vez en la iglesia, se dirigió al jardín que la rodeaba. Don Miguel podaba un rosal.
-Buenos días.
-Buenos días.
-Bonito rosal y bonitas hortensias.
-Gracias.
-Vengo a hacerle algunas preguntas…
-No hace falta, joven. Soy culpable.
Jaime le miró asombrado, no había esperado semejante salida. Seguramente se estaba refiriendo a una culpabilidad moral.
-No fue culpa suya, padre.
-Sí lo fue. No habló en teoría. Yo maté a toda esa gente. Sé que no estuvo bien. Desde entonces los remordimientos no me dejan vivir, pero no podía más.
Jaime se mantuvo callado, sabía que no debía interrumpirle.
-No sé si fue el demonio quien me tentó o no. Ya deje de creer en él hace años. Tantos viajes arriba y abajo. Estaba agotado. Los jóvenes no desean consagrarse a Dios y los viejos debemos trabajar el doble. Pensé, que sí morían los habitantes de un pueblo yo sólo tendría menos almas de las que preocuparme.
-¿Y cómo lo hizo?
-Fue sencillo. Se lo contaré todo, no dejaré nada en el tintero. Siempre me han gustado las plantas y la química. Fue un juego de niños preparar un aceite con las hortensias y con ellas bañar las hostias sagradas. Después sólo tenía que repartirlas entre mis feligreses… sí, ellos doce tomaron las hostias. Fue como si fueran los doce apóstoles.
De pronto Don Miguel resbaló hasta caer al suelo. Había muerto. Su corazón había fallado.