Relato 014 - Por quién cantan las sirenas

Cuenta la leyenda, que las sirenas no son más que mujeres desengañadas de los hombres, y que por ello gozan de una gran belleza, y unos encantos difíciles de esquivar.

Dicen, que están provistas de multitud de tentaciones, que son para los hombres como un imán, que los atraen hacia ellas con los brazos abiertos, mostrándoles unos pechos turgentes y perfectos; donde se les pierde la mirada, quisieran perder la cabeza y mucho más.

Se dice, que cantan bellas canciones con dulces y sensuales voces, con las que embriagan a todos los que están predispuestos a escucharlas, haciéndoles perder no solo la razón, sino también todos los sentidos, entrando los desgraciados en un estado de posesión y deseo, que les hace lanzarse a esos brazos sin pensar en las consecuencias de su escondido valor; ya que solo desean enroscarse entre sus colas plateadas, perderse en los delirios de sabrosas bocas, y sentir esa pasión desbordada llena de placeres lujuriosos, que ellas tanto parecen conocer, ofrecer y dar.

Pero cuidado, pues sabido es también, que sus peligros van más allá de las aguas y horizontes, que sus hechizadas melodías también se pueden oír en tierra firme, enloqueciendo a todo aquel que las oye y tiene negro el corazón, sumiéndose con ello en dolor y desdicha, que no es más que la sucia conciencia que les recuerda con ello, alguna que otra hacia mujer, traición.

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Cuentan los cuentistas, que en las noches de luna llena, esas mujeres heridas de corazón, van como hipnotizadas hasta la orilla de la playa, y despojándose de todo lo que les recuerda a sus sufridas vidas: ropas, heridas, recuerdos y quereres, quedan olvidados sin más; para desnudas y tranquilas ir introduciéndose en esas aguas poco a poco sin siquiera pestañear, y a medida que lo van haciendo, irse transformando en esos seres legendarios y de fábula, de las que tantas historias se han oído y se han de oír, contar.

Dicen, que a medida que se van hundiendo en el mar, son provistas de esa belleza peculiar, que se hace casi insultante a cada rayo de luna que las ilumina, antes de

 

desaparecer para siempre en las tinieblas de los fondos, para esperar y pescar a aquellos que en su día las hicieron derramar una y mil lágrimas; solo por ser mujeres enamoradas, y entregarse a facundos hombres, sin más.

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Cuentan los cuentacuentos de los pueblos, que las sirenas gozan de poderes difíciles de resistir para hombres con ardor, haciendo que caigan en sus redes por voluntad propia; para hundirlos en las profundidades de esas turbulentas aguas por siempre, y que nunca se encuentre de ellos tan siquiera su rastro, para que no puedan disfrutar de la paz eterna en ese su ultimo, descanso.

Y así con ello hacerles pagar con sus propias y desgraciadas carnes, la agonía y todo el sufrimiento que en tierra a mujeres hicieron padecer, provocando con ello de mucho dolor a unas almas que solo pecaron por entregarles un amor sincero, pagándoles estos hombres solo con mentiras y desprecios, regalándoles engaños y desaires; queriendo ellas por ello perder la vida, entregando su cuerpo y su voluntad al mar, a sus secretos y profundidades, de las que ya nunca más, saldrán.

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Cuentan los viejos, que como todo en esta vida, siempre hay una excepción, por eso había un hombre y una sirena distintos a los demás; que debían de estar separados por cobardía y resignación, hasta el fin de su mirar.

«Él, débil en su decisión de dejar el tiempo pasar, ella, dañada por su destino y su crueldad. Él, la echaba poco a poco de su lado obligándola a odiar, ella, dolida maldecía su presencia y lejanía, celosa de lo que para ella era, una maldad».

Por ello tomó triste decisión aquel día, para hacerle a él pagar su desidia, que serían a partir de hoy para él su cruz y su lar.

Y fue decidida aquella noche hacia la orilla del mar, para ahogar sus penas en las aguas de las desdichas, sin saber que su destino sería el seguir sufriendo por solo quererle amar, porque cuando hay un amor tan grande, no hay olvido ni consuelo, y solo y siempre queda mucho dolor que recibir, como también mucho, que dar.

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Cuentan los entendidos, que existía de una sirena que había amado tanto a un hombre,

 

que a pesar del embrujo de luna y mar, no le podía olvidar, por ello, cuando la luna está llena, y las estrellas brillaban con más fuerza en el cielo, sube a la superficie para poderle ver una y otra vez más.

Y se impregna de su silueta, ya que solo puede verle desde lo lejos, porque por todos es bien sabido que hombre y sirena en tierra firme no se pueden juntar; pues la maldición la convertiría a ella en piedra y a él, en sal.

»Él, no sabía del destino de su amada, solo que en las aguas se adentró, y de ellas nunca más salió; que jamás encontraron su cuerpo, por lo que pensó que la corriente se lo llevo lejos para que permaneciera en su recuerdo bello, como una vez el mismo la pintó. Aunque sabe que todo fue por su culpa, por su gran cobardía e indecisión.

Y por ello, y sin saber nada del destino de su amada, regresa también ese mismo día a la orilla de la playa; para recordarla a su manera compartiendo una de sus pasiones, algo que en vida a ellos tanto les unió, juntando sus corazones y sus almas más allá de las desdichas, alegrías y sin sabores, que les hacía recordar su perdido gran amor.

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Cuentan los lugareños, que a eso de la media noche, ven la sombra de un hombre delgado y afligido pasar, portando una botella de vino y copa en mano, y a la orilla de la playa va, haciendo siempre el mismo ritual: arrodillarse en la arena, abrir y verter en la copa de la botella, que brinda exhausto con la luna llena, por la agonía de extrañarla más y más.

¿El vino? Solo podía ser uno, aquel cuyo sabor le recuerde enteramente a su sirena, y cual color se asemeje a la sangre que todavía corre por sus venas. Y bebe para recordarla, pero también para olvidarla, como si quisiera ahogarse a sí mismo en esa copa que tanto la recuerda, y a si pagar la penitencia por haber empujado a su amada a tan terrible decisión; por no haberla sabido cuidar en vida, y por haber entendido tarde, que sin ella, ni tan siquiera esta copa de vino sentido tenía, ni ningún sabor.

Y se condenó a sí mismo a vivir de esta manera un amor tan fuerte como el que nadie en estas tierras nunca vio, y bebe el último trago de su sangre y amargura, y mira

 

al mar alumbrado por bella luna, y oye el susurro de las olas su dolor arrullar, porque la echa tanto de menos, porque añora sus caricias, su olor, sus besos, sus risas que le mecían al compás de su pasión; al gozarla en esas noches de lujuria, al poseerla con tanto amor.

Y una lágrima derrama en esa misma copa, que yace ya vacía a modo de lamento y sequía, pues con cada lágrima que cae su vida pierde energía y se seca, pues todo es ya sin ella un terrible si vivir y dolor.

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Cuentas las viejas del lugar, que justo en el momento que dicho alma en pena se da la vuelta para volver al vacío de su hogar, unos ojos lo miran desde el mismo mar; cuales brillo se confunden con su propio llorar, que apenas se distingue una estela cuando ella se acerca a la orilla en el silencio de la noche, arropada por el hechizo de la luna y custodiada, por las estrellas de mar.

Dicen, que su cola va perdiendo sus escamas a medida que sale del agua, y de ellas bellos nácares de colores en la mañana con el sol brillarán, llenando los cestos y sueños de lindas niñas, que quien sabe cuántas de ellas sirenas mañana, también serán.

Su larga melena pelirroja, intenta ocultar su cuerpo desnudo, sabiendo que es bella, pues ahora es mujer, y siente vergüenzas de su desnudez. Su mirada baja, pues siente rubor de sus blancos pechos y suave piel; de sus sugerentes caderas, que no puede evitar contornear al paso de sus esbeltas piernas, que saben muy bien a donde van, llegan y, para qué.

Se arrodilla en el mismo lugar que su querido ser, y siente el dolor que sintió él, coge la copa vacía de la arena, y la lleva a su boca temblorosa, bebiendo la sal de la lágrima que a modo de recuerdo le ha dejado para sus labios, su amado fiel.

Y coge la botella en la cual siempre queda una copa para ella, ¿será que sabe, sospecha, que ella viene para beberla, justo después que él? Bebe un segundo trago, sabiendo que es la sangre suya la que le deja, se le clava como un puñal en el corazón, cayéndole también una lágrima por su mejilla; descansando esta en la arena para juntarse con todas las demás, que la marea recogerá a modo de perlas y llevará, hasta el fondo del mar.

 

Bebe a pequeños sorbos de este su vino, que le sabe a frutas, al que hay en el bosque de su perdón, a pimienta y canela, como las que de pícaras risas, sus noches llenó, al placer del tabaco después de haber hecho el amor, al dulzor del caramelo que queda en el cuerpo después de darse ese beso, ese abrazo, tiernas caricias, con candor, a esa menta fresca que todo de gozo lo llena y a sus almas refrescó, al regaliz que tanto gustaba de niña comer, y recordó; para terminar viendo los posos que quedan en el fondo de la botella, cual presagio es la nueva despedida, que con cada luna llena llega y con este, su adiós.

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Cuentan las estrellas, que lloran por dos almas en pena; «él, en la soledad de su mundo, ella, en la inmensidad del mar, añorando el uno los brazos del otro, por no haberse sabido en tierra, amar».

Dicen, que penaran así hasta el fin de sus días, en el silencio de su soledad; «él, en su desidia, ella, en la agonía de no querer melodía alguna, entonar».

Pues cuenta también la leyenda, que ella es la única sirena que no canta, pues sabe que si lo hace, su amor vendrá a ella, tendrá que llevárselo a las profundidades del abismo por siempre jamás, vengar a si su desdicha y desesperanza, siendo él el causante de esta causa y sangrar.

Por eso ella para él no canta, y espera todos los meses el brillar de la luna llena, para ver su silueta alejarse nuevamente mientras cata su sangre y lágrima de esa copa, que tiene tanto que decir y tanto que callar, pero de la que ella triste bebe una y una vez más; para ahogar sus noches en vela, sus ausencias y penar, pero sobre todo en el silencio de la noche.

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