Juego del Antiguo

 

 

- ¿Qué es el miedo?

 

Preguntó el profesor ante la audiencia de jóvenes y no tan jóvenes que se preparaban para un futuro incierto pero con un bonito diploma de experto criminólogo en cualquier cajón olvidado.

 

Uno levantó la mano y respondió sin dar tiempo a que le cedieran la palabra con una de las acepciones que lo definían en el diccionario.

 

- Miedo es sentir una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.

 

- Para mi miedo es la ausencia de felicidad durante largo tiempo. Algo que no te deja vivir. - Respondió otro de los asistentes, con algo de desgana en su forma de hablar y con la única intención de molestar a su académico amigo.

 

- Miedo es lo que me da que esta clase no acabe nunca y llegar tarde a mi cita, no veáis la mala leche que se gasta mi parienta. - Dijo un tercero situado al final de la clase.

 

- ¿Alguien más quiere dar su opinión sobre lo que es el miedo o podemos seguir con esta clase para que pueda acabar y no se hagan realidad los miedos de vuestro compañero?

 

El recuerdo de aquel día vino claro a mi memoria cuando un día al de salir de trabajar, años después de aquello, monté en el metro para volver a casa. El trayecto era el mismo de todos los días, sólo tres paradas en la línea circular de metro ya que por fortuna trabajaba cerca de donde vivía, cosa poco usual en aquellos tiempos.

 

Una vez bajé por las escaleras de la estación, una de las más modernas que había y que más tránsito de viajeros tenía, esperé en el andén cerca de veinte minutos ya que a estas horas de la noche la frecuencia de los trenes disminuía drásticamente al igual que los viajeros que utilizaban el medio de transporte.

 

Cuando por fin llegó el tren a la estación vi que no era uno de los nuevos con espacio abierto desde el principio hasta el final y en los que podías buscar tu sitio de salida hubieras montado en el vagón que hubieras montado, sino uno de los más antiguos de la línea con tres vagones con cuatro puertas al andén cada uno. Yo me monté en el último vagón de todos, justo al final, ya que era el que me venía mejor para salir en mi estación.

 

Había podido ver mientras que los vagones pasaban delante mío hasta detenerse al principio de la estación que los primeros estaban vacíos quizá por la oscuridad que podía adivinarse en ellos pero en este último venían cuatro pasajeros, todos separados entre si por varios asientos vacíos e intentando evitar la zona en la que los tubos fluorescentes no funcionaban. Las paredes del vagón que en algún momento habían sido blancas lucían un amarillo sucio como el del papel de un libro que ha estado mucho tiempo en una estantería o el del papel de horno a medio quemar, eso unido al estilo de los asientos que ocupaban los laterales del vagón y que más parecían sillas de tortura que asientos ergonómicos para facilitar la comodidad en el trayecto hacía que la imagen de modernidad que intentaban dar los responsables del trasporte público fallara por completo, pero no importaba mucho ya que reservaban los trenes nuevos para horas en las que el número de viajeros era significativamente superior.

 

Los cristales de puertas y ventanas lejos de ser transparentes y limpios mostraban una suerte de arañazos y golpes como si hubieran formado parte de un vagón de transporte de animales peligrosos y las pintadas que había sobre los mismos refrendaban aquellas suposiciones si pensabas que los animales peligrosos que transportaban no habían sido más que crías salvajes de seres humanos. Una de las ventanas estaba abierta con lo cual el aire tan viciado que era habitual en esa zona de los túneles al pasar justo por debajo de un río y no estar la zona perfectamente asilada de la humedad ni correctamente ventilada estaba impregnando con olores no del todo agradables para el olfato, era un olor en el que se mezclan toques de goma quemada con pinceladas de agua putrefacta e incluso si alguien se atrevía a profundizar lo suficiente en el mismo se podía adivinar un ligero olor a rata muerta junto con una pizca de olor a aire recalentado producido por el contacto de la línea eléctrica que recorría nuestras cabezas con los brazos que tomaban esa electricidad para que el tren pudiera circular por la vía. Así se notaba en uno de los viajeros que se tapaba diligentemente su nariz mientras que seguía leyendo un periódico con noticias antiguas. Era un señor de mediana edad y vestido con un traje barato, sus ojos pequeños y juntos encima de una nariz aguileña unidos a las luces y sombras del vagón conferían a su rostro un toque siniestro quizá también porque a la vez que se tapaba la nariz y leía las noticias miraba furtivamente al resto de los pasajeros.

 

Sobre todo miraba a una chica joven, de no más de veintiún años, y con un pelo moreno y largo que quizá le llegara a la cintura y que seguro que requeriría de muchos cuidados para parecer tan saludable. Estaba sentada en uno de los asientos ubicados en el siguiente grupo de bancos y se encontraba cara a cara con un chico que tenía música sonando en su móvil y que agradablemente la compartía con el resto de viajeros aunque a estos les molestara agriamente, sobre todo por los ritmos de la misma música. La chica que llevaba un vestido corto y con el que dejaba ver sus piernas a cualquiera que quisiera mirar se había dado cuenta que el señor del traje la observaba de poco en poco e intentaba no prestar demasiada atención mirando al suelo directamente mientras que con sus dedos hacía bucles en su pelo.

 

El último pasajero era un señor mayor vestido con pantalón de pana, camisa suelta y que llevaba bastón, el pelo blanco le caía por los lados de la cabeza sin la apariencia de haber sido lavado en un largo tiempo y su postura y sus ojos cerrados indicaban que llevaba dormido un rato, quizá hubiera dado ya una vuelta al circuito de la línea circular mientras que dormía. Pude observar al entrar en el vagón que el olor que desprendía no tenía mucho que envidiar al que llenaba los túneles aunque se podía observar un matiz más en el mismo, un fuerte olor a vino barato de cartón. El cartón estaba entre las manos de este último viajero pero el vino barato, o lo que quedaba de el, había sido derramado por el suelo.

 

Cuando el tren empezó a andar y requirió de toda la potencia eléctrica necesaria las luces del vagón, las que aún funcionaban, se apagaron durante un par de segundos, hasta que el tren empezó a coger velocidad. Pero algo no iba bien. A mitad de camino empezó a dar frenazos constantes con sus consiguientes acelerones para poder finalizar el recorrido al menos hasta la siguiente estación.

 

- Ya está otra vez roto el metro. - Se escuchó al señor del traje barato.

 

- Nos suben el precio del viaje a la vez que bajan la calidad del mismo. - Respondió el joven de la música, que parecía algo más reaccionario.

 

De uno de los frenazos que vino acompañado de un fuerte chirrido el vagón no volvió a reanudar la marcha, las luces se apagaron y todo quedó en silencio. No era la primera vez que vivía aquella situación y normalmente no duraba más de uno o dos minutos.

 

Yo que me encontraba de pie en una de las puertas ya que para un trayecto tan corto y después de estar sentado todo el día me apetecía tener las piernas estiradas pude ver gracias a la luz tintineante, una de tantas que pueblan los túneles para casos de emergencia, como estaba frente a la placa semi oxidada del kilómetro 66.200 de la red. Siempre nos quedamos parados en el mismo sitio, pensé por un instante como tantas otras veces que seguro que había algo mal justo en esta parte del recorrido y que habría que poner una queja para que lo revisaran.

 

Poco a poco pareció que se intentaba recuperar la luz con varios flashes pero en ninguna ocasión se mantuvo esta por más de medio segundo, además no era una luz clara, tenía tonos rojizos, como si los tubos que iluminan el vagón hubieran sido teñidos.

 

De pronto se reemprendió la marcha con un arreón y un ligero bamboleo lateral que casi hizo que me cayera al resbalarme algo el pie mientras que intentaba afianzarme agarrándome a una de las barras. La luz no había vuelto pero lo importante era salir de ahí, ya ni siquiera había tintineos de los puntos de iluminación que antes si funcionaban.

 

El ambiente estaba muy cargado, se le había unido al aire viciado de los túneles un nuevo olor que me trajo recuerdos extraños, de hacía décadas cuando siendo niño hice una visita a unos familiares del pueblo durante un invierno mientras que hacían la matanza, me vino a la memoria como chillaba el gorrino mientras que le sacrificaban y el olor a sangre, tan parecido al olor que había ahora mismo en el vagón.

 

Al fin llegamos a la estación y justo cuando se paró definitivamente el tren volvió la luz al vagón. La estación estaba vacía, el vagón, en el que antes íbamos cinco personas, contaba ahora con cuatro cadáveres tirados por el suelo, alguno chorreando sangre y algún otro con posturas antinaturales en su cuerpo.

 

Yo mismo tenía manchas de sangre en mis pantalones, y el resbalón que había tenido anteriormente había sido provocado precisamente por eso, el líquido rojo y denso que cubría parte del suelo. No estaba donde empecé el viaje, al final del vagón junto a la última puerta sino frente a la penúltima, en ese momento no recordaba haberme movido, no recordaba haber escuchado nada que pudiera haberme hecho saber lo que había pasado. La cabeza me daba vueltas por el hedor creciente y la sensación de no saber que es lo que había pasado. No había nadie en la estación.

 

- Dios, ¿qué ha pasado? - Grité a sabiendas que nadie me escucharía.

 

- El dios en el que crees no existe, al igual que el diablo tampoco. Aunque sí que hay antiguos seres como yo y otros más modernos como tú, con los que nos divertimos bastante por cierto gracias a las debilidades que atesoráis.

 

No había nadie más ahí, pero la voz, esa voz clara y firme no dejaba de hablarme. Quizá me estuviera volviendo loco o estuviera soñando, esto no podía estar pasando en realidad.

 

- Mira lo que has hecho, cuatro cadáveres tirados por el suelo y ensangrentados, mírate las manos, mírate las ropas.

 

- ¿Quién eres? ¿Dónde estás?

 

- Siempre las mismas preguntas, ¿quién eres?, ¿dónde estás? Que poco imaginativos sois los humanos. Soy el que te ha ayudado a salvar la vida por el precio tan barato de cuatro vidas ajenas. Me parece un buen negocio, total, sois demasiados en el planeta, jajaja.

 

La risa retumbó por todo el vagón, era una risa malvada, cargada de odio y de superioridad.

 

- Pero si ahora decides que no quieres seguir viviendo, eso tiene fácil arreglo.

 

La luz se volvió a ir esta vez en toda la estación, de la que aún no había arrancado el tren, y sentí un intenso dolor en las piernas. Parecía que me las hubieran golpeado con una barra de acero y me las hubieran roto. Caí al suelo y noté el sabor de la sangre ajena en mis labios.

 

Al volver la luz, vi ante mi a un ser de más de dos metros de altura, ligeramente encorvado para no darse con el techo del vagón, mirando desde arriba con semblante burlón, no parecía humano, no se parecía a nada que hubiera visto antes, era una mezcla de todo y de nada. Sus dos pares de globos oculares medio negros medio rojos se clavaron en mi mientras que con uno de sus dedos, más parecidos a garras que a dedos, recogía algo de sangre que resbalaba por uno de los asientos y se la pasaba por una de las aberturas que tenía en la cara y que podría ser la boca por como succiona el líquido.

 

- No tenéis ni una pizca de memoria los humanos, ¿acaso no recuerdas la vez que de pequeño entraste a la caseta de la gitana cuando visitó tu barrio durante las fiestas? ¿Y lo que te dijo?

 

En ese momento pasó por mi cabeza la imagen de aquella caseta, había pasado hacía tantos años que lo había olvidado completamente pero había vuelto a mi como si lo estuviera viviendo de nuevo. Más que una caseta era una furgoneta decorada para parecerlo, gracias a unas telas que recubrían exterior e interior dándole un aspecto etéreo muy provechoso para el negocio. Los tonos oscuros de las telas del exterior contrastaban con los verdosos del interior y la iluminación a base de antiguos candiles de aceite con una llama que se movía en consonancia con las pequeñas ráfagas de aire y que incluso dejaban notar la respiración de los que estuvieran dentro sumaba cierta teatralidad y tenebrosidad a la lectura del futuro que se anunciaba con un cartel al lado de la puerta.

 

Dentro no había ni la tan manida bola de cristal ni una simple baraja de cartas del tarot ni siquiera unas piedras o unas tabas con las que leer los designios del futuro, sólo una pequeña mesa de madera sin barnizar y dos pequeñas sillas, que más bien parecían taburetes en el mismo estilo de la mesa. En uno de esos taburetes estaba sentada la gitana vestida todo de negro, con diferentes capas que no se podían distinguir a causa del color de la ropa, también eran negros los trazos de pintura que rodeaban sus ojos totalmente blancos. El resto de ella era también blanco, su piel, su pelo y sobre todo el pequeño colgante que llevaba del cuello y que tenía forma de flecha de dos puntas mirando una hacia arriba y otra hacia abajo.

Al entrar saludé y me senté en el taburete sin que me lo ofrecieran. Y me quedé quieto y callado mientras que notaba como aquellos ojos blancos sin pupilas me examinaban profundamente de arriba abajo. Más que quieto estaba paralizado.

 

- Cuatro por uno. - Eso es lo único que me dijo, la dí cuatro monedas y no me dijo nada más, no me habló más que para decirme que me fuera ya. La pedí que me leyera el futuro como decía en el cartel de la entrada pero como no lo hizo recogí las monedas y me fui.

 

Volví al vagón como si el viaje por mi memoria me hubiera transportado realmente a aquel momento y ahora hubiera vuelto de golpe y porrazo a la realidad.

 

- Cuatro por uno, no era un consejo ni el precio del mismo, era el precio que debías pagar para engañar a la muerte durante un tiempo. Ahora ya has hecho el pago y puedes marchar y disfrutar del resto de tus días, si quieres.

 

- Mis piernas, me duelen, no puedo moverme, me las has roto. ¿Cómo voy a marchar ahora así?

 

- No, sólo estoy jugando contigo. Sois tan blandos. Si quieres marchar, marcha ahora.

 

- ¿Eres tu la muerte? – Me escuché preguntando antes de perder el conocimiento.

 

Desperté en mi cama al día siguiente, pensando que todo lo que había pasado había sido una simple pesadilla producto del estrés en el trabajo unido a los libros que había estado leyendo últimamente ya que nuestra cabeza muchas veces juega con nosotros sin que lleguemos a adivinar por que. Sin pensar mucho en ello continué con mi rutina mañanera y salí de casa dispuesto a hacer que el día pasara como cualquier otro sin demasiados altibajos.

 

Cuando entré en la estación de metro tuve un pequeño flash back en el que recordaba como había salido de allí en total oscuridad sin tener el control de mi cuerpo para hacerlo, como si durante esos momentos no fuera el dueño del mismo. Al llegar al anden vi como en las pantallas estaban dando la noticia del terrible asesinato de cuatro viajeros durante la noche anterior y de cómo durante el mismo no había sido grabado nada por las cámaras de seguridad y no había pruebas de ningún tipo.

 

Un escalofrío me recorrió el cuerpo y me quedé totalmente petrificado, dentro de mis esquemas no cabía la posibilidad de que todo aquello fuera posible. Intenté dar la vuelta para ir a casa y encerrarme por un tiempo mientras que intentaba asimilarlo todo pero volvía a no tener el control sobre mi cuerpo.

 

Lo que creía haber soñado había ocurrido en realidad.

 

- No fui yo, no fui yo. - Intenté autoconvencerme desesperadamente.

 

De repente vi como las luces del andén se iban apagando poco a poco y las personas que estaban esperando el tren a lo largo del mismo iban desapareciendo entre la oscuridad, sentí una ligera brisa de viento helado que venía desde la oscuridad creciente desde las dos bocas del túnel y oí un silbido casi inaudible que dolía en los oídos. Tenía la necesidad acuciante de salir de allí antes de que la oscuridad llegara a mí pero no lo conseguí, no podía moverme, no podía gritar, sólo podía empezar a recordar.

 

Y recordé. Recordé como la noche anterior mientras que estaba en el último vagón del metro y justo cuando la luz se marchó tuve la necesidad de quitarle la vida a los cuatro compañeros de trayecto que para su desgracia compartieron el viaje a la oscuridad de forma violenta.

 

Recordé como esa necesidad vino de la mano de un Ser Antiguo y burlón, que tras bloquear el latido de mi corazón me dijo que si era capaz de eliminar esas vidas antes de que terminara la mía por falta de oxígeno podría seguir viviendo hasta que la muerte me reclamara a su lado de nuevo dentro de muchos años.

 

Recordé como ante la inminente asfixia caminé en la oscuridad hasta llegar al señor mayor que estaba recostado en el asiento más cercano a mi y como le retorcí el cuello mientras que intentaba revolverse confuso por la situación hasta que dejó de respirar, también recordé como le quité el bastón después de ello.

 

Bastón con el que golpeé en el cuerpo y la cabeza al chico que escuchaba música en su móvil y que se abalanzó sobre mí cuando entre fogonazos de luz vio como acometía el primero de mis crímenes mediante estrangulamiento. Después de golpearlo y dejarlo inconsciente y mientras que la chica que antes se situaba en frente suya no paraba de gritar le introduje el pequeño aparato que no dejaba de emitir la molesta música hasta que hizo tope, ya dentro totalmente de su garganta.

 

La chica gritona se fue al otro extremo del vagón y yo fui tras ella pero el señor del traje barato se interpuso momentáneamente encarándose conmigo, yo ya notaba como la falta de oxígeno me estaba afectando a las fuerzas y me lancé hacia él para tirarle al suelo, caímos juntos recibiendo él un fatal golpe en la nuca con uno de los asientos quedando tendido sin vida y con el cuello roto, sólo quedaba la chica cuyos gritos ya se ahogaban entre súplicas.

 

Una súplica es lo que yo hacía al final por mi vida, necesitaba matarlos para poder seguir vivo.

 

Se tiró al suelo haciéndose un ovillo, la golpeé pero ya casi sin fuerzas, no podía cogerla del cuello como al primero y las partes vitales estaban protegidas por esa forma de estar tirada en el suelo. La cogí de la larga melena y tiré con todas mis fuerzas hacia arriba, ya estaba al descubierto. Con las manos cubiertas de mechones de pelo recién arrancados la ahogué lo más rápido que pude, ya no quedaba aire en mis pulmones y empezaba a sentirme mareado cuando ella soltó el último aliento.

 

En ese momento pude respirar de nuevo.

 

Noté como tenía los dos pares de ojos del Ser Antiguo clavados en mi, y con la adrenalina por la nubes y la vuelta de la respiración fui hacia el con la intención de completar mi tarea. Cegado por la ira por lo que me acababa de obligar a hacer intenté golpearle con el palo, pero lo frenó antes del impacto. Algo más hizo conmigo porque consiguió que redirigiera toda esa rabia hacia los cadáveres que yacían en el suelo sin vida. Ahí fui más salvaje y primitivo incluso que cuando les había quitado la vida.

 

Fui yo, fui yo.

 

La luz volvió a aparecer en el andén en la zona en la que me había quedado paralizado, noté una presencia que antes no estaba, el Ser Antiguo estaba detrás de mí. Sentí como apoyaba sus garras en mis hombros y como reía burlonamente.

 

- ¿Eres tu la muerte?

 

- No, la muerte eres tú. O por lo menos parte de ella en forma humana.

 

Intenté seguir con mi vida.

 

Ahora le podría dar una respuesta más consciente de lo que es el miedo a mi antiguo profesor, miedo es lo que vi en los ojos de aquellos pobres viajeros justo antes de quitarles poco a poco y con una violencia desmesurada la vida, con la esperanza de poder continuar con la mía después de aquello como si tal cosa.

 

Miedo es lo que he sentido yo durante décadas desde aquel día sabiendo de lo que era capaz de hacer con el impulso apropiado, y ese miedo lo he sentido hasta ahora que la muerte, a la que esquivé en aquel momento, ha venido a reclamar lo que es suyo.

 

No me queda ya ni tiempo ni tratos por hacer. Es momento de ir con ella.

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Obra colectiva del equipo de coordinación ZonaeReader

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