Relato 18 - La curva arcoíris
VERDE
Sibilante, el roce de los raíles del tren acompañan los movimientos ondeantes de la muchacha. Una joven de grandes ojos verdes castiga sin piedad el teclado del Samsung mientras deja escapar algún que otro reflejo de luz cristalina cuando los rayos del sol chocan contra la esfera de su reloj. Sus uñas, pintadas de verde, muestran en sus anulares una fina línea negra en su borde que rompe la simetría de lo cotidiano, a la vez que danzan por la pantalla del móvil. En su camisa verde descansan largos mechones ondulados que se enredan caprichosamente por los cables de sus auriculares. Bajo su nariz de cerdita coqueta se esconden pequeños rubores a medida que va leyendo las respuestas del wasap, y sus labios siguen silenciosos la letra de alguna canción. De pronto, tras una breve pausa, aprieta el tornillo de uno de sus pendientes en forma de perla, pero no cesa su verde mirada de escudriñar la conversación. Un pequeño tic recorre sus párpados dibujando de vez en cuando una expresión de sorpresa en su rostro marcado finamente por diminutos relieves de acné. Suena la megafonía, toca su parada. Su cuerpo verde se incorpora y se dirige a la puerta de salida.
ROSA
Enfurruñada, una niña de lazos color rosa frunce el ceño frente a su abuela. Sus rizos rebeldes acompañan su terquedad: quiere más pipas. Apretando fuertemente sus bracitos cruzados, va repitiendo una y otra vez su petición, su deseo, su orden. Se ha remangado su rebeca rosa, y de vez en cuando intenta acceder al paquete que reposa en las faldas de su abuela, pero rápidamente obtiene como respuesta un bofetón en su diminuta mano. Sus pies se tambalean hacia delante y hacia atrás, ataviados con unos zapatitos rosa que no llegan a rozar el suelo. Se aburre, tiene ganas de llegar ya. Va a visitar a sus primos de Santiago y su infantil impaciencia rebosa por cada poro de su piel rosada. Quiere pasar con ellos la festividad del Día de Galicia, y ya sueña con todos los juegos y aventuras que le esperan. Anuncian por megafonía la proximidad de su destino. Su semblante cambia por completo, una sonrisa de labios rosas peina el vagón donde se encuentra. Recoge con prisas su peluche color rosa y lo pone a buen recaudo bajo su brazo. Ya queda poco para llegar.
AZUL
Enfrascado, un hombre de negocios mira atentamente su pantalla del portátil. Con su mano derecha arrastra el ratón, trasladando el puntero por una serie de cifras azules importantísimas para él, auténticos jeroglíficos para cualquiera. Con su mano izquierda, afloja el nudo de su corbata de rayas azules, ladeándolo como un péndulo, deshilachando la tensión de un trabajo que le exige demasiado. De su maletín cuelgan unas credenciales color azul que guardan las fechas de una serie de conferencias ineludibles. La primera de ellas en Santiago de Compostela, hora prevista, 21:00. Sus ojos azules se posan entonces en el rólex que se enrosca en su muñeca. Son las 20:39, queda poco para llegar, comienza a recogerlo todo con las prisas del ladrón que oye sirenas. Oye por megafonía la próxima estación. Un último vistazo le confirma que no se olvida nada. Intuye que hoy va a ser un día fructífero.
NARANJA
Ruborizada, una señora entrada en años se atusa la falda naranja en su asiento del tren. Está leyendo una novela erótica, y un rubor anaranjado recorre sus mejillas adornadas por insolentes pecas que le dan un aire travieso. Tras sus gafas de montura naranja se escandaliza con las oraciones más picantes de la novela. Pasa una de las páginas con lentitud, un fuego intenso y naranja brota en su interior, sigue con la narración. Las descripciones de las escenas hacen que recuerde un cuadro de Julio Romero de Torres: naranjas y limones. Intenta tapar con la mano el título de la portada, por si alguien se percata de la temática e intuye sus pensamientos pecaminosos. El marca páginas naranja reposa en la última parte de la historia, leyendo en secreto el índice de capítulos. Se encuentra en lo más interesante del libro. Sus personajes cada vez viven con ella las locuras más excitantes. Ella desea entonces ser la protagonista, desea sentir todas y cada una de las experiencias descritas. Y en el momento en que suena por megafonía la proximidad de la siguiente parada, desea que el trayecto hacia Santiago de Compostela no termine hasta el final del capítulo.
NEGRO
Suplicante, con susurros callados una monja ruega la pronta llegada a su destino. Bajo su cofia negra repite como una letanía las oraciones que aprendió desde niña, que le acompañan desde su comunión, desde que se las repitiese su querida madre a los pies de su cama, las que comparte con sus otras hermanas cada día. Sus grandes ojos negros están velados por una nube de preocupación: le da miedo viajar. Y su boca se mueve sin sonidos con su rezo, padre nuestro que estás en los cielos. Entre sus dedos tiene entrelazadas las cuentas de su rosario color negro, sin parar de jugar con ellas, traspasando algo de su nerviosismo a sus eslabones. Los dedos de sus pies pugnan por salir de sus sandalias negras y van dando golpecitos tenues en el asiento del pasajero frente a ella, sin percatarse de lo molesto que puede llegar a ser. El hombre que ocupa ese lugar se vuelve para llamarle la atención, pero frena sus impulsos rabiosos cuando se da cuenta de su condición. Ella se disculpa y se santigua. La megafonía anuncia la proximidad de su parada, otro pequeño susto y otra maniobra de persignación la llevan a respirar algo más tranquila. Ya casi está llegando, ya casi está cerca de su congregación, gracias a Dios ya casi está en Santiago.
MARRÓN
Rabioso, un hombre rechoncho y calvo hasta la médula aporrea con rabia las yemas de sus dedos marrones contra el reposabrazos de su asiento del tren. Hace solo una semana que sigue un tratamiento doble de desintoxicación alcohólica y al tabaquismo. Entre otras obligaciones, debe viajar en la sección libre de humos, y en ese preciso instante imperan en él unas ganas horribles por fumarse un cigarrillo. Arde en deseos de saborear esa hierba marrón que endulza sus sinsabores, que le ofrece paz, aunque sea efímera, pasajera. Sus ojos marrones viajan en sueños hacia el vagón restaurante, donde pide una taza de café marrón oscuro acompañado de un chorro generoso de coñac y un pitillo. Se imagina dándole un buen trago. Unos golpes tras él le sacan de la visión. Bajo su asiento, en la parte de atrás, se oyen pequeñas pataditas que lo ponen aún más furioso. Con la frente sudorosa, se da la vuelta con la intención de recriminar a quien sea que esté perturbándole. Pero al ver la figura de una monja, frena sus ansias y acepta las disculpas que la hermana le ofrece con pudor. Santiago de Compostela no queda lejos, escucha por megafonía que Pontedeume está a la vuelta de la próxima curva. Mordiéndose las uñas marrones de nicotina, comienza a recoger planteándose si realmente le compensa seguir con el tratamiento.
AMARILLO
Excitado, un joven aventurero manipula sin descanso el cronómetro de su pulsera amarilla para contar los pasos que va a recorrer en su próxima caminata. No ve la hora de llegar a Santiago de Compostela y comenzar su ruta. Sus largos cabellos de bucles amarillos se enredan en un mar de impaciencia que inunda su cabeza. Va a realizar el camino de Santiago con un grupo de senderistas que ha conocido por Facebook y está deseoso de llegar a su encuentro. Quedan pocos minutos para llegar, según le dictan los dígitos brillantes y amarillos son las 20:39. Su carácter tímido le crea dificultades a la hora de entablar amistad con los demás, pero con estas actividades logra solventar ese defecto. Lo tiene todo listo en la mochila: el saco de dormir, la linterna, los zapatos especiales para travesía de cordones amarillos fosforescentes, la cantimplora, mudas para toda la semana, un par de bastones, un pequeño botiquín de primeros auxilios. Repasa en su mente todo lo que lleva y lo que haya podido pasársele por alto. ¿Cómo serán sus compañeros? ¿Serán amables? ¿Compartirán sus mismas inquietudes, sus mismos gustos? Se imagina las posibles conversaciones que pueda tener con ellos. Estudia a fondo los temas adecuados, como naturaleza, deporte, y el más socorrido: el tiempo. Por megafonía, la dulce voz de una azafata anuncia la proximidad de la siguiente parada. El joven senderista se atusa sus rizos, se estira por completo poniendo a prueba sus articulaciones y se prepara para salir al encuentro de su próximo desafío.
BLANCO
Desbordado, Francisco lleva viviendo la rutina de conducir ese tren durante largos y tediosos años. Es un maquinista eficiente, con experiencia, con la sabiduría de haber recorrido kilómetros y kilómetros del territorio español. Su pelo blanco, canoso por entero, guarda años de veteranía tras el volante del tren. Bajo su ancha nariz, parlotea en su jerga laboral las instrucciones que debe seguir con su interventor. La charla por teléfono lo tiene embotado, se frota las bolsas de sus ojos con parsimonia mientras discute los pasos a seguir. El maquinista acaricia la cruz blanca colgada a su cuello mientras manipula el cuadro de mandos del vehículo, a la vez que sigue los consejos de su interlocutor. Queda poco para llegar al andén de Pontedeume, son las 20:39, la voz grabada de megafonía anuncia la llegada a la próxima parada, pero él, distraído, no se percata que su velocidad no es la adecuada. Cuando llega a la próxima curva, Francisco ya no tiene tiempo para maniobrar, ya no tiene tiempo de aminorar. Sin saber qué hacer, a Francisco se le queda la mente en blanco, aprieta fuertemente la cruz blanca de su cuello y suelta un escueto “dios mío, no”.
***
Hoy, 24 de julio de 2013, el trayecto del tren Madrid-Ferrol queda interrumpido en la curva de Angrois. Hoy, a las 20:41, quedando menos de tres minutos para llegar a la parada de Pontedeume, el síndrome de pérdida de consciencia situacional del maquinista provoca el descarrilamiento de sus vagones a 120km por hora. Hoy, cuando quedan solo horas para el Día de Galicia, un accidente de tren arrasa con 80 vidas en cuestión de segundos en un tramo de vía limitado a 80km, una vida por cada kilómetro. Hoy, un arcoíris de 80 almas escapa entre los amasijos de hierro retorcidos. 80 almas excitadas, rabiosas, suplicantes, ruborizadas, enfrascadas, enfurruñadas y sibilantes vagarán eternamente por sus vías en busca de la estación de Santiago.