Relato 115- Noches de imsomnio

         Y si te dicen que debajo de tu cama, justo encima de donde duermes, hay un muerto. Sí. Si te dicen que debajo de tu cama están los restos de un ser humano como tú, las carnes difuminadas de alguien que vibraba en la vida igual que tú, enterrado en ese suelo, hueso a hueso. Si te dicen que duermes sobre despojos mortales que jamás tuvieron cristiana sepultura.

          En efecto, tus sueños flotan encima de un cuerpo ya sin vida que un día palpitó, como tú, sobre esta tierra. Bajo tu cama yace un corazón que bombeaba cinco litros de sangre por minuto y, desfallecidos ya, están también un par de pulmones capaces de contener perfectamente cinco litros de oxígeno, hasta que la mano asesina se lo prohibió.

          Cinco es el número bíblico sagrado. Son cinco los libros escritos por Moisés donde está el instructivo para salvar del pecado a la pobre humanidad agobiada y doliente. El hombre, desde su nacimiento está hecho de carnes pecadoras, es un náufrago eterno de sus flaquezas. Esos vicios navegan entre litros de sangre, minuto a minuto, segundo a segundo. No hay pecado sin pecador de carne y hueso, ni huesos sin demonios.

          Son ellos los que sostienen hoy tu cama. Ya no está la sangre fluyendo, ni los músculos en tensión, ni el aire inflando los pulmones, dando impulso a una voz, a una mirada. Tan solo los huesos permanecen y se transforman en fantasmas que hoy habitan los desvelos en tus noches. Duermen a tu lado. Te conversan de cuando en cuando. Te meten ideas raras en la cabeza que se quedan dando vueltas y entonces la noche se convierte en un aullido que revienta tus oídos.

          Era ella. Seiscientos cincuenta músculos acolchonando su esqueleto, recubiertos por una piel tersa y joven, una piel canela con ganas de vivir. Catorce falanges dando forma a cada una de las manos que acariciaron, que abrazaron, que lucharon, que ya no pueden arañar más esta tierra. Veintiocho falanges conformando el conjunto de huesos de los pies, con sus incontables pasos atados a sus luchas, las luchas atadas a los seres, con los demonios a cuesta, agitando la existencia.

          Esos huesos toman siempre formas diversas. La noche anterior los viste hacerse caracoles. El techo se llenaba de decenas y decenas de moluscos. Tan pegajosos, tan babosos, tan resbaladizos. En cualquier momento se te iban a caer encima. Los había muy chicos y también muy grandes. Por momentos sentías que su propósito era dejarse caer sobre tu cama. Te movías al ritmo de ellos para que no fueran a terminar estrellados en tu rostro. Iban y venían de un lado para otro y te miraban. Parecía que te señalaban con sus antenas. Observabas despavorido, estupefacto, inmóvil.

          Finalmente, el más chico se dejó caer. Levitó un instante y avanzó despacito hacia tu mejilla. Cuando por fin tu mano llegó a salvarte, con toda la angustia del mundo, quedó humedecida por las diminutas gotas de sudor que bajaban por tus sienes. Del oído de la muerta solo queda el yunque, el martillo y el estribo, te dijiste a ti mismo. Hasta miraste el libro de anatomía y supiste que son los encargados de llevar los sonidos para que el caracol les dé forma y contenido. ¿Y si aún vibraran esos tímpanos? ¿Serían ellos los que acecharían todo el tiempo tu voz y tus suspiros? A veces fantaseas preguntándoles por todo lo que dices cuando hablas dormido.

          Tus sueños ya no son sueños, son auténticas pesadillas instaladas en el reducido cuarto donde duermes, por cuya diminuta ventana apenas se filtra débilmente la luz de la luna y por donde no vas a poder escapar cuando necesites hacerlo. Tus sueños son pesadillas que van tomando formas diversas, escondidas bajo la oscuridad de la noche que oculta misterios, angustias y miedos. Dudas siempre antes de apagar la luz, porque al comienzo la tibieza de la cama te dice que aquí no pasa nada. Entonces, fiel a ese parte de tranquilidad, intentas quitar de tu memoria la historia contada de mil maneras, pero con una única verdad al desnudo.

          Y es que fue una noche, hace cientos de noches cuando la enterraron. El sonido de la pala te acompaña mientras tú la imaginas haciendo crujir los huesos. Una y otra vez la pala hiere la tierra, mientras la noche avanza, y alcanza apenas para cavar la tumba en el centro de la habitación y para cubrir el cuerpo, sin mortaja, sin despedida. Afuera ladra un perro hambriento. La calle solitaria guarda el secreto. El silencio de la noche se hace cómplice. Pero los huesos aburridos de quietud empiezan a cobrar vida y van nutriendo tus angustias.

          A veces te impiden respirar, pareciera que quisieran asfixiarte, se sientan a tu lado, se acomodan junto a ti. Aunque tú no fuiste el artífice de este enterramiento. Tú no te abalanzaste sobre el cuerpo para quitarle el último suspiro. Tú eres simplemente una víctima más. Así que te das vuelta y descubres que estabas boca arriba, con tu mano sujetando tu propio cuello. ¡Vaya susto! Recuperas tu respiración y te acomodas en el sórdido espacio de tu cama.

          La noche entonces va tomando forma. Regresan los espantos. Sientes los pasos que recorren la casa. Es el espíritu el que viene por sus huesos. Tiemblas y te envuelves entre las cobijas, en posición fetal, por si las dudas. Eres inocente, pero los muertos no entienden de inocencias. Esta muerta solo sabe de su vida arrebatada, de su lugar en el barrio, años atrás, justo en esta casa, en este mismo cuarto. Muy despacito se te acerca, te musita al oído, pero no entiendes lo que dice. Intentas, en vano, entablar un diálogo, las palabras se rehúsan a cumplir su cometido. Eliges gritar con todas tus fuerzas, pero nadie te escucha. Tu corazón es un estallido angustioso y en un sobresalto te encuentras sentado entre las sábanas, escudriñas la oscuridad, agudizas el oído. Vuelves a acomodarte. El sueño te llama, intentas responder a su llamado, pero se hace huidizo, no logras atraparlo. Esto es apenas el abrebocas. ¡Pobrecito! ¡Pobrecita! ¡Cómo fueron a cercenar su vida! No lo entiendes. Tampoco ella lo entiende. Te lo ha dicho muchas veces, especialmente en las noches frías cuando la lluvia llora en tu ventana. Tal vez llora por ella.

          En qué momento se le ocurrió enredarse con el cirujano, tan prestante, tan señor. Con su aspecto de hombre honesto. El hombre más importante de este barrio, después del cura. Sin duda un hombre bueno, porque venirse a estos barrios encaramados en la montaña, sin Dios y sin Ley, donde solo llega el hambre a mares. ¡Solo un santo lo hace! Sin duda es más santo que el mismísimo cura. ¿En qué momento ella aceptó adentrarse en su casa, dejándose llevar por las promesas de Cupido? ¿En qué momento se permitió pasiones tan humanas, tan carnales, tan mortales? ¿En qué momento la dulzura de los besos se difuminó en el aire? ¿En qué momento hasta el mismo Cupido ayudó a enterrar su cuerpo en este cuarto frío y triste?

          Corres hacia ella le pides que escape, pero se resiste. Ya dentro de la habitación puedes verlo todo claramente. La muerta quiere que lo veas todo, que no pierdas ninguna imagen. Están todos allí, el médico a medio vestir, ella con el pavor en sus ojos y la mano ofendida de la esposa buscando el objeto que termine, de una vez por todas, con este festín apasionado. Intentas detenerla, pero ya ha encontrado el cristal de una copa que aprisiona entre sus manos, desbordada de rabia, de celos, de rencor. El despecho furioso y enardecido hace trizas la copa en que bebían los amantes y la incrusta en el pecho de la joven mujer. No puede escapar no tiene fuerzas. Cae arrodillada al suelo y sabes que por su cabeza solo ha quedado una preocupación. ¿Quién cuidará de su pequeño? ¿El cirujano se hará cargo de su propio hijo?

          Estás llorando de rabia y no te crees el gesto arrepentido del cirujano que toma el cuerpo blando e inerte y, entre besos y abrazos, intenta reanimarla, detener la sangre. ¿Por qué toma el pulso una y otra vez? ¿No basta ver que el cuerpo se ha vaciado del rojo intenso y hermoso, que el corazón se ha detenido ya? Nada bombea esta vida, ni un suspiro más. En este duelo a muerte de pecados capitales la ira furibunda hace lo que desde siglos ha sabido hacer, volviendo añicos la lujuria.

          La esposa enardecida aún no sale de su frenesí. El cirujano la mira con reproche. Sin embargo, sabe que no se pueden permitir tamaño escándalo. Que el tiempo es breve en esta noche eterna. Que bajo tierra quedará esta pasión fatal. Los muertos no hablan y su amante no será la excepción. Al instante las paladas ensordecen el ambiente. Se dan a la tarea de abrir la fosa para esconder a los ojos del mundo esta tragedia. Intentas impedirlo. Estiras tu mano y sientes la ira de la pala que se abalanza sobre ti. Retrocedes hasta chocar con la pared. Adviertes el golpe que van a asestar sobre tu cabeza y entonces te despiertas.

          La historia que todos cuentan en la escuela, en el barrio, entre los vecinos, nunca conocerá la verdad que la muerte te ha revelado a ti.  En esa casa viven la pena y el alma de una mujer que no descansa. A hurtadillas, sin que nadie los escuche, te dan detalles, pero todos te suenan inventados, mitos repetidos, leyendas subrayadas. No escuchaste los consejos que te dieron. No rente la casa profesor, por muy barata y muy cómoda que parezca. No lo haga por su bien, te dijeron. Pero tú, tan amigo de la ciencia, tan lejos de los aparecidos y de los espantos, casi desafiando a la muerte, la tomaste. Les dijiste incluso, muy en broma, que gustoso los atenderías cuando empezaran a danzar en tu aposento. Te metiste solito dentro de esta historia. 

          Tu mente te repite que todo es sueño y sugestión y se avergüenza de tu debilidad y te llena de angustia, a la vez. Pero tu cuerpo y tu piel saben que ahora guardas la verdad de esa habitación, de esa casa, de esa esquina y del barrio entero. Esta historia está agotando tu sueño, pero tranquilo, ahora el sol comienza a salir nuevamente y la razón recobrará más vida en ti que todo lo anterior. Tienes toda la jornada para reponer tus fuerzas, para buscar la sensatez que trae consigo el día, porque la tarde vendrá inevitablemente y con los primeros pasos de la noche comenzará de nuevo el eterno tormento abrasador.

Consulta la comparativa de eReaders en Español, más completa de internet.

Podría interesarte...

 

 

 

 

 

 

Obra colectiva del equipo de coordinación ZonaeReader

También en redes sociales :)