Relato 049 - CAPITÁN
Dedicado a Prospero Morales león, piloto aviador.
—¿Qué es eso que cruza las estrellas padre?
—Es el ave fénix.
CAPITÁN
El avión fumigador AT-802F rugía como un león, aunque de vez en cuando también fallaba. Las llantas rozaron la siembra de maíz y el avión se levantó para la siguiente aplicación. La luz solar encandiló por un momento al piloto, después observó tres figuras suspendidas en el cielo azul. Talló sus ojos esperando que fueran un efecto del encandilamiento, pero las figuras ahora estaban más cerca, parecían presenciar el trabajo del piloto. El capitán Prospero terminó la aplicación sin exaltarse, aterrizó el avión y lo estacionó en el hangar correspondiente. Sus pensamientos se dirigieron hacia las figuras esféricas. Reprimió el impulso de comenzar a cantarlo a los demás trabajadores y otros pilotos, ya que nadie hizo mención de tres figuras esféricas en lo alto del cielo. Fue hacia una hielera y tomó una lata de cerveza que terminó en pocos tragos; abrió también la siguiente. Ese día volvió el sueño recurrente, el que comenzó cuando su mejor amigo, maestro y compadre, falleció en un accidente aéreo; el tema del sueño era un cielo lleno de helicópteros y aviones de combate y, más en lo alto, esferas bajando del cielo.
A la mañana siguiente despertó con el malestar de extrañar a su familia, de la cual la mayor parte del año se encontraba separado por su empleo. Al levantarse al cielo en su avión amarillo las figuras de nuevo estaban presentes, se sintió observado. Recordó todos los libros de ciencia ficción leídos desde antaño para encontrar algo de valor, volvió a ignorar las figuras para concentrarse en su trabajo. Antes de acabar el día recordó su sueño, una fría sensación le recorrió la piel. Encendió un cigarrillo y permaneció alejado de su equipo de trabajo observando el cielo. Esa noche soñó con su familia: estaban tristes, esperándolo. También soñó con su compañero de vuelo; su fallecido amigo Victor Chavira, quien le enseñó a volar desde muy joven.
Recurrentemente el capitán Prospero soñaba con el cielo lleno de helicópteros, y también de naves espaciales bajando desde el firmamento. Pilotaba un avión fumigador, un Air Tractor amarillo. La siguiente mañana, con el sol en lo alto y el suelo muy por debajo de sus pies, mirando un cielo de azul muy claro, su corazón se detuvo: su vida pasó como un recuerdo por su mente en un instante. El capitán Prospero murió.
Volvió a despertar: se aferraba al cuerpo mediante hilos invisibles, mediante voluntad y llanto, incluso más mediante la negación a morir. Observó el traslado de su cuerpo en un avión hasta donde lo esperaba su familia, y todas las persona que lo amaron en vida; dijeron que sería el último vuelo y el lo creyó, pero estaba equivocado. Durante su funeral, entre llantos y lágrimas incansables, aviones cruzaron el cielo dos días, al tercero esos mismos aviones le acompañaron a su sepultura. La tumba se encontraba a un lado de la Victor, su compañero de vuelo.
Cómo lo iba a imaginar que al fallecer era cuando ocurría, él sentía que pasaría en vida, que las enormes naves espaciales llegarían a la tierra, estaba equivocado, ocurría al morir. Todo seguía en su lugar menos él: sentía todo su ser liviano y flotante. Una mano larga de tono azulado y resplandeciente ofrecía una invitación a lo alto, a subir al cielo. Despertó del sueño largo, el de la muerte. Fue recibido por seres alados de vestimentas y pieles azules: vestían lo que le pareció a Prospero un uniforme y el pensamiento fue acertado, era el traje de las tropas de un ejército. Observó el firmamento y no reconoció las constelaciones que aparecían ante sus ojos.
—Capitán —dijo uno de los seres azules con voz pastosa y arrastrada, en un lenguaje extraño pero comprensible—, lo sentimos mucho, le necesitamos: la batalla decisiva está por comenzar y su nave, el Fénix, está lista. —No tenía ni idea de lo que ocurría. «Pero que diablos» pensó. Fue cuando se dio cuenta que avanzaban; dejaban atrás estas constelaciones que no reconoció.
— ¿Dónde estoy? —preguntó.
—Nave Nodriza Celeste capitán —dijo un ser alto y azul, que parecía tener más rango que los demás—. Repito, lo sentimos mucho, pero ya le necesitábamos.
— ¿Necesitarme? ¿Para qué oscuridad me necesitan? —Sintió su voz tan natural.
Le explicaron la situación resumidamente.
—Yo soy Duke —dijo el ser más azul y alto de todos, quien se pasó la punta de la lengua por sus labios resecos de tono oscuro—. Hay guerra en el universo, las huestes de Lucifer se han levantado: a quedado en libertad después de milenios estelares de confinamiento y, a pesar de sus promesas, lo primero que hizo el poderoso ángel fue rebelarse de nuevo. Capitán, su nave hace honor a su nombre, siempre vuelve, al igual que su piloto, ella lo espera —dijo por encima del hombro del capitán señalando una pequeña nave. Prospero elevó la mirada y contempló la ubicación del Fénix, la más brillante de las seis naves que flotaban en una órbita circular, le pareció preciosa.
El Fénix, al acercarse el capitán, vibró emitiendo una onda se sonido; era un saludo para su piloto. Salió del círculo donde flotaba y descendió para mostrar una abertura donde cabía perfectamente Prospero para posicionarse en su cabina. El capitán subió y, como si lo hubiera hecho tantas veces, encendió el mecanismo interior; luces de colores bailaban dentro de la cabina. La memoria de la nave fue introducida a su piloto y poco a poco le vendrían los recuerdos.
Un enorme planeta de atmósfera clara apareció frente a ellos. Se apreciaban explosiones y batallas en varios sectores, incluso les llegó una descarga que rechazó el escudo protector de la Celeste; la nave se sacudió.
—Estamos frente al planeta Atsolon, aquí se encuentra Micael conocido en tu mundo como Jesús —pronunció el Fénix con voz robótica. Prospero escuchó las palabras de la nave dentro de sí.
—Comprendo, tenemos que ayudarle.
—Verá capitán, tenemos una misión muy especial al respecto; una misión secreta de nuestro señor, usted es un soldado de él de suma confianza.
Por el tono de la voz de la nave el capitán sintió que algo no iba bien, algo no entendía: la memoria no regresaba aún. Temió formular la pregunta, pero lo hizo instintivamente.
— ¿Cuál es esa misión tan especial?
—Nuestra misión es entrar al corazón del planeta y llegar hasta Micael. Somos pocos y estamos siendo vencidos, es nuestra única oportunidad. Yo soy una pequeña nave veloz e indetectable, casi invisible, con un gran poder de destrucción: puedo crear un agujero negro atrayendo la antimateria y destruirlo todo. Podemos llegar hasta Micael capitán, y usted es el indicado para pilotarme: tiene el instinto y fue requerido por nuestro señor.
—Entonces tenemos que llegar a Micael. —Prospero comenzaba a aceptar su destino, se sentía atraído.
La cabina del Fénix se volvió translúcida. Prospero observó el cuerpo azul de Duke, y reparó en que su cuerpo nuevo tenía el mismo tono que el de estos seres. Hizo un gesto y Duke respondió con otro. Era el momento, el Fénix brilló en todo su esplendor y fue lanzado fuera de la nave Celeste hacia Atsolon, hacia el campo de batalla.
El capitán y la nave se volvieron uno, el exterior se inflama y las alas de fuego se dejan ver entre las explosiones en la atmósfera del planeta. Un plasma de fuego avanza sobre Atsolon avasalladoramente, y por su cielo azul cruza el Fénix ardiente. Al fin, solo al fin, se consume en un punto de luz para traspasar el escudo protector que envuelve un enorme palacio blanco. Prospero observa ángeles liberando una feroz batalla en los aires: luces brillantes atraviesan a seres de ambos bandos. Abajo observa y siente a un ser de poder inconmensurable. Comprende que no hay tiempo para más, una sensación de terror y entendimiento lo envuelve.
—No tenemos que rescatarle ¿verdad? —pregunta a la nave, una vez comprendido su cometido.
—Oh, no capitán, no tiene que rescatarlo. —Logró observar los ojos enormes del ser, el cual sin duda alguna era Micael. El fénix pronunció—: tiene que destruirlo. Oscuridad, es nuestra última maldita oportunidad de acabar con ese creador de una vez por todas. —Prospero lo recordó todo. Disparó el arma…
El fénix flota en los límites de nada, en los intersticios de una realidad, vaya a saber cual: una realidad donde la oscuridad comienza a resurgir. Y donde la oscuridad es antigua y sabia, de una paciencia inimaginable. Ahora el Fénix surca el universo de lo no creado y el capitán es libre de cruzarlo.
La nave detecta una presencia enorme en la inmensa oscuridad, el piloto siente un llamado. Aparece una enorme estrella sin luz que parecía estar muerta; era de las de antaño, de una era antes del Big Bang. La nave desciende y aterriza en la superficie. El padre de este universo que no habita en la creación los esperaba: al piloto y a la nave. Este padre era un creador, un ser que habita en la oscuridad en dimensiones circundantes y ajenas a la creación. El ser debido a su antigüedad como creador, logró de nuevo ``imaginar´´ en lo inhabitado y sus hijos, los Kodani, fueron la llave que de nuevo le abrió las puertas del universo. Ahora había aprendido a través del tiempo y de su antigua derrota. Tomaría de nuevo el espacio infinito para sí, porque ahora podía hacerlo.
El capitán bajó de la nave. Observó que sus extremidades se alargaban y enterraban en el suelo. Otros seres aparecieron: de atuendos oscuros, de largas garras y rostros puntiagudos, sobresalían de la parte alta de la cabeza dos largos cuernos. se plantaron en la tierra cual árboles, de ellos salieron raíces negras que se enterraron en la superficie del planeta, no lo consumieron, solo lo cambiaron. La flora y la fauna sin vida también cambiaban, compartiendo. El padre de lo no creado lo observava todo.