Andora o la Pasión Sublimada (8va entrega)

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Raul-de-la-Cruz
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Andora o la Pasión Sublimada (8va entrega)

Mensaje por Raul-de-la-Cruz »

Capítulo XIV
Confesiones.
(Nota 7 –Diario de Campo)
La proximidad de la noche dio por concluido nuestro encuentro por aquel día, de nuevo estoy en el hotel y, como cosa común, sin poder dormir. Ya son tres meses con doce días que tengo conociendo a Andora y creo que estoy enamorado de ella.
Son tantas las cosas que confluyen en su ser que me resulta imposible no amarla. En ocasiones se torna sensual y apasionada; en otras se revela ingenua y hasta tímida; otras veces se presenta hermética y pensativa, pero en otras es como un libro abierto donde puedo leer a mi antojo.
Cuando la vi por primera vez sentí un morbo desquiciante que me hizo hervir la sangre de deseo, pero aquella pasión desenfrenada y hasta tormentosa, ha ido cediendo poco a poco para dar paso a otro cúmulo de sensaciones que hasta ahora no sé como ordenar ni como explicar. Es, por decirlo de alguna manera, la convergencia entre el deseo y la ternura; entre el idilio y la lujuria; entre el placer y la tristeza. Con Andora puedo experimentar una erección súbita e incontrolable, pero también puedo vivir su dolor en carne propia, he aprendido a reír con su ternura y a compartir su intimidad.
Estando a su lado pierdo la noción del tiempo y cuando se aleja de mí, me quedo con un vacío en el alma que apenas puedo mitigar con la esperanza de volverla a ver al siguiente día. Cuando me deja con un beso de despedida, me embriago con ese aroma que mana de ella y lo llevo represado en mi olfato, aunque tenga que contener la respiración. A veces pienso que soy un fetichista incorregible al tratar de interpretar con mis sentidos aquel olor de hembra... de mujer total y absoluta que aun en su ausencia se hace sentir.
Creo que estoy rebasando los límites del amor para llegar a la idolatría, pero no me importa, me siento feliz así y no lo puedo evitar. No tendría la más mínima voluntad para abandonarla, ya lo intenté cuando aun había tiempo y de nada sirvió. Su determinación se impone a la mía, aunque ella no lo sepa. Su presencia se ha convertido en una obsesión que, inevitablemente, me parte la vida en dos: antes y después de ella.
Nunca me he clasificado como mujeriego empedernido, pero tampoco me pude considerar el fiel reflejo de la felicidad conyugal, durante los años que duró mi matrimonio. La vida me ha dado la oportunidad de compartir varios lechos y, ¿por qué no? de establecer comparaciones entre una y otra mujer. Pese a ello, nunca caí en las vanaglorias, a veces infundadas, del machista. Para mí lo único primordial era la imperturbabilidad de mi mente, la serenidad que me permitía actuar con sangre fría cuando era necesario, el control de mis reacciones y emociones.
Esa era mi filosofía de vida, producto de las lecturas de mi adolescencia y parte de mi juventud. Yo mismo, sin proponérmelo, había impuesto una barrera que me aislaba de toda relación comprometedora y duradera. Esa fue, en definitiva, la causa de mi divorcio y solo ahora lo podía reconocer. En su momento pensé que mi matrimonio apenas representaría una prolongación de las consabidas rutinas amatorias, obviando algo tan elemental como lo era el amor.
Mi ex mujer, anhelaba en mí algo más que un amante o un compañero divertido con quien pasar el rato o compartir afinidades. Más que eso deseaba que yo la amara de la misma forma que ella me amaba a mí, pero yo nunca pude asumir esta realidad... bueno, hasta ahora que me confieso enamorado… enamorado de Andora a pesar de que nuestro encuentro más íntimo no ha pasado de un beso o algunas caricias fugaces e inusitadas.
Cuando empecé a vincularme emocionalmente con Andora, supuse que era su ingenuidad lo que me afectaba, pero no era tan simple la situación. El idilio o la pasión idealizada no respondían a lo que aquella hembra despertaba en mí: quería poseerla, desvirgarla, hacerle el amor una y otra vez.
Era evidente que el instinto sexual condicionaba mis pensamientos. En más de una ocasión desperté con una erección incontenible al soñar con su figura diluyéndose entre mi cuerpo y tuve que masturbarme para aplacar el deseo. Sin embargo, este deseo, esta libido que Andora me inspiraba estaba ligado a cierta sensación de tristeza, a una obsesión por poseerla y compensar todas sus carencias afectivas. Era una especie de sadismo sublimado donde el placer se encontraba adherido a todos los sufrimientos que ella había experimentado y que mi mente se complacía magnificar para establecer hacia ella una condición de condescendiente superioridad.
¿Qué pasará después? Cuando todo esto acabe y tenga que regresar a Venezuela. ¿Cómo quedaré yo? ¿Podré seguir con mis rutinas como si nada hubiese pasado? ¿Y si acaso fue el destino y no Antonella Grisanti el que me trajo hasta acá? ¿Y si yo soy el encargado de romper los hilos que la atan a Sebalá? ¿Y si yo soy ese hombre que ella presiente?
Tengo que hablar con ella, pero no puedo buscarla a esta hora, además, es posible que al conocer mis pensamientos se aparte de mí y eso no lo podría soportar... su ausencia desgarraría mis sentidos.
¡Dios mío, mi mente se ha vuelto un caos!
(Fin de la Nota)

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Nota del autor: Lo que se presenta a continuación es una narración estructurada a partir de las notas tomadas durante el curso de los acontecimientos. Las mismas se encontraban dispersas en varias hojas y libretas de apuntes que fueron ordenadas algunas semanas después. Por tanto, pueden existir algunas discordancias entre las relaciones aquí plasmadas y los eventos que las suscitaron. Sin embargo, en todo momento se persigue acoplarlas lo más fidedignamente a la realidad.

Casi todas las noches llamo a Antonella para darle noticias o mensajes de su amiga y hermana de pacto, como se suelen decir estas dos mujeres que han cambiado el rumbo de mi existencia. Mis últimos encuentros con Andora han sido para afinar detalles de lo que llevamos escrito de esta historia, por lo que hemos parado, momentáneamente, las grabaciones magnetofónicas.
Los tres hemos decidido que la historia sea publicada por partes, para así ganarle tiempo a Sebalá. Me he comprado una máquina de escribir y en las últimas semanas he transcrito todos los registros grabados y los manuscritos que tengo en mi poder. No podemos correr el riesgo de enviarlos por correo, ya que Sebalá influye en muchas personas que laboran en la administración pública de este territorio, aunque no sean conscientes de ello y enseguida confiscarían la correspondencia poniendo nuestras vidas en peligro.
Para llevar los capítulos desde la Guayana hasta Panamá, Antonella ha contratado una persona de su entera confianza que todos los viernes llega hasta el Puerto de Cayena para encontrarse conmigo. Allí le entrego los fragmentos de esta historia camuflados entre paquetes de tabaco o cajas de ron que no son requisados al sobornar a las autoridades locales. Gracias a esta maniobra hemos podido sacar los cinco primeros capítulos, los cuales se han publicado en la misma revista que inicialmente me contrató para el reportaje y que ha sido comprada por Antonella para no tener que lidiar con condiciones de edición.
Antonella recibe los capítulos en Panamá y, luego de leerlos, los envía hasta la revista en Colombia. Esta noche mientras hablaba con ella por teléfono me dijo que la revista ha experimentado un significativo incremento en sus ventas y, lo que inicialmente seria un negocio de perdidas, se estaba tornando algo muy rentable. Las suscripciones han aumentado y varios lectores de diferentes países de Latinoamérica (e incluso de España), han escrito a la redacción pidiendo detalles sobre mí y sobre Andora… Incluso, ya había recibido ofertas para hacer una versión en inglés y otra francés de las publicaciones.
- Eso es bueno, entonces - le dije con desgano-
- No pareces estar muy alegre ¿Qué te sucede?
- No sabría como decírtelo, Antonella, a lo mejor son las circunstancias que me tienen un poco turbado, o a lo mejor...
- O a lo mejor es que te has enamorado de ella –dijo para completar la frase que yo había omitido-
No contesté.
- Háblale –me dijo para romper el silencio que se había generado en la conversación telefónica- Ella sabrá comprenderte, pero piensa muy bien lo que vas a decirle. A lo mejor eso que sientes es una ilusión momentánea que a ti no te traerá mayores consecuencias, pero a ella puede costarle la vida.
- De todas formas, este asunto sigue siendo una lotería... ¿Cómo podemos saber quién es el indicado y quién no? En este momento miles de hombres pueden estar pensando en ella, pero eso no nos garantiza que sean los más idóneos parta acabar con esta pesadilla.
- Eso es algo que solo ella sabe. Andora es muy intuitiva y podrá reconocer a su liberador cuando lo vea.

En ese sentido, Antonella tenía razón, pero yo no podía ocultar más este torbellino de emociones que se desbocaban en mi mente, en mi corazón, en mis sentidos. Era el momento de tomar una determinación que rompiera con la incertidumbre, aunque no fuera la más prudente ni la más sensata. A la mañana siguiente hablaría con Andora, se lo confesaría todo aun a sabiendas de que esto nos pudiera distanciar.
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Sin poder conciliar el sueño esperé el amanecer, serían las siete cuando ya me encontraba en su casucha. Para sorpresa mía, Andora no estaba allí, una hora después se apareció. Como siempre, su presencia serena e imperturbable hacía mella en mis decisiones. No me atrevía a iniciar el encuentro manifestándole mis sentimientos, tenía que darme tiempo para conseguir fuerzas, así que después de saludarla con un beso frío y convencional sobre la mejilla encendí la grabadora y le dije:
- Para hoy teníamos previsto continuar con la historia y...

No me dejó continuar, acercándose hasta la grabadora la apagó y se sentó a mi lado, muy cerca, como para romper las barreras que nos habíamos impuesto durante aquellas sesiones. Comenzó a acariciar mis cabellos con ese toque de ternura y sensualidad que solo ella le podía imprimir a un gesto tan trivial.
- ¿Y ahora qué te pasa, Raúl? – me dijo con cierta condescendencia- En tu cara se ve que no has dormido nada.

Me sentí indefenso, descubierto, acorralado. No podía ocultar más lo que ya era evidente y, sin embargo, lo intenté.
- No es nada... Yo estoy bien. Dime ¿Qué pasó con Gerald?
- Eso puede esperar, hoy vamos a cambiar los papeles y me vas a hablar de ti, de lo que sientes en este momento, de lo que te está pasando. Déjame escucharte.

Tomándome por los hombros recostó mi cabeza sobre sus piernas, continuaba acariciándome y yo, sin poderme contener, reventé a llorar como nunca antes lo había hecho. Supongo que fue una catarsis repentina, un mecanismo de defensa subconsciente para drenar todas las emociones que a través de estos días se habían agolpado en mí. Fue una sensación extraña y difícil de describir, algo así como una depresión melancólica, cargada a su vez de una creciente excitación que partía del contacto de mi piel con la suya y de su olor de hembra que tenuemente llegaba hasta mí. Jamás pensé que el deseo y la tristeza su pudiesen reconciliar en la mente y en los sentidos.
Su voz casi me susurraba, las palabras parecían regodearse en su boca para salir con aquella parsimonia que las hacía provocativas, aunque no fuesen insinuantes. Era la primera vez que Andora me hablaba como una amiga.
- Empieza por donde quieras –me dijo- Yo no te voy a grabar, solo quiero oírte. ¿Por qué recelas de mí?
- Te diré lo que me pasa, pero deja que me sosiegue para poder revelarte todo lo que tengo agolpado acá en mi pecho... Tan solo déjame mirarte, para llenarme de tu paz que tanto necesito.

Permanecimos callados por algunos minutos, ella esbozó una sonrisa que me sirvió como punto de partida para interpretar sus encantos. No podía ni quería apartar la vista de sus labios: labios carnosos y sensuales que no habían escapado a la voluptuosidad de sus formas; labios Caribe que parecían haber sido creados única y exclusivamente para el deleite supremo de los besos; labios suaves y delicados en donde los pliegues y las comisuras estaban dispuestos para amoldarse a cualquier boca; labios para ser chupados, mordidos, delineados; labios exquisitos de los que solo podían brotar palabras sublimes y que servían de preámbulo a sus encantos más íntimos.
De esos labios pasé a sus ojos para fundirme en su mirada y tratar de adivinar, a través de aquel negro impenetrable, los pensamientos que en ese instante pudiesen estar pasando por su mente. Ojos grades y misteriosos, capaces de seducir sin proponérselo; ojos latinos de embrujo tropical, de donde podían desprenderse con igual facilidad miradas de amor, idilio, ternura y deseo. Si algo identificaba a Andora era precisamente esa capacidad casi inconsciente que brotaba de sus ojos para proyectar sus emociones más íntimas. Ahora comprendía porque me daba la espalda cuando hablaba de su pasado.
Levanté mi mano para enredarla en sus cabellos, sentir aquella suavidad me excitaba aun más y sin poder evitarlo, la imagen de ella haciendo el amor con Gerald se me vino a la mente. Era una imagen, presentida, creada a partir de mis celos más obsesivos, haciéndome envidiar y maldecir a aquel mestizo que pudo tenerla antes que yo. La sola idea de que ella hubiese experimentado algún placer con otro hombre me enardecía, pero también me excitaba, aunque no lo quisiera admitir. Andora pareció adivinar mi rabia y me preguntó:
- ¿Por qué de repente has empezado a mirarme con odio?
- No es a ti a quien odio, es a mí mismo y a las circunstancias.
- No me pongas nerviosa, te lo suplico. Dime que tengo que hacer para cambiar en ti esa mirada que tanto me inquieta.

De nuevo me desarmaba con sus palabras. Cuando me hablaba así, con esa ingenuidad tan provocativa, la libido se me subía, pero el alma se me partía en dos. Tenía que decirle la verdad, ya me había demorado mucho y ella sin decírmelo, me exigía una respuesta.
- Lo que pasa, Andora, es que me he enamorado de ti y aunque esto no estaba ni en tus planes ni en los míos, es una condición inevitable que fue madurando con cada encuentro y ahora no puedo remediar.
Ella permaneció impasible ante mi confesión y yo proseguí.

- No sabía como decírtelo, temía y sigo temiendo que mi revelación te aleje de mí, pero ya no la puedo ocultar. Te amo, Andora, te amo y ese odio que adivinaste en mi mirada era hacia Gerald... Lo odio por haber ocupado un lugar en tu alma y por haber despertado placeres que yo hasta ahora no he podido despertar en ti.

Después de confesarle mi amor bajé la mirada y cerré los ojos. Estaba a la espera de una respuesta. Me sentía nervioso, pero también aliviado. Sabía que mi destino, desde ahora, quedaba en sus manos. Su repuesta tardaba, pero siguió acariciando mis cabellos y eso me llenó de seguridad.
- Gerald se ha ido –dijo por fin- Ahora está en Martinica por razones de seguridad. Si aquellos hombres lo ven de nuevo lo matan.
- ¿Se fue? –dije apenas conteniendo mi alegría- Así te pagó lo que hiciste por él.
- Se fue por que yo se lo supliqué... ¡Era lo mejor! Aquello sucedió hace algunos meses y desde ese tiempo para acá he vigilado periódicamente la playa. Anoche los vi llegar nuevamente, permanecieron casi hasta el amanecer y por eso no pude venir a dormir en mi cabaña.
- ¿Y qué hacían?
- Lo que han estado haciendo durante todo este tiempo, imagino, descargar armas y ocultarlas quien sabe donde.
- No debes ir más por allá. Si te ven podrían matarte.
- Lo sé pero debo hacerlo. En aquella playa he encontrado muchas respuestas.
- ¿Respuestas? ¿Qué respuestas?
- ¿Te acuerdas de Domitila? La anciana de la que Gerald me habló cuando la vi pasar por la playa.
- ¿Cómo olvidarla? Si desde que me referiste su historia he quedado intrigado.
- Pues bien, hace dos días la encontré realizando sus rituales y me ha revelado muchas cosas que yo ignoraba. Me ha hablado de la forma de posesión que ejerce Sebalá.
- Ya Exnabor te había dicho eso.
- Exnabor solo conoce una parte de la historia, hay muchas cosas que ignora.
- ¿Cómo cuales?
- Qué Sebalá no me puede ni me podrá poseer porque no tiene mi espíritu. Solo domina mi cuerpo y cuando el miedo se apodera de mí, entra en mis pensamientos. Esa entidad puede controlar mis formas físicas y los procesos fisiológicos de mi cuerpo que han quedado en una especie de impermutabilidad momentánea, la cual le es propicia para utilizarme a su antojo, pero nunca... nunca podrá apoderarse de mi alma porque ésta me pertenece y no se ha doblegado ante sus bajezas.
- Sin embargo, puedes humedecerte cuando estás excitada, esa es una función fisiológica que tu cuerpo aun evidencia.
- Lo sé, incluso me mojo más de lo normal, y a veces casi sin sentir deseo, pero eso lo hace Sebalá para hacerme más provocativa a las miradas lascivas y ponerme en bandeja de plata ante los hombres.
- ¿Y lo de quedar completamente desnuda? ¿También es cierto?
- Lamentablemente sí. Eso es algo que tiene una connotación esotérica: cada prenda que se separa de mi cuerpo es un territorio que Sebalá ha conquistado. De allí que no las pueda volver a reponer si se han separado completamente de mi piel, eso generaría una reacción que pudiéramos llamar hiper alérgica, como en aquel momento en que me coloqué las dos hojitas en los pezones para atenuar el frío.
- ¿Y lo de tu virginidad? ¿Qué hay de cierto en eso? –le dije con cierto sarcasmo al recordar que ya había estado con un hombre-
- Sigo siendo virgen –respondió un tanto disgustada- pero si de algo te sirve te lo voy a demostrar.

Sin dejarme enmendar mi error, tomó mi mano y la llevó hasta su sexo, separando el dedo corazón del resto, e introduciéndolo bruscamente por debajo de la telita que lo cubría... Allí estaba, lo pude constatar apenado y renegando de mi bajeza. Su himen, semi-rasgado por sus juegos solitarios, aun rodeaba la vagina para preservar lo más íntimo y valioso que Andora tenía, su virginidad.
Que bajo había caído, Andora había dejado de llorar, pero la tristeza no se separaba de sus ojos. ¿Cómo pude ser tan cruel? Me sentía despreciable y lo peor del caso es que no sabía como redimir mi falta. Ahora, mientras escribo, reconozco que aquel fue el peor error de mi vida.
- Andora –le dije- perdóname, por favor. No sé lo que me pasó, supongo que fueron los celos.
- No te preocupes. Creo que yo también he exagerado un poco, lo que pasa es que hoy, particularmente, estoy muy susceptible. Me siento muy nerviosa.
- ¿Sucede algo malo?
- No. Es solo que hoy tengo que ver Domitila, prometió que presentaría ante Muramé. Esta es mi última carta, la última esperanza, quizás.

Me ofrecí para acompañarla y, para mi sorpresa, accedió. ¿Será acaso que me quiere dar la oportunidad de enmendar mi falta? No puedo fallarle esta vez, me siento tan comprometido con ella que no me perdonaría el más mínimo error. ¡Cuánto amo a esa mujer! No me importa enfrentarme a lo desconocido por ella, aunque debo confesar que esta empresa me inspira cierto temor. ¿Serán presagios? De todas formas, cuando termine esta nota la pondré en el correo, aunque resulte arriesgado. Es preciso que llegue lo antes posible a manos de Antonella.
Si este episodio cierra la historia, espero que el lector saque sus propias conclusiones.
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