Andora o la Pasión Sublimada (5ta entrega)

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Raul-de-la-Cruz
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Andora o la Pasión Sublimada (5ta entrega)

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CAPÍTULO V
LUCHA Y SOMETIMIENTO

De nuevo nos encontramos y Andora continúa su historia:

(Transcripción de 5to registro grabado)
Una vez que Sebalá desapareció de mi vista, me interné en la selva para buscar un refugio donde pasar la noche. Al fin pude encontrarlo entre un grupo de cipreses que formaban un semicírculo en el medio del bosque, como si alguien intencionalmente los hubiese sembrado así hace muchísimo tiempo. Tendida al pie de uno de los árboles, me venció el sueño casi al instante. Para cuando desperté, ya había amanecido y me percaté que estaba sobre una pequeña loma desde la cual se podía divisar buena parte a mi alrededor. Para ese entonces, la selva me infundía cierto miedo; siempre me hablaban de ella como el infierno verde. En los libros de mi niñez leía historias de cazadores perdidos en el medio de la nada que terminaban muertos o desquiciados.
Lo peor de todo fueron los mosquitos que masacraron mis piernas aquella neblina que surgió en la madrugada para disiparse en las primeras horas de la mañana, cuando los rayos del sol se colaron a ráfagas entre los innumerables árboles que techaban el suelo virgen de esta tierra misteriosa. El canto de algunos pájaros y la algazara formada por varias guacamayas volando de un árbol a otro, era lo único que rompía con aquella quietud expectante. Sentía miedo, angustia, ansiedad... pero, sobre todo, me sentía sola y desprotegida.
Aun así, decidí salir a explorar, esta vez acercándome más a la costa. Caminaba desprevenida cuando un nerviosismo inesperado se apoderó de mí; me sentía observada, seguida. En un comienzo pensé que nuevamente se trataba de Sebalá, pero el ruido de unos pasos sobre la hierba me confirmó que era una presencia humana. Quise alejarme, pero ya era demasiado tarde, solo bastaron escasos segundos para que emergiera de entre la maleza y se abalanzara sobre mí, tumbándome de bruces e impidiéndome cualquier movimiento con el peso de su cuerpo. No podía verlo pues presionaba mi rostro contra el suelo. Quería abusar de mí y en un intento por despojarse del pantalón, dejó libre una de mis piernas; eso me bastó para descargarle una fuerte patada que atinó en sus testículos.
Retorciéndose del dolor me dejó libre y en fracciones de segundo salí corriendo, pero él, aun adolorido, emprendió detrás de mí, ganando distancia con cada segundo. De un salto me alcanzó y me volvió a tumbar, esta vez agarrándome por los tobillos para impedir mi nueva huida. Recurriendo a las pocas fuerzas que me quedaban, me aferré a un arbusto, mientras él me halaba por el otro extremo. Sentía que mi cuerpo se iba a desmembrar. Durante el forcejeo, mi blusa se rasgó y mis tetas quedaron afuera, expuestas a la mirada perversa de aquel hombre que quedó poseído ante la contemplación de semejante espectáculo. En ese instante me soltó.
No estaba en condiciones de escapar nuevamente, tenía que reponer fuerzas y para ello solo tenía a mi favor la influencia que ejercían mis formas femeninas sobre su mente enferma y desquiciada. Necesitaba vencerlo con astucia y por eso utilicé mis palabras. Apelando al poco francés que conocía, comencé a excitarlo con frases provocativas:

- Mira que tetas tan malas –le dije- cuando más angustiada me encuentro se salen de mi blusa para exponerme más a tu crueldad.

(Aunque se lo dije en francés, más tarde me daría cuenta que hablaba muy bien el español). Me miraba con inquietante morbosidad, mientras sus manos temblaban a causa del deseo reprimido…Sebalá debería estar dándose un banquete con aquella situación. Decidí entonces extremar un poquito más las acciones para aprovechar su reacción

- ¿Qué hacemos con ellas? ¿Debemos castigarlas?
Le hablaba con sádica coquetería y mis palabras parecían operar en él un efecto afrodisíaco. Asintió ante mi proposición y yo le clavé la mirada como si se tratase de una bestia hipnotizada.
- Muy bien, entonces vamos a hacerlo.

Comencé a pellizcarme los pezones mientras profería insultos contra mis tetas por haberse descubierto. Su rostro palideció al ver como los pezones se erguían ante el estímulo. Fue entonces cuando me dijo en perfecto castellano:
- Quiero que seas mía
Yo también le cambié el idioma y le dije que estaba dispuesto a complacerlo, pero que necesitaba saber que iba a hacer conmigo.
- Todavía no lo sé- respondió ante mi pregunta- Por ahora llevarte conmigo.
- Esperarías a que me repusiera un poco, estoy muy maltrecha por el forcejeo.
No me respondió, sin embargo, tomé sus manos y las coloqué sobre mis pechos, ubicando sus pulgares en mis pezones, después lo invité con un movimiento a que se sentara a mi lado. Cuando lo hizo, quedamos tan pegados que sus rodillas rozaban mis piernas, el siguiente paso era hablarle de cerca para embriagarlo con mi aliento y así lo hice:
- Te gusta mi cuerpo ¿verdad? Puede ser todo tuyo si al menos dejas que me reponga. Te prometo que si eres bueno conmigo no habrá lugar en él a donde no llegues, a donde no me penetres, a donde no me hagas saber que tú eres el hombre y yo tu perra sumisa. Si tú quieres puedes encontrar conmigo los más inesperados límites del placer.
Él me escuchaba atentamente, debajo de su pantalón pude ver como su verga se debatía por salir en una incontrolable erección. Poco a poco fui deslizando mi mano hasta su bragueta y se lo saqué mientras le seguía hablando, esta vez llevando mi boca a pocos centímetros de la suya.
- Y me vas a penetrar con tanta furia, con tanta vehemencia, con tanta fuerza que me romperás las entrañas mientras yo grito, lloro y reviento del delirio, del deseo.
- Sí, sí, -era lo único que aquella bestia podía pronunciar en ese instante-
Comencé a masturbarlo pasando mis dedos por el glande mientras se lo masajeaba ligeramente, aquella manipulación lo hacía retorcerse del deseo.
- Y después... me lo vas a meter por detrás para desvirgarme también por ahí y yo te pediré clemencia, pero no habrá piedad para mí, por el contrario, me darás más fuerte, más duro y no estarás feliz hasta poblar las estrechas oquedades de mi culo con tu verga dura y ensanchada.
- Ahhh... que bien lo haces. Sí Chana no fuera como tú no la trataría tan mal.
- ¿Quién es Chana? –le pregunté-
- Es mi... mujer, la conseguí con un viejo Holandés que vino hace algunos meses por Cayena. No sé si será verdad, pero dicen que realiza subastas clandestinas de mujeres en el medio de la selva.
- ¿Y tú la compraste?
- No –me respondió en tono cortante- Ella está conmigo por que quiere.
- Pues bien, ahora vas a tener dos perras para ti solito. Cuando termines con una podrás empezar a cogerte a la otra.
- No lo creo, sí te tengo a ti no puedo tenerla a ella. Gastaría mucho en comida. Creo que se la dejaré a Ferguson cuando venga la próxima semana.
- ¿Quién es Ferguson? ¿Para qué la quiere? –Pregunté ya sin ocultar mi turbación-
- Un inglés que está de paso por Cayena. Ayer vino a contratarme como remero y al ver a Chana me dijo que le parecía perfecta para grabar algunas escenas.
- ¿Escenas? ¿Qué clase de escenas?
- Estás preguntando mucho ¿Por qué?
- Para conocerte más –le repliqué- para saber que es lo que más te gusta y no cometer los errores de Chana.
- Más te vale que no los cometas, Chana a veces me saca de mis cabales con sus quejas y me he visto en la necesidad de ser duro con ella para que se calle.
- Anda... por favor, dime ¿para qué quiere a Chana?
- Debe ser para filmar algunas de una de esas películas pornográficas o que sé yo. La última vez lo vi con un equipo de filmación. Me dijo que estaba interesado en Chana porque en las condiciones en las que la había visto le parecía que era una mujer resistente y era lo que andaba buscando para hacer algunas tomas. Me ofreció mil dólares si dejaba que se fuera con él y creo que me hubiera dado más si se lo hubiera pedido, porque Chana es muy bonita a pesar de que ahora la tengo prácticamente en una covacha.

Diciéndome esto, clavó sus ojos en mí y tomándome fuertemente por el brazo me amenazó:
- ¿No pensarás irte con él? Soy capaz de matarte si te vuelves a burlar de mi
- Por supuesto que no –dije apenas conteniendo el miedo- Yo prefiero complacerte a ti... así como lo estoy haciendo ahora.
Continué masturbándolo, tenía mi mano empapada con sus secreciones, pero aún no se venía. Esta vez, sin que yo se lo preguntara continuó hablando de Ferguson.
- Es un infeliz degenerado ese viejo inglés, sólo viene por estas selvas a buscar mujeres que pueda engañar. Les dice que las hará actrices en Europa y las muy estúpidas se lo creen... nunca más vuelven, dicen que las mata cuando ya no les sirven.
- Entonces no le des a Chana. Puedes tenernos a las dos.
- Es que quiero salir de ella, ya no me complace como antes... además necesito ese dinero para arreglar mi lancha. Ya antes de conocerte había pensado en eso.
Había recuperado fuerzas y tenía que preparar mi huida. Comencé a masturbarlo con más furia y con mi otra mano llegué hasta su cabello simulando una caricia. Mi plan consistía en cubrirle los ojos mientras le propinaba un golpe de gracia que lo dejara nuevamente tendido. El momento había llegado, cuando alcanzó el orgasmo bajé mi mano hasta sus ojos y al taparle la visibilidad no pudo percatarse cuando solté su verga para tomar una piedra que había avistado hacia rato. Le descargué un fortísimo golpe en la rodilla derecha que le impidió correr tras de mi cuando reemprendí la huida.
Sus gritos se tornaban más distantes en la medida que me alejaba, lanzaba contra mi toda clase de improperios y maldiciones. Yo corrí con todas mis fuerzas sin saber hacia donde me dirigía, hasta que caí desfallecida en el medio de la maleza, allí mis ojos se cerraron y en la medida que el miedo desaparecía me embriagaba el sueño. Había pasado la primera de mis tantas pruebas dolorosas.
(Fin de la transcripción)

Andora detuvo su relación para indicarme la cercanía de la noche. Quedamos de vernos al siguiente día.

(Continuará)
Por: Carlos Pereyra
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