Andora o la Pasión Sublimada (7ma entrega)

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Raul-de-la-Cruz
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Andora o la Pasión Sublimada (7ma entrega)

Mensaje por Raul-de-la-Cruz »

CAPÍTULO VII
CHANA.
(Reinicio del 6to. registro grabado)
Ya a salvo de aquel pervertido, un creciente desasosiego se iba apoderando de mí. No podía dejar de pensar en esa pobre mujer que tenía la desdicha de permanecer a su lado. Sentía compasión por ella y me remordía la conciencia al pensar que, en lo sucesivo, todo lo que ella sufriera sería de alguna manera mi culpa. Aquel hombre descargaría sobre ella toda la rabia que yo le inspiraba.
Pasaron unas semanas en las que me dediqué a construir mi refugio, en este lugar donde ahora permanecemos. Me gustó aquí desde el comienzo, porque aun siendo selva se encuentra próximo al mar y puedo disfrutar de las ventajas que me brindan ambos espacios: El mar para despejarme y la selva para ocultarme. Sin embargo, la idea de buscar a Chana iba tomando fuerzas en mí, aunque eso significara un gran peligro.
Por aquel entonces aún me podía considerar “vestida” por que la camiseta todavía permanecía sobre mis pechos -aunque muy rasgada por los forcejeos- y la faldita seguía ceñida sobre mis caderas para taparme algo de mis nalgas... Aunque vulgar, aquel atuendo era suficiente para pasearme en horas de la noche por las afueras de Cayena.
Haciéndome pasar por una prostituta busqué información sobre ese tal Ferguson, ya que localizándolo a él estaba más próxima a Chana. Un borracho en las afueras de la ciudad me dijo, después de insistentes manoseos y besos impregnados de alcohol, que Ferguson aun permanecía en la ciudad y era muy posible encontrarlo en una cantina cercana al barrio chino, donde todas las noches se emborrachaba hasta perder el conocimiento. Esperé a que avanzara la noche y las calles estuvieran más solitarias, tomando mil precauciones pude llegar hasta la taberna.
Una vez allí no fue difícil reconocerlo. Era el único extranjero entre un grupo de mestizos que le hacían rueda para escuchar “sus historias” apenas deteniéndose para tomar otro trago del pico de la botella. Al verme dejó de hablar y devorándome con la mirada se acercó hasta mí.
- ¿Y tú quién eres? –dijo esbozándome una sonrisa tan repulsiva como él- No te había visto por acá
- Soy Elisa –le respondí imitando irónicamente su inglés- y quiero... conocerte y descubrir si es cierto lo que se dice de ti.
- ¿Y qué será eso que te han dicho de mí?
- Bríndame un trago y lo sabrás.

Nos sentamos y enseguida pidió otra botella de ron. Algunas insinuaciones de mi parte y el efecto del alcohol fueron más que suficientes para que me propusiera partir con él para Trinidad. Yo mostré cierto interés hacia su propuesta, pero también le presenté otra.
- ¿Qué te parece si en vez de una, puedes disponer de dos mujeres para llevarnos a Trinidad?
- Eso dependería de quien fuera la otra, si está como tú, aceptó con los ojos cerrados.
- Resulta que la conoces muy bien, así que puedes sacar tus propias conclusiones, es Chana.
- ¡Chana! Cómo me gusta. Lástima que no se pueda, está en manos de ese desgraciado de Alberth y no se deja convencer. A lo mejor ya ni viva está.

Al decirme eso, sentí como se me helaba la sangre, era como si todos mis presentimientos se materializaran cobrando forma ante la imposibilidad de detenerlos. Algo evidenció la turbación que tenía pues el inglés me preguntó:
- ¿Qué te sucede? Algo pareciera inquietarte
- Nada –disimulé- ¿Por qué crees que pueda estar muerta?
- Por qué es así. La última vez que vi a Chana estaba completamente desnuda, debe ser que ese infeliz le esconde la ropa para que no lo deje. Estaba en una casucha triste y olvidada por todos, hasta del mismo Aberth que ya ni la mira. Sigue linda, eso sí, pero por algún extraño motivo ella se quiere aislar del mundo, por más que se lo insinué no se quiso ir conmigo y prefirió seguir en aquellas condiciones, abandonada a su propia suerte, consumiéndose poco a poco.
- Si yo te dijera que conmigo si se iría... que solo es cuestión de buscarla.
- No lo sé... Alberth Latois es un tipo muy peligroso. En apariencia trabaja como pescador, pero estoy casi seguro que se dedica a otras cosas, eso es solo una coartada.
- ¿Qué cosas? –pregunté-
- Asuntos clandestinos de los que es mejor no hablar. Hace dos años me pidió que le trajera cierta mercancía de Martinica y eran rifles camuflados en unas cajas de ron.

Hice que pidiera otra botella y cuando el efecto del alcohol fue más fuerte que su instinto de conservación, logré convencerlo para que fuéramos en busca de Chana. Partimos en su auto, dejando las ya solitarias calles de Cayena para internarnos en los dominios de la selva. Poco tiempo bastó para que abandonáramos la carretera, tomando una trilla oscura y fangosa que, en más de una ocasión, hizo resbalar los gastados cauchos del auto.
Por el camino, Ferguson metió su mano entre mis piernas y llegando hasta mi sexo se abrió paso por debajo del bikini para comenzar a masajearme el clítoris. Qué asco me inspiraba aquel hombre macilento y desgarbado, que embrutecido por el alcohol destilaba repugnancia por todos lados, mientras me narraba sus supuestas aventuras con las más fogosas putas en la Habana de Baptista. Tuve que recurrir al recurso de la imaginación para sentirme excitada y empaparle los dedos con el jugo que estaba reclamándole a mi sexo. Cuando sintió la humedad llevó el dedo medio hasta su boca y chupándolo me dijo:

- No puede ser... Todavía eres virgen. Hacia tanto tiempo que no probaba este sabor, pero es imposible. Tú no puedes ser virgen ni en pensamientos, con esa facha y ese cuerpo... lo más probable es que este aguardiente barato ya me esté afectando el paladar.
Me inquietó la idea de que la virginidad se pudiera degustar en los fluidos sexuales, pero no tuve tiempo de aclarar mi duda, ya estábamos frente a la casa de Alberth. Era más bien una casucha, casi oculta entre la maleza y apenas iluminada por dos faroles de Kerosene en su entrada. Ferguson sacó tres botellas de ron que traía en el asiento contiguo del auto y señalándome el lugar donde se encontraba Chana me dejó para llamar a Alberth.
- ¡Alberth! –Gritó- ábreme que te traje un aguardiente para que nos lo chupemos... abre perro infeliz que se me van las ganas de compartirla.

Alberth abrió con cierta extrañeza, sin embargo, al ver las botellas no vaciló en dejarlo entrar. Yo por mi parte me movía a tientas en medio de la más inmensa oscuridad, abriéndome paso entre los matorrales que crecían bajo un suelo cenagoso y atestado de vidrios rotos que de cuando en cuando laceraban mis piernas –casi seguro eran las botellas que Alberth estrellaba una vez que estaban vacías- Al cabo de algunos minutos tropecé con una viga que me cerraba el paso, era la entrada de una casucha.

- ¿Quién anda ahí? –me preguntaron en castellano-
- ¡Chana! ¿Eres tú?
- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
- Eso no importa por los momentos, te vine a buscar para sacarte de este lugar.
- Vete –me respondió- si estoy acá es por cuenta propia... lárgate.
- Por favor, Chana, vente conmigo –le insistí- yo me siento culpable de lo que te pueda pasar y no podré estar tranquila hasta que tú estés a salvo, puedes correr peligro si sigues acá.
- ¿Cómo sabes mi nombre? –me dijo al fin saliendo de aquella covacha- ¿Qué te hace suponer que pueda correr peligro en este lugar?

En pocas palabras le hablé de mi incidente con Alberth y lo que tuve que hacer para escapar de él. Chana me miraba impasible hasta que le nombre a Ferguson:
- ¿Andas con ese degenerado? –me preguntó-
- Sí, lo convencí para venir a buscarte.
- Tú sí que has caído en malas manos... Ese hombre es peor que Alberth.

Sus palabras me aterrorizaron y más aun cuando me refirió todo lo que, del propio Alberth, había oído de aquel pervertido inglés. En definitiva, había sido peor el remedio que la enfermedad. Me sentía perdida y sin saber que hacer, Chana se apiadó de mí y me propuso ocultarnos en la selva hasta la mañana siguiente, pero apenas dimos algunos pasos cuando aquel hombre nos sorprendió como salido de la mismísima nada.
- ¿Para dónde se van este par de señoritas en una noche tan despiadada?
Chana pensó con más rapidez y le respondió:
- Sólo íbamos a tu encuentro, Ferguson
- Por ese camino... ¿Cómo me huele a que se me querían esfumar?
- Para nada –me apresuré a replicar- es que Chana iba a buscar algo de la ropa que tenía oculta para que Alberth no se la rompiera
- Pero si así desnuda se ve mejor –dijo con una irónica sonrisa que nos hizo suponer que había creado nuestra historia-

Nos tomó del brazo y nos condujo hasta su auto, en ese instante Chana hubiera podido llamar a Alberth y pedirle ayuda, pero decidió callar, eso me demostró que si se iba con nosotros lo hacía por mí, para protegerme de Ferguson. Serían las cuatro de la mañana cuando emprendimos la marcha. El retorno fue en extremo angustioso, solo la selva parecía acompañarnos mientras el viejo cantaba a toda voz viejas canciones en inglés.
El auto se balanceaba a cada instante con los altibajos del terreno, Chana permanecía callada, temerosa, inquieta por su destino. La densa oscuridad de la selva nos envolvía en un manto de premoniciones; ninguna idea o sensación alentadora me llegaba en ese momento. Ambas sabíamos que estábamos en la boca del lobo. En lo sucesivo todo dependería de la forma en la que supiéramos llevar el juego.
Solo el azar de un futuro incierto coqueteaba con mis pensamientos, estaba asustada, más que Chana que permanecía absorta en la contemplación de la nada y su suerte me inquietaba más que la mía. Tenía que concebir un plan o ambas estaríamos perdidas.
Todavía a lo lejos se comenzaron a avistar las primeras luces de Cayena, aquello me infundió un poco de ánimo, pues al menos el viejo Renault nos había sacado de la selva. Llegamos al Puerto de Cayena casi con las primeras luces del alba, por suerte era domingo y muy poca gente transitaba por el lugar. Sacamos una sábana de la maleta del carro con la que pudimos ocultar la desnudez de Chana. Acto seguido bajamos para llegar hasta la embarcación que nos esperaba: era un navío de medianas dimensiones, bastante deteriorado por los días de navegación y la falta de mantenimiento que pesaban sobre su armazón. Por un momento dudé que aquello nos llevara hasta Trinidad.
Una vez dentro del barco, aquel desgraciado nos encerró en un pequeño camarote antes de irse a dormir.
- Esto no fue lo que acordamos, Ferguson –le dije- ¿por qué tienes que encerrarnos si ya nos tienes a las dos?
- Ustedes, las putas de acá del trópico son muy mañosas. Por algo son de tierras calientes y yo quiero dormir tranquilo. Lo que me pasó en Santo Domingo –dijo mientras señalaba una cicatriz en su cabeza- no me vuelve a suceder.
Traía un arma en la cintura, la sacó y con gesto amenazante deslizó el cañón sobre la mejilla de Chana mientras decía:
- Ahora quietecitas y les prometo que gozaremos los tres.

Quedamos encerradas en aquel cuartucho mal oliente y atestado de ratas, por la única ventana se colaba la luz de un sol matutino y estimulante que me permitió ver a Chana con más precisión: Era preciosa, un poco más alta que yo y algo más delgada; sus facciones me parecieron delicadas e irradiaban un aire europeo. De sus ojos grandes, verdes grisáceos y expresivos, brotaba una pena que parecía ser asumida con resignación y valentía... Una pena que más adelante conocería y que viviría como si fuera propia.
Ante su insistencia le hablé de mí, de mi destino y de las circunstancias que me habían llevado hasta la Guayana. Me escuchó atenta y, para mi sorpresa, no dudó ni siquiera de los acontecimientos más asombrosos de mi historia. Cuando le pedí que me hablara de ella la voz de Ferguson nos interrumpió.
- ¡Barriga llena y corazón contento! Qué dicho tan sabio tienen ustedes por acá. Ya dormí, ya comí... ahora lo que me queda es follármelas a las dos. Después que coman, claro. No me gusta que les resuenen las tripas mientras me las cojo.

Nos dejó algo de comer y nuevamente subió a cubierta con la amarga promesa de que volvería pronto. Nos quedaba poco tiempo, así que era preciso actuar rápido y así lo hicimos: saqué unas hojitas que traía escondidas entre mis pechos y cortándolas en diminutos trozos las mezclé para formar un somnífero que, según Exnabor, actuaba rápido. Solo existía un problema y era ¿cómo hacer para que Ferguson se tragara la droga?
Tuve una idea y se la comuniqué a Chana, quien estuvo de acuerdo y se ofreció para llevarla a cabo. El plan consistía en regar el somnífero alrededor de su vulva y dentro de la vagina para luego incitar al inglés a que le practicara el cunilingüe, para ello, Chana tenía que excitarse y lubricar lo suficiente para esparcir y camuflar la mezcla. Fue difícil excitarla, ambas estábamos muy nerviosas, nuestros pensamientos y sensaciones no se podían enfocar en el placer. Mi dedo frío y tembloroso solo lograba asustar su clítoris mientras, en vano, trataba de masturbarla. Su voz un tanto apagada y reflexiva me obligó a parar.
- Así no lograremos nada, Andora, intentemos de otra manera.
- ¿Qué se te ocurre? –le pregunté-
- Algo más extremo que al menos me traiga evocaciones excitantes.

Tumbándose de espaldas me pidió que me subiese sobre ella presionándola con la rodilla sobre su espalda y sujetando su cabeza contra el piso. Así lo hice y comencé a masturbarla de nuevo, también tuve que poner de mi parte para que no me sudaran las manos. Fue así como por algunos instantes, logramos retrotraernos de las apremiantes circunstancias para lograr nuestro cometido.
También le propiné algunas palmadas sobre la vulva, las cuales le producían cierta contracción en las nalgas, no sé si de placer o de dolor. Aquella posición era muy incómoda para ella, pero resultó efectiva, pocos minutos bastaron para que la vulva se encontrara cubierta por sus fluidos y mi dedo se deslizara dentro de ella sin ninguna dificultad.
- Así está bien –me dijo- no sigas por que me puedo acabar aquí mismo.

Se levantó y entreabrió las piernas para que procediera a regar la droga, así lo hice, tratando de cubrir toda la vulva con lo quedó después de introducirlo en la vagina. Al terminar de prepararla le dije:
- Si te mantienen excitada tus humedades evitarán que absorbas parte del somnífero. No te hará daño, aunque es posible que sientas una ligera picazón, pero cuando su lengua se meta en tu sexo sentirás alivio.

A los pocos segundos y como si lo hubiésemos llamado, Ferguson abrió la portezuela del camarote dispuesto a cumplir su promesa. Yo también había introducido parte del somnífero en mi sexo y alrededor de mis pezones, por si se le antojaba primero tenerme a mí, afortunadamente no fue así por que en sus planes estaba dejarme de último, para deleitarse con mi virginidad.
El muy desgraciado se había vestido de pirata, era evidente que quería vivir con nosotras una de sus fantasías fetichistas porque enseguida obligó a Chana a correr por todo el barco mientras la perseguía. Cuando lograba alcanzarla, introducía la punta de un sable de goma entre sus nalgas o bien le daba sobre ellas pequeños fuetazos que se marcaban sobre su piel blanca. Cuando Chana se le ofreció para consumar el acto sexual, Ferguson se enfureció y gritándole le dijo:

- ¡India infeliz! Tienes que resistirte, no me gusta nada que sea fácil. Todo lo que tengo lo he conseguido luchando y tú no vas a ser la excepción. Te voy a conquistar y con el sabor de la victoria en mis labios te voy a chupar ese coño hasta que se te seque.

Al fin, después de tantas vueltas, el inglés quedó cansado y Chana fingió que se dejaba atrapar en un descuido.
- Qué rica esta la Chanita –decía después de capturarla- a ver... a ver que tetas tan ricas.

Comenzó a pellizcarle los pezones mientras la besaba con tal brutalidad que le hizo sangrar ligeramente los labios. Ni siquiera eso sabía hacer aquel desgraciado que no merecía ni siquiera el calificativo de “humano”. Reuniendo fuerzas entre el inmenso asco que le inspiraba su presencia, Chana le dijo:
- Comienza por abajo, quiero que me deleites con tu lengua.
- ¡Cállate! Puta atrevida, no me desconcentres. Acá las órdenes las doy yo y ahora se me antoja que juguemos al Capitán y la flota.

El juego consistía en que Chana era una prisionera de guerra que tenía que cumplir las órdenes de su captor, en este caso Ferguson, quien enseguida sacó una cámara portátil y la obligó a limpiar la borda del barco mientras la filmaba. En la medida que Chana terminaba un pedazo, Ferguson ensuciaba otro de manera que no pudiera levantarse del piso. Aquel juego cansón y sin sentido solo se vio interrumpido al cabo de una media hora cuando al viejo ingles se le ocurrió otra perversión: la de grabarla mientras se masturbaba. Chana cumplió el capricho pero por más que se masturbaba, no lograba venirse, esto enfureció de nuevo al inglés que quería un orgasmo real y placentero para editarlo en una película que ya tenía comprometida.
- Necesito que me la chupes te lo suplico –dijo Chana sin saber que había tocado su punto débil: le encantaba que le imploraran- Anda, por favor… míralo como te reclama, como te desea, tan solo basta tu lengua frotando mis intimidades para que me venga en un mar de lava que va a mojar hasta la lente de tu cámara. No seas cruel con tu perra, mi pirata. Después que me mames solo me hará falta tu espada bien clavada dentro de este coño húmedo que para siempre será tu prisionero.
- Así sí nos entendemos, Chanita... así sí nos entendemos. Ya sabes quien da las órdenes y eso me excita.

Diciendo esto se arrodilló ante ella que permanecía en el suelo y con las piernas bien abiertas para que la voluptuosidad de su sexo ocupara el primer plano en la cinta y en la mente de Ferguson, el inglés se deleitó a sus anchas y Chana, sabiéndose dueña de la situación se las supo ingeniar para empaparle los labios, la boca, la lengua y hasta el alma, emborrachándolo con sus jugos. Después la penetró, por delante, por detrás, metiendo su verga entre sus tetas… en fin, la poseyó de todas las formas y maneras que pudo concebir en ese momento.
Chana irrumpía con gritos de un placer fingido que encendían más la libido de aquel hombre. Me sorprendió que a sus años pudiera lograr una erección tan intensa y prolongada. La cinta corría, grabando lo que serían los últimos instantes de aquel Inglés.
Nunca supimos si fue la excitación que causó Chana en sus sentidos, o el somnífero que se había tragado, o ambas cosas a la vez. Lo cierto es, que después de acabar sobre las tetas de mi amiga, apenas tuvo tiempo de levantarse y verificar si la cinta había grabado su faena sexual. El inglés cayó de bruces ante nuestra mirada expectante.
Al principio creímos que era el efecto del soporífero, pero cuando lo íbamos a atar al mástil lo notamos frío, inerte... ¡Estaba muerto! Sus ojos permanecían abiertos y aun seguían destilando aquella bestialidad enfermiza que condicionaba sus actos. De su boca manaba un hilillo de sangre que se colaba por una de las comisuras del labio hasta llegar a sus mejillas macilentas y arrugadas. Su rostro había adquirido una expresión macabra y repugnante que, después de muchos días aun permanecía en mi mente. Si tanto asco nos inspiraba verlo vivo, imagínate lo que sentimos al tener que levantar su cadáver para arrojarlo al mar.
Cerrando los ojos y conteniendo las ganas de vomitar, tomamos el cuerpo y lo arrojamos por la borda, esperando que los tiburones hicieran el resto. Yo tomé el rumbo del barco y utilizando los conocimientos de navegación que había adquirido de Exnabor nos dirigimos hacia Las Granadinas esperando encontrar la isla del Chamán.
Cerca del amanecer desembarcamos en un islote, no parecía habitado y eso nos trajo cierta calma, aunque también sabía que no era la isla de Exnabor. Dejamos el barco en la costa y nos acercamos hasta la orilla en dos pequeños salvavidas que conseguimos en cubierta. Cuando tocamos tierra nos internamos en las montañas, donde pudimos improvisar un pequeño refugio para estar a resguardo y sin llamar la atención todo el tiempo que nos fuera necesario.
Ya era mediodía cuando Chana se disponía a comer parte de las provisiones que habíamos traído del barco, pero el motor de una embarcación que se aproximaba a toda marcha a la costa nos sorprendió. Era la Guardia Costera que atracó justo al lado del “Seboin” dos hombres uniformados requisaron el barco pero ya habíamos previsto esa situación y concebimos un plan que en apariencia dio resultado: sobre el escritorio de Ferguson dejamos algunos dólares que el inglés llevaba consigo, así como otros objetos de valor que conseguimos después de revisar a nuestras anchas el barco. Seducidos por el pequeño botín, los guardias no inspeccionaron la isla (para no encontrar testigos) ni dieron reporte de lo ocurrido.
Estábamos a salvo por los momentos, pero era preciso encontrar la isla de Exnabor lo antes posible. Decidimos, sin embargo, esperar hasta el amanecer para reemprender la búsqueda, así sería más seguro navegar sin ser sorprendidas por otra embarcación. Teníamos unas cuantas horas antes de que oscureciera y Chana se dispuso a contarme su historia que era tanto o más sorprendente que la mía.
(Fin de la trascripción)
La proximidad de la noche me hizo partir con el deseo de escuchar aquella historia que, según Andora, es tanto o más excitante que la suya.
(Continuará)
Por: Carlos Pereyra
Raul-de-la-Cruz
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Re: Andora o la Pasión Sublimada (7ma entrega)

Mensaje por Raul-de-la-Cruz »

Disculpad que no haya podido publicar las entregas con la prontitud que deseo, pero es que había perdido la contraseña. De todas formas si quereis un ejemplar de la novela completa podeís poneros en contacto conmigo al correo carlosvictor1974@gmail.com y os la hare llegar completamente gratis.
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