Andora o la Pasión Sublimada (6ta entrega)

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Raul-de-la-Cruz
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Andora o la Pasión Sublimada (6ta entrega)

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CAPÍTULO VI
ESTRECHECES.
(Nota 2 –Diario de Campo)
“De nuevo llegué al refugio de Andora, pero no la encuentro. Tengo más de quince minutos esperándola y aún no llega. Comienzo a angustiarme ¿Qué le habrá pasado?... Mi espera se ha prolongado por más de una hora. Durante este tiempo estuve tratando de escribir el preámbulo de un nuevo capítulo de esta historia, pero la incertidumbre nubla mis ideas y creo que lo mejor es dejarlo hasta acá, tal cual lo escribí, si hay algún error en la sintaxis o redacción de estas líneas preliminares espero que me sepan disculpar quienes algún día me lean... Voy a buscarla”.

“Me he internado en la selva, llevo rato caminando y he perdido la noción del tiempo. Estoy a punto de abandonar mi búsqueda, cuando el llanto de una mujer se cuela por mis oídos. Retrocedo siguiendo el ruido y al pasar frente a un bosquecillo de bromelias me encuentro con Andora, permanece tendida en el suelo mientras oculta el rostro con sus manos”.

(Fin de la nota)

- ¿Qué sucede? –Le pregunté- Pero ella no me responde.

Comienzo a acariciar sus cabellos y al ver que no se opone experimento un gran alivio por intuir que no soy yo la causa de su desdicha. Insisto con la pregunta, utilizando esta vez un tono paternal que me brota del alma (en este instante y sin saber por qué, me siento como un padre para ella.) Estos últimos días me han servido para comprenderla e identificarme con su dolor. Todavía es una niña a pesar de su edad y al verla así, sumida en su propia pena, puedo percibir toda la ternura e ingenuidad que aun viven en su corazón a pesar de las innumerables pruebas a las que ha tenido que enfrentarse.
¡Qué suerte! –pienso- con ese rostro y ese cuerpo sin duda sería la más deseada en cualquier ciudad, además que su inteligencia y forma de ser cautivarían a más de uno. ¿Cuántos se arrastrarían por su belleza? ¿Cuántos estarían dispuestos a poner el mundo a sus pies? Sin embargo, es ella la que se encuentra aferrada a un hombre que a lo mejor no existe.
- Ya todo se acabó –me dijo de repente- Es el fin.
- ¿El fin? ¿De qué me hablas?
- De mí, de esta historia... de mis esperanzas.
- ¿Pero qué ha pasado para que te encuentres tan decepcionada?

Andora se levantó y fue así como descubrí la causa de su tristeza. El pequeño bikini que llevaba con tanto celo para sostenerse a la vida se había roto. La diminuta tela que atravesaba sus nalgas no pudo contener tanta voluptuosidad y reventó. La prenda colgaba ahora solo de sus caderas dejando caer por delante el retazo que hasta hacía poco se encargaba de cubrir su sexo.

- Ahora mi cuerpo ha quedado en la desnudez absoluta y eso indica que mi plazo ha culminado. Solo lamento haberte hecho perder tu tiempo.

Algunas lágrimas corrían por sus mejillas, se las quitó con rabia y siguió hablando, pero esta vez sin ocultar su indignación.
- Ya no queda nada que hacer. Esa desgraciada descubrió mis planes y para evitar que alguien me liberara ha decidido condenarme de una vez.
- Sin embargo –le dije- hay un detalle que no has tomado en cuenta y es que si te hubiera querido destruir ya estarías muerta. ¿No lo crees?

Andora pareció reaccionar ante mis afirmaciones, lo que me impulsó a proseguir.
- Además, la prenda no se ha desprendido totalmente de tu cuerpo, eso quiere decir que aún no estás en la desnudez absoluta y podemos intentar algo.
- ¿Cómo qué? –preguntó.
- Tienes que acostarte boca abajo y abrir un poco las piernas. Podremos restituir la prenda a su lugar de origen.

Ella pareció dudar de mis intenciones. Tuve que convencerla, pero al final accedió, aunque un tanto inquieta y de mala gana. Recelando de mi actitud, se tendió sobre la hierba y entreabrió las piernas dejando ver su sexo… En este punto debo confesar que me costó muchísimo contenerme, aquel cuerpo se me ofrecía como una tentación irresistible, pero más pudo mi voluntad de no defraudarla. Tuve una erección casi en el mismo instante en que metí mi mano entre sus piernas para sacar la telita del bikini, las percibí suaves, tersas y delicadas. Cuando intenté restaurar la tela a su lugar de origen, su sexo se me plantó de frente, retándome la vista: Estaba libre, desafiante, provocador... pero sobre todo virgen. Cómo hubiese deseado llevar mi nariz hasta lo mas profundo de esa intimidad tan pura y olerla para llevarme un poco de sus efluvios en mis sentidos y en mi corazón.
Estaba nerviosa, tensa, sus bellos se erizaban con cada roce de mi mano y un ligero temblor se evidenciaba en sus piernas. Me extrañaba aquella situación porque a pesar de que seguía siendo virgen, ya había tenido contacto con varios hombres y en situaciones más adversas que la de ahora. Aquella reacción solo podía obedecer a dos causales, la primera que tuviera miedo de mí, o quizá que, de manera sutil e imperceptible, se estuviese dando entre los dos una química inesperada.
Tenía que calmarla, así que le hablé con extrema delicadeza, camuflando los matices de mi voz para que sonara tierna en vez de lasciva.

- Ya todo se va a arreglar mi preciosa, confía en mí. Muy pronto estarás nuevamente atada a la vida.
- Haz lo que tú creas, en estos momentos eres la única persona en la que puedo confiar… con mi alma y corazón estoy deseando que no me defraudes.

Con inusual sutileza fui cortando con una navaja ambos extremos la tela que cubría su sexo, así obtuve dos finísimas tiras con las que improvisé una telita que atravesaría por entre sus nalgas para ajustarse a la parte del bikini que aún reposaba en sus caderas. Para mi sorpresa pude comprobar que retazo cortado tenía rasgos de humedad, sus secreciones íntimas habían empapado el minúsculo paño que, durante la noche, había sido cómplice y testigo de algún húmedo sueño... ¿Pero con quién podría soñar Andora? Y aunque me intrigaba saber con quién habría soñado, no le quise preguntar por temor a escuchar otro nombre distinto al mío.
Mi reconstrucción resultó un éxito, Andora se encontraba de nuevo “cubierta”, aunque ahora la dimensión de sus vestiduras era más ínfima y provocativa, lo que ayer era un bikini, hoy se había convertido en un micro-bikini de impúdica fragilidad. Al verse de nuevo “vestida” no pudo contener su felicidad y parándose frente a mí me abrazó, con tanto ímpetu y vehemencia que temblé del deseo.
Aquel acto en apariencia ingenuo me rebasó de sobremanera… Yo, que durante los últimos años necesitaba de emociones extremas para experimentar el placer sexual, ahora me sentía como un adolescente frente a su primera experiencia amorosa. La ingenuidad y el erotismo se debatían la primacía en sus actos, ejerciendo sobre mi un efecto desquiciantemente afrodisíaco, capaz de trastocar todas mis emociones.
El bikini se ceñía a su cuerpo con más fuerza, como queriendo ser parte de él. Por entre sus piernas atravesaba una telita que con mucho esfuerzo alcanzaba a ocultar lo más evidente de su órgano sexual. Tras ella se marcaba, sin ningún esfuerzo, la hendidura del labio vaginal. En definitiva, aquella prenda se había convertido en una sádica atrocidad, de la cual yo era el responsable.
- Me has devuelto las esperanzas –dijo- te debo la vida.

Ese día acordamos que no hablaríamos del pasado, la historia podía esperar. Tomándome de la mano me llevó a conocer sus lugares favoritos en aquella selva que, desde hacía tres años, era su único hogar. Llegamos hasta las orillas de un riachuelo, casi invisible entre la maleza, a su alrededor crecían varias palmas y matapalos por donde, a ráfagas, la luz del sol se colaba para llegar con intermitencia al suelo. Frente a nosotros, se levantaba una loma bordeada por inmensos árboles, alzados por caprichos de la natura, en dos extensas columnas que sombreaban un estrecho descampado.

- Siempre imagino que este es el pasillo de una iglesia –dijo- que ha sido decorado especialmente para mí pasar de la mano de mi novio a recibir la bendición nupcial… ¿Me ayudarías a vivir esa fantasía?
- Será un placer -le dije ofreciéndole mi mano-
- Lo malo es que no traigo mi vestido de novia así que tendrás que imaginártelo.
- ¿Eso será lo único que tendré que imaginar? –le dije para continuar su broma-
- Bueno... también tendrás que imaginarte al sacerdote, al coro de la iglesia, a los invitados. Sé que es mucho esfuerzo, pero estoy segura que lo harías por mí.

Casi al unísono comenzamos a reírnos de nuestra travesura. Entrecruzamos los brazos con mucha solemnidad y comenzamos a caminar hasta llegar a una enorme roca donde nos arrodillamos para recibir la bendición nupcial, después de levantarnos, nos miramos frente a frente sin saber que decir.
- ¿Qué hacemos con el beso? –Le pregunté- es lo primero que hacen los recién casados.
Pensativa me miró por algunos segundos al cabo de los cuales me dijo con una tierna sonrisa:
- Creo que eso no tenemos que imaginarlo.

Y tomando mi cabeza con ambas manos, acercó su boca hasta la mía y me besó. Fue un beso breve, casi ingenuo diría yo, pero en aquel instante y en aquellas circunstancias, fue suficiente para que de nuevo me sintiera poseído por esa inexplicable sensación que me ataba a su presencia. Noté en su mirada cierta picardía que me instó a no hablarle de aquellos sentimientos que empezaban a aflorar en mí. Fue sólo un juego –pensé- Una simple fantasía que quiso compartir conmigo. No voy a caer en especulaciones temerarias que me lleven a perder lo ganado hasta ahora.

- ¿Por qué de repente te has distanciado? –musitó- ¿Estás enojado conmigo?
- No... Sólo recordaba.
- ¿Eres casado? Nunca me has hablado de ti.
- Soy divorciado.
- Ahhh, ¿Y tienes hijos?
- No. Mi esposa nunca los quiso tener mientras duró nuestra relación, pensaba que le quitarían tiempo en su ascenso profesional. Aunque yo sí hubiese querido tenerlos.
- Discúlpame por hacerte tantas preguntas. Prometimos que hoy no hablaríamos del pasado y eso incluía también el tuyo.

Le iba a decir que no había cuidado, pero no me dio tiempo de replicar, tomándome de la mano me llevó hasta el lugar donde Exnabor la había dejado hace tres años. Era una playa preciosa, poblada de palmeras a lo largo de la orilla. En su extremo más septentrional experimentaba una ligera elevación que simulaba una pequeña loma protegida por algunos farallones cubiertos casi en su totalidad por los manglares.
El mar se levantaba sereno sobre un cielo extrañamente desprovisto de nubes y en la distancia se podía apreciar, sin ninguna dificultad, el vuelo de algunas gaviotas alejándose de la orilla. Caminamos largo rato mientras ella me cantaba las canciones que recordaba de su antigua vida. Tiene una voz preciosa que me deja absorto absorto al escucharla. Me pidió que le cantara y, ante su insistencia, tuve que hacer grandes esfuerzos con mi maltrecha voz para entonarle algunas canciones recientes que se escuchaban en mi país.
Retozando como dos niños y riéndonos de todo nos sorprendió el crepúsculo. Nos tumbamos en la arena para contemplarlo y cuando las primeras estrellas asomaron en el firmamento, nos despedimos hasta el otro día. Yo me encaminé hacía el auto y ella se ocultó entre la maleza. Seguro iría a su refugio. -pensé-

(Nota 3 –Diario de Campo)
De nuevo estoy en el hotel, he intentado escribir el reportaje para la revista que me contrató, pero no puedo. Ya he roto tres cuartillas y no consigo nada, sólo el recuerdo de Andora y nuestra travesura del día de hoy fluyen en mi mente con indetenible frenesí. Analizo la situación y no logro convencerme... ¿Qué me está pasando? Yo que siempre he levantado mi impasibilidad contra los encantos de varias mujeres, disfrutando de cada momento con una conciencia plena del presente vivido, ahora me encuentro taciturno y con una sensación irrefrenable de vacío que me hace evocar con nostalgia, un instante apenas transcurrido y del que no logro desligar mi mente ni mis sentidos.
Con ella, todos mis sofismas se van por la borda, a su lado o en su ausencia de nada me sirven. Es una situación para la que no estoy preparado. No puedo manejar las circunstancias y eso me asusta. Es preciso que tome algunas medidas emergentes si no quiero seguir cayendo en este juego del que no conozco las reglas ni el desenlace.
Quizá sea este entorno semisalvaje que influye en mis sentidos y me sugestiona, pero ya he tomado una determinación: Mañana mismo veo a Andora para dar por concluidos nuestros encuentros. Después regreso al hotel y termino el reportaje sobre La Guayana Francesa. Tengo suficiente información y, con el resto de la mañana para trabajar, podré hacer el reportaje. Pasado mañana estoy de nuevo en Venezuela y esto solo quedará en mi recuerdo como una experiencia exótica que se irá diluyendo poco a poco.
(Fin de la nota)

(Trascripción textual del 6to registro grabado)
Después de un sueño poco reparador he despertado con el propósito de ejecutar mi decisión de la noche anterior, sin tomar el desayuno salgo en busca de Andora para comunicarle el cese de nuestros encuentros. Debo haber llegado con dos horas de anticipación, apenas comienza a clarear y lo más probable es que aun esté durmiendo. Abro la puerta de su casucha y el espectáculo que se perfila ante mis ojos ya comienza a mellar mis resoluciones.
Mi voluntad comienza a flaquear al contemplar a Andora aun dormida y mi pulso tiembla mientras sostengo la grabadora periodística. Su cuerpo descansa sobre unas palmas entretejidas que improvisan una estera, se ve preciosa en esa actitud; en su rostro afloran los rasgos de una pureza que se alberga en su propia alma, un alma noble que, en medio de su ingenuidad, ha sabido enfrentar las situaciones más temidas y abrumadoras.

(Pausa en el registro)

Sus pechos se agitan a intervalos y sus labios se contraen ligeramente, me imagino que debe estar soñando... un sueño erótico ¿Quizás? Eso creo por la presencia de algunos rasgos de humedad sobre la minúscula prenda que semioculta su sexo… La presión que ejerce con sus muslos hace que una parte del bikini “sea tragada” por sus piernas, descubriendo el clítoris que se muestra enhiesto y apenas sobresaliendo de los labios de su vulva. No quiero despertarla todavía, así que la contemplo silente, velando sus últimos minutos de sueño... Tiene un sueño húmedo, de eso no cabe duda, sus pezones están erectos y ya las secreciones de su vagina traslucen la frágil tela. Por un momento lleva su mano hasta su sexo para rozarlo ligeramente... ¿Con qué o con quién estará soñando?
Verla así me enloquece ¿De dónde saco fuerzas para poder decir lo que le tengo que decir? ¿Cómo le explico que ya todo se acabó? En este instante no tendría voluntad para enfrentarme a sus lágrimas si comenzara a llorar. Sin embargo, tengo que hacerlo, es mi estabilidad emocional la que está en juego y primero estoy yo antes que ella… ¡bueno, eso creo!
Cuando ya estaba recurriendo a los últimos argumentos para sugestionarme, sucede inusitado que me desarma... En el medio de su sueño, pronuncia un nombre, es mi nombre… Raúl.
No puedo evitar el llevar mi mano hasta sus muslos, muy cerquita de su sexo para masajearla ligeramente incitándola a despertarse. Ella abre los ojos y al percatarse de mi presencia no parece inmutarse, por el contrario, una leve sonrisa dibujada entre sus labios me hace saber que aprueba mi cercanía. Sin dejarme hilvanar el hilo de mi discurso me dice, con esa ingenuidad tan provocativa que me descontrola:
- ¿Tienes rato allí?... Qué bueno es verte después de haber soñado contigo.
Mi silencio la desconcertó.
- ¿Qué te sucede?
- Andora, es necesario que hablemos –al fin le dije-
- Está bien, pero a menos deja que me dé un baño para desperezarme, además... ¡Mira como traigo el bikini! estoy toda corrida y se delatan mis intimidades.

Por qué demonios tenía que hablarme así, con esa ingenuidad que yo reconocía como espontánea y me fascinaba de sobremanera. Todo en aquella mujer comenzaba a enloquecerme, llevándome a unos límites hasta ahora inexplorados por mi consciencia. Al cabo de algunos minutos se presentó ante mí, no se había secado y varias gotitas de agua corrían por su cuerpo haciéndolo más provocativo a mis ojos. Su cabello también estaba mojado, ligeramente alborotado para que secara y resaltando más su negro azabache. Se sentó sobre un madero que utilizaba como banca y entreabrió un poco las piernas al acomodarse. Nos miramos en expectativa por algunos segundos y al final me dijo:
- Ahora si puedes disponer de mí. ¿Qué me tienes que decir?
- Yo... pues la verdad era que me disculparas por fisgonearte mientras dormías, pero me provocó demasiado y no me pude contener.
- No era eso lo que reflejaba tu mirada cuando llegaste. ¿No será que dudas de mí?... ¿Quieres que continuemos con estos encuentros?
- Sí me interesa tu historia –le respondí un poco más resuelto- pero si algún día la culmino, ¿Quién la querrá publicar? Yo no tengo dinero para eso.
- Ese no es el problema y tú lo sabes. Hay alguien que está dispuesto a financiar todo lo concerniente a esta historia y de hecho lo está haciendo.

Quedé inmóvil y callado, en aquel instante más que un argumento para terminar con nuestros encuentros, lo que necesitaba era uno para disimular mi flaqueza, pero no pude encontrar las palabras más apropiadas. Me acerqué hasta ella y tomándola por los hombros con ambas manos solo alcancé a decirle mientras la besaba en la frente:

- No te preocupes, solo fue un lapsus, ya no hay dudas en mí. Seguiré contigo hasta el final.
De nuevo la cinta del grabador comienza a correr, Andora retoma el hilo de la historia mientras yo escucho atento sus confidencias…
(Continuará)
Carlos Pereyra
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