TOCATA Y FUGA DE LA TENIENTE ESCALI. Una novela de PEDRO G. GUIRAO

Si eres escritor o simplemente te gusta escribir y no has publicado nada todavía, entra aquí y preséntanos tu trabajo, procuraremos dar nuestra opinión respetuosa sobre tus textos.
Responder
pedro.guirao
Mensajes: 4
Registrado: Lun Jul 10, 2023 7:02 pm

TOCATA Y FUGA DE LA TENIENTE ESCALI. Una novela de PEDRO G. GUIRAO

Mensaje por pedro.guirao »

Primeros capítulos.

LA FUGA DE LA TENIENTE ESCALI

LIBRO UNO

“Un viaje de mil millas comienza con un primer paso”
Lao-Tse


En los confines del sistema solar, entre Neptuno y Plutón, un pequeño asteroide, en relación con la media que orbita entre ambos planetas, gira 1,7 veces más deprisa que este último lo que le hace sufrir una puntual atracción hacia él y cambiar ligeramente su rumbo. Dentro de trescientos setenta años se desvanecerá al contacto con su atmósfera y un poco de polvo se sedimentará en su corteza terrestre. Habrán de pasar otros dos millones de años en tiempo terrestre para que la mezcla de los sedimentos generados mezclados con la específica condición de Plutón permita el reinicio de la vida unicelular.
Este es el único cambio destacable del sistema solar en estos últimos meses, años, quizás. El resto continúa igual. Girando metódicamente en su baile celestial.
En la selva amazónica peruana, un delfín de agua dulce muere al no poder evitar el choque de un árbol que cede ante el continuado paso del caudal del río con la estocada final de una repentina crecida fruto de una lluvia torrencial a 200 kilómetros más al oeste; la lucha de sus raíces por mantenerle firme en tierra cede ante el terco avance del río. Desde el instante mismo en que su semilla germinó estaba abocado a este fin. Desgraciadamente, el delfín no poseía esta información. Sorprendido, muere y con él se pierde la mejor correlación genética de su especie; su cuerpo, destinado a abanderar a los últimos de su clan hacia mejores aguas donde procrearse plácidamente, yace en el fango ante la apetente mirada de un puma esquelético debido a la parálisis que sufre de su lado izquierdo motivado por la picadura de un insecto que sólo buscaba algo de sangre para alimentarse. Insecto, puma y clan de delfines desaparecerán silenciosamente del planeta en menor tiempo del que el asteroide tarde en concluir otro giro completo de su elíptica y ningún otro ser de este planeta existirá ni quedará en otro recuerdo directo de ellos cuando el asteroide alcance su destino.
Bacterias de las fauces del puma y sangre coagulada del delfín se unirán en las hojas de un tronco a la deriva y decenas de kilómetros río abajo serán la cena de un pájaro de cresta amarilla y pico azulado no catalogado por el ser humano. Morirá a los pocos días y con él, también, desaparecerá su especie. Otra más en el lento gotear de la evolución. Para el hombre, cuya constante caza incontrolada por todo el planeta es realmente el causante de la desaparición de esta y casi todas las especies de su entorno, jamás habrá existido, pero para otra ave que presenciará su muerte será el aviso de que es tiempo de volar muy lejos, hacia el este, donde nace el sol.
Volará durante semanas sobre el océano. Viendo el rostro de la muerte, encontrará cobijo en un petrolero noruego destinado a acabar con la fauna y flora local de la costa norte de las Antillas Holandesas, la estocada final con una limpieza ilegal de sus bodegas en el ya maltrecho litoral. En 21 días, ya recuperada, el ave llegará a un puerto atlántico francés donde reanudará el vuelo esta vez hacia el sur, debido a su interpretación errónea de los vientos que vienen del noreste, tan distintos de los de su tierra natal.
Dos días después dará círculos sobre la cima de una montaña sintiendo que ya ha llegado a su destino. Esperará hasta que un grupo de hombres que se hayan a los pies de la montaña desaparezcan.
Uno de ellos ya lo ha hecho en su esencia dejando tras de sí un cuerpo mutilado. Yace boca arriba en el fango de un riachuelo. Sediento, habrá pensado el ave al descubrir cuerpo. Demasiado sediento. Tu sed ya no se colmará con agua.
La sangre que brotó del profundo orificio abierto en un lado de su cuello ha cubierto la hierba de rojo y el lodo que la rodea asemeja ahora arcilla. La misma arcilla donde el ave vio por última vez el cuerpo abatido de su madre; agonizante. O al menos eso piensa. A su manera. Sin palabras que dividan y separen la vida de la muerte. La sangre del río. El verde de la hierba del azul del cielo.
Da una vuelta más en el aire antes de acercarse a la montaña por el lado opuesto a los hombres que ya rodean en silencio el cuerpo inerte. El mismo olor. Pólvora. Los árboles altos y de verdes espinas parecen saludarla al pasar sobre ellos. Una garganta de la montaña aparece ante ella ofreciéndole el cobijo de sus paredes rojas. Avanza por la grieta. Cada vez más cerca. Ya puede oler el sudor humano. El final de la grieta se abre en un prado. Un arroyo y la muerte. Se posa en una rama a contemplar la escena. Quiere irse, su instinto le grita que se aleje, pero no puede. La imagen de su madre abatida por los disparos de otros hombres la mantiene aferrada a la rama
Los hombres miran en silencio el cuerpo del cadáver. De sus ropas se escapan columnas de vapor. Hace frío. Cierra los ojos al tomar consciencia del cansancio que le embarga, pero la imagen del cadáver continúa en su mente. Un leve sopor la envuelve.
Un trueno la espanta. Abre los ojos a tiempo de ver salir fuego de uno de los palos de aquella gente y el muerto parece volver a la vida por un instante. Pero inmediatamente vuelve a su reposo eterno.
De repente, el silencio. Los hombres se van.
La luz del sol que ilumina el asteroide perdido, se apaga.
El pájaro vuela una vez más atraído por el olor a alimento, mayor que el instinto de huida ante lo desconocido. Se posa al lado del cadáver. La sangre está seca. El agujero de su cabeza muestra el contenido de lo que una vez fueron recuerdos almacenados y deseos insatisfechos. Pero eso el ave no puede saberlo.
Puede ver la mitad de su rostro desfigurado reflejado en el agua. Parece mirarle desde donde deberían estar los ojos. El reflejo del cielo en el manantial confunde su mente animal y creer ver una mirada azul observándola acercarse. No lo recuerda, pero siente el azul de los ojos de su especie en aquel agujero vacío. El hombre tiene la boca abierta y un puñado de comida a medio masticar se le escurre entre los labios. El ave se acerca y picotea aquella comida, reminiscencia remota de cuando su madre la nutría.
La montaña, rica en fosfatos y granito, recuerdos de tiempos lejanos en que, bajo el mar unos caracoles gigantes acudían a su lecho a morir como ahora aquel hombre, permanece inmóvil y ajena a la muerte que acaba de ocurrir en su regazo. Cuando las bacterias vuelvan a colonizar el planeta y no quede ni rastro de ningún ser vivo ella seguirá siendo montaña y, sólo cuando la luna y la tierra se atraigan como el asteroide a Plutón y exploten, dejará de ser montaña. Lo demás, no le interesa.



“Aferrarse a la ira es como beber veneno y espe rar que la otra persona muera”
Siddhārtha Gautama (Buda)


El orgullo de un hombre puede matarle. Nunca lo pongas a prueba. A menos que quieras cargártelo, claro. En ese caso es sencillo. Siempre he pensado que el crimen no requiere grandes complicaciones mentales ni una enorme infraestructura. No, el crimen perfecto es decirle a un tío: "¿A que no tienes cojones de pegarte un tiro, maricón?". Seguro que se lo pega.
Bueno, es una forma de hablar. Hay que ver cada caso, claro.
Supongamos el típico caso de la tía buena que se casa con un vejestorio por amor ... Por amor a lo que sea, da igual. Échale un vistazo a la mitad de las pelis americanas de los años cincuenta y alguna de los ochenta y verás que la mayoría se basan en esta hipótesis ¿Para qué tomarse la molestia de envenenarle, tratar con desalmados para que le peguen un tiro por ti y te estén chantajeando toda la vida, aprender de mecánica general del automóvil para cortar el cable del freno, meterte en el coche con él, para disimular, después de haber revisado los dos airbags para que funcionen casi todos cuando el coche decida seguir las leyes básicas de la física y hacerse uno con el cosmos empezando con algún árbol o camión de alto tonelaje?. ¿Pero qué quieres, matarte o qué?
Y, además, hay que contar con que la gente es muy mala y envidiosa. Seguro que tras siete operaciones para ponerte la cadera en su sitio, porque no tuviste en cuenta que el muy cabrón del finado pegase un volantazo en el último instante para salvar su asqueroso pellejo a costa del tuyo y la puerta del copiloto quiso abrirse antes de tiempo en la dirección equivocada con lo que llevas ya invertidos en cirujanos la mitad de tus ahorros (bueno, de los de tu difunto esposo) en clínicas y tratamientos con láser última generación que garantizan un resultado que quedarás mejor que antes para no poder volver a esquiar en la vida. Después, el primer día de libertad , cuando por fin crees que te has salido con la tuya y la parálisis facial causada por los ingratos cristalitos de la ventana que decidieron joderte un nervio facial ("qué mala suerte'', dijo el segundo cirujano para que el mundo se te cayese encima) convierte tu patética sonrisa en una mueca grotesca, en el silencio, en la soledad de tu palacio pensando "ole, lo he conseguido ", seguro que en ese preciso instante llaman al timbre y, claro, como habías despedido al servicio so pretexto de que no traían sus papeles en regla desde Perú para tener completa maniobrabilidad en tu plan de viuda precoz, pues nada, que además tienes que coger tus muletas y arrastrarte hasta la puerta para encontrarte con un tipo con sonrisa estúpida que dice que tú no le conoces pero que él a ti te conoce muy, pero que muy bien, haciendo hincapié en el muy. Y tú que te empiezas a poner de mala leche por estropearte tan feliz instante, estás a punto de cerrarle con la puerta en las narices justo cuando el memo de turno empieza a halagar lo grande y acogedora que es tu casa "ahora que vive usted sola", puntualiza y que la suya es minúscula y fea, "claro, es que los cursos de mecánica por correspondencia no dan mucho beneficio, en la mayoría de los casos, ¿no es cierto. querida?”
Y tú que te creías que se te abría el cielo, lo que se te abría de verdad es el infierno.
Con lo fácil que habría sido. tras una copiosa comida bien regada de buen y abundante vino, puro copa y, por qué no, qué caray. sólo se vive una vez, otra copita bien cargada, decirle melosamente a tu santo esposo "cariño, a qué no te atreves a venir conmigo al gimnasio para quemar estas grasas de más, vamos a hacer unas sesiones de spinning y pesas y si levantas más que yo te dejaré que me hagas LO QUE QUIERAS"...
Si no muere en el gimnasio, la palma en el catre, si se resiste, déjale hacer unos largos persiguiéndote en estricto cuero natural, piscina arriba, piscina abajo.
Muerte común, nada que decir. Ya pueden buscarte las cosquillas que no hay chantajes ni envidias que valgan. Viuda alegre en media jornada de trabajo.
Bueno, se me ha ocurrido este ejemplo porque fui finalista de fitness varios años seguidos, hace casi cuatro vidas y todavía conservo la forma. ¡Y porque estoy buenísima, vaya! Sí claro, me diréis que cómo se hace si eres más bien rechoncha. Pero no te preocupes, cielo, si eres más bien fondona, seguro que tampoco tienes que deshacerte de ningún vejestorio sobón con lo que te importa un rábano el crimen perfecto, así que dedícate a que no se te cuelen en la cola del súper, bonita. Y tú sigue tragando. Cuanta menos competencia haya para vejestorios millonarios, mejor.
El orgullo de los hombres. Menudo título para un tratado sociológico sobre la inmadurez masculina.
¿A qué viene todo esto, os preguntaréis? ¿Quién soy yo y por qué voy de enterada prepotente, pasada de vueltas y mal follá? Pues justo por eso, ni más, ni menos. Por mal follá
Y, bueno, ya os iréis enterando, pero el hecho es que he tenido un día de mierda.
Me he pasado tres horas y media en un puto armario de 90 x 190 para poder hacer una jodida foto decididamente comprometedora al marido de mi primera y única clienta hasta el momento en actitud más que acaramelada con un chaval magrebí que no tendría más de 15 años. Y no soy ni carpintera ni fotógrafa ni decoradora de interiores de armario. Y porque hasta hace tres horas y cuarto que estaba hasta el puto punto G (que ningún imbécil me ha sabido encontrar todavía) de que el soplapollas del florista de la esquina, que debería ser maricón como todos los floristas de todas las jodidas esquinas de la ciudad, pero que el muy tarado se empeña en demostrarle al mundo su virilidad diciéndome guarradas con frases grandilocuentes mal construidas e intentado meter en ellas palabras de más de diez letras cada vez que me ve pasar por delante de su quiosco de mierda, que son de dos a cuatro veces al día porque está puerta con puerta con mi oficina, envalentonándose más a cada ocasión ante mis silencios que él debía malinterpretar como una oculta insatisfacción desnudada por sus audaces comentarios en lugar de bien interpretar mis silencios por lo que son, generosos esfuerzos por controlarme para no partirle la cara. Y como ya venía caliente de mi hibernación en el armario y de venir a pie porque algún esbirro del puto alcalde ha decidido engrosar el pecunio de su jefe a mi cuenta dejándome un triángulo verde en el lugar donde debería estar mi puto coche. No sé por dónde iba. Ah, sí, el imbécil del florero me ha dicho que si me complaciera hacer entrenamiento que no me estropearan los pies deambulando la megalópolis (¿?) que él me sobrellevaría en brazos hasta algún cirrocúmuloestratosférico donde me haría un masaje endocrinamente que me dejaría espiritualkármicamente como nueva.
La patada en los huevos me ha alargado la raja de la falda de un comedido estilo Audrie Hepburn (ideal para mi profesión) a un descarado mujer de Roger Rabit que no sé cómo voy a hacer para arreglarla y que pueda volver a pasar por una eficiente profesional de la búsqueda de maridos indecentes. Sin mencionar que el bolsazo en la cabeza con la cámara de fotos dentro pone en jaque la irrefutable victoria de mi clienta y la opinión general media del vecindario será, en cuanto corra la voz, que la fulana esa de la agencia de detectives es una histérica y una mal follá.
Bueno, sabiduría popular.
Así que como todo va mal y tendré que ir a por el coche andando y no llegaré a casa hasta dentro de un par de horas para poder pegarme una buena ducha, prepararme un asqueroso plato de arroz integral estrictamente hervido y un trozo de pollo escrupulosamente aséptico y sin sabor alguno para poder mantener este tipito hasta que aparezca el puto príncipe azul, tras lo cual, al fin, podré hacerme un par de canutos que justifiquen los asquerosos días que llevo desde que me echaron del cuerpo. Pues eso, que he decidido escribir mi insípido existir para ver si pareciéndome a Philip Marlow algún torero me alegra el puto día (tengo que buscar sinónimos de "puto" so pena de quedarme algo corta en mi narración) o, al menos, si le echo un poco de imaginación, cuando lo relea de aquí a un tiempo pueda convencerme de que no fue tan patético. Y también para que mi ex, el imbécil de mi ex, tenga la oportunidad de ver que fue eso: un imbécil por dejarme por aquella colegiala calientabraguetas con la que se largó hace seis meses.
Mi ex no es que fuera el hombre ideal, ni una máquina sexual, insisto en que mis puntos erógenos llegan hasta la fecha como mucho hasta el F, desde luego no era inteligente ni cariñoso y (esta te va a gustar, cariño) no tenía ni puta (quiero decir: ramera) idea de cocinar. Su única virtud consistía en mantener la cama caliente cuando yo salía tarde de la comisaría, no roncar demasiado y una estricta supervisión del stock de cervezas en la nevera. En esto último era realmente bueno, en honor a la verdad.
Así que espero llegar a ser una famosa autora de intrigas para que su madre se entere de una (meretriz) vez: señora Mari, su hijo Tonete, su cielito, el corazoncito de su mamá, la suerte inmerecida más grande que he tenido nunca en mi vida, es un imbécil y su "especial canelones" de las fiestas son una mierda, los del Día congelados le dan tres patadas, que se entere y la snob lo será su (santa) madre, que a mí no me la da, vieja bruja, que he mirado en los archivos y su señor esposo de usted, Don-Antonio-ese-sí­ que-era-un-hombre-y-no-como-los-de-ahora, no era el santo que usted nos vendía en todas las (rameras) comidas de los domingos de mierda que nos envenenaba con su "pasta al dente" que me ha costado tres empastes en cinco años de aguantarles a usted, al cornudo de su hijo y al putero del padre muerto en acto de servicio en el ejército que lo parió. Para que se entere España entera y, en especial, el transexual de su hijo que se ponía mi lencería porque decía que le ponía, el muy imbécil maricón, Don Antonio de Miñena y Carrascal murió, según el forense y según consta en los informes de comisaría, "en el acto, en los servicios de Capitanía, donde trabajaba de bedel los fines de semana, de un paro cardiaco motivado por una obturación en la aorta y otra en el intestino que le hacía padecer un estreñimiento crónico que le mantenía atado a la taza del wáter, donde fue hallado cadáver el lunes siguiente al día de autos ...."
Para que lo sepas Toni y puedas contarle la verdadera historia del padre que no llegaste a conocer a tu nueva amiguita cuando la metas en la cunita. Imbécil. Maricón. Nenaza. Cabrón.
Bueno, por hoy y para empezar creo que ya está bien. Me voy a casa a ver si me hago una pajilla viendo al presentador del (buscón) telediario de Antena 3. ¿Buscón? Este diccionario de sinónimos es una (puta) mierda. A ver qué dice, para acabar este primer capítulo de mis memorias, este otro diccionario de frases célebres que me ha endosado el listo del librero "por tan solo un par de euros más para usted, por ser tan torera"

"Todo lo bueno se acaba y ...
-Y esa es su delicia, que se acabe antes de terminar en la monotonía.
-Sí ..., sólo lo que tiene límites es hermoso"

Juan A. de Zunzunegui
Y no me preguntéis quién es el puto Zunzunegui que no tengo ni puta zorra idea.
Ya me iréis conociendo. Soy coleccionista de intangibles.  
"El recuerdo es un veneno que se forma en nuestra alma y que va aniquilando la sensibilidad del corazón"
Charles Leclerc


No está mal, ¿eh?; el librito de las citas. Me gusta coleccionar frases de los libros que leo. O refranes que custodian el saber popular. Las apunto y de vez en cuando me hablan. Me dan qué pensar y me ayudan a comprender al ser humano. Tengo muchos más hobbies, pero ya os lo iré contando. Es hora de explicaros de qué va el puto caso.

Nota 1 para la mejora de este libro: dejar de utilizar la palabra "puto" y derivados.


La verdad es que con los últimos acontecimientos ni me había acordado de mi incipiente diario o lo que sea, futuro best-seller. He estado muy ocupada con un caso, bueno, EL caso, mi primer caso de verdad, que empecé hace treinta años y que nunca me ha abandonado y que como el Guadiana aparece y desaparece de mi vida para volver siempre a reaparecer. Y ahora que tras un par de semanas estoy en un callejón que no conduce a ningún sitio, he pensado repasar los acontecimientos, una jodida puta vez más a la espera de poder encontrar las respuestas que se me escapan. Así que voy a escribirlo todo para ver si paso algo por alto. Total, no creo que este manuscrito vea nunca más luz que la de mis ojos. Y si me equivoco, una puta mierda para vosotros. Joder. Escribo lo que me da la gana, ¿Vale? Bien. Sigamos. Perdón.
Eran cerca de las once de la mañana, acabando el 2015, por si es relevante. Las pateras seguían llegando con regularidad a nuestras costas. La gente seguía muriendo en el mediterráneo a pesar de no importar a nadie. Los terremotos del Nepal tenían más tirada periodística, más por los turistas atrapados o desaparecidos que por una repentina displicencia de occidente. El sol no brillaba y en la claridad de las faldas de las colinas que siempre saludaban mi nuevo día desde la ventana de la cocina mientras me preparaba un té, se apreciaba un aspecto lluvioso ... No. Tía, ¿de qué coño vas?, esto ni es un inicio para una historia de detectives ni para una peli porno de mierda. Vamos, métele ganas o Antoñito jamás podrá comprar este libro en el quiosco de ninguna jodida puta esquina… esquina, a secas.
Quizás sólo fuese casualidad, si no eres de los que crees que todo está predeterminado, perfecto, ya somos dos, pero ese día hacía justamente un año que me habían dado puerta del cuerpo de policía. Cuando miré el calendario de los bomberos supercachas que tenía al lado de la nevera caí en la cuenta y me sentí fatal. Y … sí, creo que estaba nublado. O no. ¡Yo qué sé! ¿Realmente importa?… Vale, unos pajarillos cantaban y el viento traía su arrullador sonido como la banda sonora de una película que perezosamente despertaba… ¿Así? ¿Mejor? ¿En serio os pone esta puta mierda? ¿No tenéis bastante con mirar por vuestra ventana que os tengo que explicar qué se ve desde la mía? ¡Llovía! ¡Joder! Llovía. Un chirimiri de esos que te calan sin darte cuenta. De esos que agradeces al principio porque refresca el aire después de una pequeña ola de calor tardía, pero que acabas deseando hinchar a ostias al hombre del tiempo por no ser más preciso y aconsejar paraguas. ¿Contentos? Bueno, a lo que iba.
Supongo que la humanidad se inventó esa mierda de los cumpleaños y las fechas señaladas con algún fin. Probablemente, imagino, obligarnos a hacer una suma del último trozo de vida, con vistas a madurar de una jodida vez y hacernos ver la necesidad de sentar la cabeza o plantar un árbol o tener descendencia o un legado para las generaciones futuras; propósitos de enmienda de los errores aplazados, cargar el saco de las buenas intenciones para que nos duren, al menos, otro año más. En definitiva: recapitular para ser mejores. Conmigo nunca ha funcionado. Ni siquiera soy de las que se ponen nerviosas porque se les pase el arroz. Yo prefiero una buena paella en el rompeolas por la noche que cuatro cachorrillos jodiéndome el resto de mi vida. Pero algo de verdad hay siempre subyacente en la sabiduría popular. No busquéis la terraza gastronómica al borde del mar. La modernidad postolímpica arrasó con ella. He ahí la inexorabilidad del tiempo.
Bueno, está claro que no contaron conmigo cuando se inventaron esa gilipollez de medir el tiempo. Por mí podían haberse pegado un tiro e inventar cómo coño tiene que hacer una para dejar de esponsorizar a los de la ONCE y su puta miseria de agonías de todos los días con su número que nunca toca. O puestos a inventar algo realmente práctico, algún quitamanchas portátil para que no te cuelguen el sambenito de guarra porque el concepto de servir el menú de 10 euros del camarero del Marcelino de la esquina lleva implícito el de tirar el plato sobre la mesa en lugar de depositarlo, como he comprobado hacen el resto de camareros de los distintos Marcelinos e, incluso, del resto de restaurantes económicos de la ciudad.
Decididamente, yo estaba mejor un año antes con una vocación que me daba de comer y me chupaba el alma y un maromo que me daba de beber y no me chupaba nada, el muy cerdo; y, lo que es peor, sabía que ya nunca volvería a estar igual. Asumir que la vida es pérdida constante es una cruda curva de aprendizaje que empiezas a ver claramente a partir de los 40. En fin. No voy a ponerme nostálgica porque esté lloviendo, ¿no? A lo que iba.
Sólo se es policía una vez. O te jubilas siendo policía o te pegan un tiro siendo policía o te largan por ser mal policía, como a mí, pero no conozco a nadie que haya dejado de ser policía para volver a entrar en el cuerpo después. Y para mí, ser un (puto) madero, a pesar de la opinión general que el oficio despierta, era mi vida. Una vida truncada ya, sí, es lo que hay, la pérdida permanente.
Siempre quise ser pasma; bueno, picoleto para más señas. Fue siempre mi sueño. Mi color preferido era el verde y apreciaba más la belleza estricta de un arma y la uniformidad que la falsa carne de la carne con olor a goma de borrar de las muñecas Famosa. De pequeñita le cambiaba a mi hermano todas mis flamantes Nancys de esos reyes sin estrenar que con tanta fe y tan poca vista me regalaban, para que mi hermanito jugara a violarlas o a desmembrarlas a cambio de alguna de sus pistolas de sheriff del año anterior. Si acaso, me guardaba alguna para utilizarla de rehén de algún bellaco criminal o, simplemente, de diana. Nada muy femenino, como podéis leer.
Iba a todas partes con mi Colt 45 cromado con balas de petardos que se me llevaban la semanada en la papelería de al lado del colegio. Como mi padre y los profes siempre querían quitármela porque decían que no hacía para una señorita, me la metía en las bragas; allí sabía que no se atreverían a buscarla. Me paseaba con ella escondida por el patio, su frío contacto me indicaba constantemente su presencia, su solidez era la mía. Las otras niñas sabían que ocultaba un poder entre mis piernas y no se atrevían a meterse conmigo. El frío constante del metal y su impertérrita rudeza me hacían ...
¡Hey, hey¡, no se piensen cochinadas ni me cuelguen sus traumas infantiles anti-erectiles o postmenopáusicas, esto no es una novela guarra, ¿vale? Si esa mierda les pone cachondos váyanse a otra parte, aquí no van a encontrar gasolina para sus mentes enfermas. Que nadie se piense que soy un marimacho que echa de menos no tener un buen cipote como sus colegas polis. Me gustan las armas, eso es todo. Soy tan femenina como la que más, más que la mayoría, a decir de mi quiosquero y mi inseguridad al afirmar si he experimentado un auténtico orgasmo en mi vida no se puede achacar tanto a un trastorno mío como a la mala gestión de los hombres que me han manipulado sin haberse leído el manual de instrucciones. Y porque tampoco soy un pendón que se va con cualquiera; he mantenido ese tipo de contactos sólo con tres o cinco hombres en toda mi vida (depende de si catalogamos por penetraciones o no), como la media española, supongo… Bueno. Hasta que me metí a puta, claro. Eso no cuenta.
Con el paso de la adolescencia y la llegada de los primeros chicos empecé a olvidarme de mi temprana vocación de justiciera. Pasaron los años, que me apartaron de las pistolas, los granos, que me apartaron de los chicos por un tiempo y los cantantes de pop románticos, que me apartaron de mis granos y me hicieron soñar con mi príncipe verde. Verde, sí. Ya os he dicho que no seguí los cánones prescritos por algún imbécil que escribía cuentos para someter a las mujeres a sus fantasías dominantes. Yo lo prefería verde, verde sapo, para malearlo a mi voluntad a base de besos y polvos.
Fue una canción de Los Pecos, la desaparición traicionera de todos mis granos faciales y la llegada del amor de mi vida que sólo me duró dos meses lo que me hizo entrar en el cuerpo. En el cuerpo de Policía. ¿Vamos a parar ya con los chistecitos o empiezo a repartir somantas y me quedo sola? Vale.
Me apunté. lo que se dice, por amor al Cuerpo. No al verde que hubiera preferido, pero al menos sí al marrón “madero” Mi novio estaba sin un duro y decidió probar suerte en las pruebas de acceso al nivel básico de policía nacional. La idea de perderle a él y a la que estaba segura sería mi única oportunidad en la vida de dejar de ser virgen me hicieron lanzarme de cabeza en su pos. O sea que me apunté por amor, vaya. Él no pasó las pruebas y yo sí. Y ahí acabó mi amor eterno por él y empezó mi amor de verdad. Así que cuando quise darme cuenta de que iba para bofia mi novio decidió pasar el mal trago de su fracaso montándoselo con una amiga mía. De ahí el drástico cambio de amor eterno, fundamentalmente. Así que le dejé y pensé que ya me estaba bien empezar mi propia carrera laboral, aunque maduré durante un par de semanas la idea de meterme en algún convento. En aquella época todavía era una idea en la cabeza de toda niña decente y decepcionada. Sí. Eran otros tiempos.
Me enviaron a la academia de Ávila y allí acabaron mis relaciones sentimentales durante unos cuantos años y empezó con lo que sería mi vocación, mi vida, con el único cuerpo que, hasta hace un año y dos semanas, siempre me fue fiel. Conclusión. Chicas: no lo apostéis nunca todo a un mismo caballo.
Mientras el Sida seguía siendo un elemento disuasorio de encontrar almas gemelas en las discotecas y Forrest Gump corría y corría, yo me mantuve firme en mis clases de la academia. Aunque se me dieron bastante bien los cursos que tuve que realizar allí y los que fui adquiriendo después, siempre he creído que si llegué a subinspector en cinco años fue más por cuestiones estadísticas (es decir, políticas) que por aptitudes. En aquella época todavía eran muy escasas las mujeres agentes y mi rápido subir en el escalafón siempre estuvo bajo sospecha de preferencias. Lo que me ayudó a ganarme una falsa reputación inquebrantable de estupenda chupadora de pollas; que he sabido conservar intacta hasta la fecha. Las ganas de que les tocara a ellos, supongo. Bueno, eso me sirvió para mantener un poco las distancias con mis subalternos según fui ganando galones. Si ya es una mierda ser mujer en el jodido mundo machito empresarial, imagínense la madre de todas las mierdas que es ser una niña mona y jovencita dirigiendo a un montón de maderos carrozas de la antigua escuela pre democrática; nostálgicos de antiguos regímenes que aún esperaban un segundo intento golpista para volver a imponer “su ley” diez años después de la intentona del “compañero” de la benemérita.
En la academia me aficioné a hacer pesas en mis ratos libres; para encauzar mi necesidad sexual, supongo. Así que cuando los granos dejaron paso a un suave cutis y mi cuerpo fue tomando volumen empecé a participar en concursos de fitness con cierto éxito, lo que acabó de dar de mí una imagen de narcisista distante y fría que no soy y mantuvo alejadas las manos y las lenguas de mis camaradas todos estos años de aventuras en aras de la justicia y el bien. Lo que por un lado me fue bastante bien, pero por otro me hizo acabar con el imbécil de mi marido. Ex, marido. Imbécil.
Es una mierda ser tía. Acabo de terminar el párrafo anterior y ya se me está cayendo una lagrimita recordando aquellos momentos gloriosos. Qué poco valoramos lo que tenemos hasta que no tenemos nada. La vida es una puta piltrafa, sea eso lo que sea, se lo digo yo, una jodida piltrafa de mierda. Culpa de la radio y el Corazón Partío que sonaba en ese momento. Y de la fina capa de agua que no conseguía otra cosa que empapar recuerdos.
Bueno, basta, yo iba a contarles el extraño caso que me ocupa y que no me deja dormir, no las penas de mi vida y mis fracasos, que tampoco me dejan dormir. De hecho, ya sólo me duermo si me cebo bien a porros y entonces se me dispara la olla y empiezo a pensar en todo tipo de cosas pero tan rápido que no me da tiempo de meterlas en la memoria y se me olvidan en seguida y luego, durante el día me vienen como flashes, retazos de lo que había estado pensando la noche anterior, algunos pensamientos interesantes, pero la mayoría mucha psicodelia, legado de mi paso por la banda de los colombianos. Pero si no fumo me pasa lo contrario. Se me para el tarro, se me encasquilla con algún recuerdo de mi vida de poli y allí me quedo engatillada, con la bala a punto de dispararse, pero atrapada por algún mecanismo que no funciona como debiera, inerte como mirando un cuadro de mí misma en el techo de la habitación durante horas hasta que me duermo por aburrimiento y, claro, sigo soñando con la misma estática escena de pena. Eso, una pena, vaya.
En definitiva, que estaba yo hace un par de semanas mirando por la ventana de mi despacho de detectives (detective, en realidad) como cada mañana, esperando que sonara el teléfono con el caso de mi vida al otro lado del hilo que, por fin, diera un poco de sentido a todo aquello y a mi maltrecha economía. La indemnización que me dieron por no hacer escándalos al devolver la placa se la había tragado hacía tiempo el alquiler del inútil y céntrico despacho y mis ahorros de veinte años de servicio al estado (diecisiete ejerciendo, uno estudiando y otro en concepto de finiquito) empezaban a cambiar de color en el extracto bancario.
El problema es el de siempre, vale que de entrada ya no hay mucha cultura de agencias de detectives en este país, pero el acervado machismo aún vigente en la sociedad se categoriza radicalmente en el límite social en que mi oficio se halla. Debe de existir por ahí algún gremio de detectives privados que me hubieran podido informar sin compromiso alguno por ninguna de las dos partes de que no había sitio para una tía en este mercado laboral. Pero no me quise dar cuenta hasta que mi maniobrabilidad económica para reconducir mi situación laboral se agotó. La única salida que me quedaba y que había estado dilatando a la espera de algún milagro era ponerme algún uniforme de guardia jurado. Oh, Dios. Juro por lo más sagrado que exista que me dan nauseas cada vez que me imagino poniéndome uno de esos trajecitos. Ya al poco de licenciarme en la academia pedí dejar los Zetas y dedicarme a policía de paisano para no tener que uniformarme. Sí. No hay nada peor que un sueño de infancia se cumpla para darte cuenta que era una gilipollez. La otra opción que siempre me ha quedado (a parte de la que todas las mujeres podemos optar y que ya os explicaré algún día) es la de dependienta de modas.
Ya estoy otra vez soñando despierta con mis viejos tiempos. Todo tiempo pasado fue siempre mejor y toda esa basura new age. 




“A menudo el temor de un mal nos lleva a caer en otro peor”
Nicolas Boileau


Como les decía, estaba tan absorta esperando la llamada milagro que me arreglaría la economía y encauzaría por fin mi vida que cuando sonó el teléfono aquella fría mañana de diciembre mi entrenada mente hizo rápidamente una escala de valor de las posibilidades que se escondían al otro lado de la línea: a) el caso de mi vida, demasiado fácil, esas cosas sólo pasan en las pelis, b) algún excompañero que se ha topado con mi número y ha decidido invitarme a comer a ver cómo me van las cosas con la intención de ponerme sensiblera recordando aquellos días, con la intención de ponerme blanda a base de vino de Rioja, con la intención de darme un buen repaso una vez superadas mis naturales recelos. Bueno, no pintaba tan mal la cosa. Pero lo más lógico fuese simplemente c) que alguien se hubiera equivocado de número o, peor aún: d) el banco con alguna factura impagable o algún aviso de embargo o quizás... El teléfono había dejado de sonar.
Mierda. Ahora nunca sabré qué me perdí y, total, me iban a embargar igual, cuanto antes empezaran antes acabaríamos. Adiós punto G.
El teléfono volvió a sonar. Esta vez lo cogí antes de que acabara el primer timbrazo.
- ¿Hola?
-Hola, ¿eres tú, "Escali"?
"Escali ". "Teniente Escali" era como me apodaban en la comisaría. "Escali", como la teniente Scully de Expediente X, pero a lo burro. Creo que fue lo más ingenioso que se le ocurrió a nadie en el departamento en toda mi vida activa allí. Pretendían que era porque tengo el pelo algo rojizo como la protagonista de la serie, pero siempre supe que "Escali" era una referencia directa a mi rápida carrera en el cuerpo. Escaladora. Trepa. De hecho, en la policía no existe el grado de teniente o subteniente, sino inspector o subinspector y yo era subinspector cuando me rebautizaron, pero era mejor ser "La teniente Escali" con todo su retintín que "la subinspectora Trepas Chupapollas de la Brigada de Homicidios" y, además mi fama me precedió tres meses antes de mi incorporación debido a los cambios que mi cuerpo experimentó y que lo hizo tan popular. Para cuando me asignaron al departamento ya todo el mundo tenía asumido mi mote y tras cuatro o cinco intentos de imponer mi nombre acabé aceptando mi condición televisiva. Lo de Teniente lo confirmaron los ascensos y los años posteriores, con lo de Escali, trepas, claro.
De todos modos, mi nombre tampoco me lo habría puesto mucho más fácil y no sentía un gran apego por él. ¿Qué credibilidad puede tener un servidor de la ley que se llame Natividad? Natividad Blanco, para más INRI; siempre he sospechado que debió de ser una apuesta o algo así, algún gracioso le debió decir a mi padre "a que no tienes cojones de ponerle a tu niña Natividad". Y es que los hombres son unos imbéciles. Sobre todo, mi padre por joderme la vida antes de nacer.
El sub inspector Céspedes un sevillano muy "salao" que probablemente ya estaría en la comisaría cuando los albañiles estaban levantando las paredes era el encargado de nominar a todo recién llegado. La edad es un rango y, bueno, sabiendo que a la mujer de la limpieza la llamaban "coneja", por el abuso de la lejía y a la otra agente femenina asignada al distrito la apodaban "chochín" por no quieran saber qué razón, la verdad es que estoy más que contenta con el mío
- ¿Kojak? -Me pareció adivinar la voz del comisario Somoza, el apodo ya podéis imaginaros a santo de qué venía. Otra muestra del arte de Céspedes.
De hecho, el tema de los seudónimos es una excelente tarjeta de visita. Llámame por un apodo y te diré de qué te conozco. A lo largo de mi vida y contra mi voluntad, como supongo que suelen acontecer la inmensa mayoría de las vidas, he ido adquiriendo distintos nombres. Cuando alguien me llama Nati sé que es alguien de mi familia (mataré a todo aquel que se atreva a llamarme Nati sin ser de mi familia). Teresa es signo inequívoco de que te conozco de los viejos tiempos del colegio Mayor Sagrado Corazón de María; francamente en desuso por la falta de cultivo de las viejas amistades; todavía me resulta muy útil para ubicar a mi interlocutor/a si se tercia. La semana pasada en la sección de cosméticos del Caprabo una soprano de alto tonelaje con cuatro churumbeles colgando de ella se me abalanzó por sorpresa al grito de "¡Teresa!", tras los consabidos "es que no has cambiado nada chica, te veo genial - Tú sí que estás igual -Calla, calla, con esta cruz" dijo mirando a sus retoños que pusieron todos cara de calvario ajeno o de "Aldeas Infantiles", antes de arrastrar de allí aquel buque mercante ante amenazas del tipo: "¡Cuando le diga a las chicas que te he visto . .., dame tu número , hemos de quedar para una merienda un miércoles de estos!". Lo único que pude decirle fue: "¡Sí, sí, claro, ve, ve, no te preocupes, estoy en la guía! Llámame. ¿Me lo prometes, ¿eh?" Seguro que esas arpías están molestando a todas las Teresas de la ciudad sin acordarse de mi verdadero nombre. Si no se lo contáis a nadie, os diré que lo de Teresa fue la suma de mi recato para con los chicos que nos asediaban al otro lado de la verja del patio y por un extraño sarpullido en el brazo que me lo dejó lleno de enormes granos infectos. El brazo incorrupto de Santa Teresa, ¿cómo queréis que siga viendo a aquellas brujas?
Indi, derivado de Indianápolis me lo pusieron en la academia a las dos semanas de ingresar por mis curvas mortales (alguno que otro estuvo a punto de atestiguarlo; lo de mortales, digo) es el otro apodo que me sirve para saber que te conozco de Ávila. Y “Busi” es como me llamaban cuando hablaba con sus amigotes el maricón de mi ex maromo. Era en homenaje a un portero de Ciudad Badía que parece que jugó en el Dream Team del Barça de Cruyff que parece ser que era imbatible, que no le colaban ni una; como a mí, o yo qué sé. Siempre me ha parecido una estupidez eso de veintinosécuántos tíos en calzoncillos detrás de una pelota. ¿En serio no es un problema de inmadurez sexual o simplemente miedo a enfrentarse a una hembra en condiciones? Quien entienda las gilipolleces de los tíos que me lo explique.
Kojak. Dios Padre, Gordo Seboso, Manos Limpias Somoza o "rote" (de capi-rote, él insistía en que le llamáramos simplemente capi y nosotros no perdíamos la ocasión de llamarle simplemente "rote") eran algunos de sus otros nombres oficiosos y yo sabía bien cuál era el que más le jodía a ese puto cabrón alopécico “chupachaperos”. Era el amo de la comisaría de Vía Laietana. En realidad era el comisario de la comisaría pero el inspector jefe de la brigada provincial de Homicidios y Estupefacientes llevaba de baja por depresión un par de meses cuando yo llegué y nunca llegó a recuperarse y, aunque iba pasándose por la oficina, era el comisario Somoza quien ejercía de jefe único de la brigada y como estaba más chapado a la antigua que una chapa de Coca-Cola de 33 centilitros de cristal verdoso y tenía grabados todos los capítulos de Miami Vice que devoraba todas las noches de manera compulsiva, pretendía que le llamáramos Capitán. El muy imbécil. Rote.
¿Cómo tenía los santos cojones de llamarme después de lo que me había hecho? Me había vendido por un plato de lentejas, me había preparado una encerrona para que otro, yo, cargara con el muerto (nunca mejor dicho) y me sirvió en bandeja de plata a la prensa para forzarme a dimitir y sacarse el grano en el culo en que me estaba convirtiendo.
¿Qué coño quería de mí el “saco de mierda”? ¿Felicitarme el año nuevo? Llegaba ocho meses tarde. Reincorporarme al cuerpo era simplemente imposible, incluso para "Dios Padre Somoza" aunque quisiese y, desde luego, sería el último interesado en volver a verme por los pasillos de comisaría. A pesar de ser imbécil sabía perfectamente que, si me pedía lo que fuera, aunque me ofreciera todo el oro del mundo la respuesta iba a ser “vete a la mierda gordo maricón". Así que decidí ver qué tramaba aquel mal parido y no le colgué.
-Bueno Nati, bonita, no me guardarás rencor por aquel feo asunto después de todo este tiempo, ¿no? Ya te dije que el destino nos utilizó caprichoso en un juego que nos venía grande a todos. Las cartas las habían marcado los de arriba del todo antes de empezar la partida. ¿Me entiendes verdad? ¿Amigos?
-Claro, jefe, aquello ya está olvidado ¿qué se le ofrece?, ¿hay algo que pueda hacer por usted?, estaré encantada de poder echarle una mano. - Al cuello "Maguila Gorila". Sólo dame la oportunidad de poder hacerte un "favor" que ya me ocuparé de empaquetártelo - Deduzco por lo de Nati que mi madre le ha dado mi número.
-Bueno, sigues siendo la más rápida, ¿eh?, Escali. - Tu puta madre sí que fue rápida la muy zorra en parirte antes de que se diera cuenta la pobre mujer del pedazo de hijo de la gran puta que estaba trayendo al mundo.
-Sigo en la brecha desde este lado de la barrera.
-Bueno sí, ya me ha estado explicando tu madre, una persona encantadora, debes estar muy orgullosa de ella, se nota que te aprecia mucho ...
El manual del buen comportamiento ciudadano que tenía a mano estaba falto de capítulos y ya estaba arrancando sus páginas finales. Si seguía forzando mucho iba a pasar al manual de gitana desdentada e iba a encadenar una retahíla de tacos con todo el árbol genealógico de ese bastardo por parte de madre. Mientras seguía apurando los formalismos, mi mente estaba ya trabajando en la cuestión de cómo un espermatozoide cuya entelequia iba a ser este sebo andante pudo adelantarse a sus otros cien mil hermanitos. ¿los vendería a todos a alguna bacteria voraz para que le allanase el terreno o fue capaz de encontrar algún atajo desde el recto de su puta madre hasta el útero él solito?
Me estaba empezando a poner nerviosa. - Comisario, - atajé - ¿qué se le ofrece? - Bueno ... -como vuelva a decir ”bueno” le cuelgo el teléfono, pensé - he oído que ahora trabajas por tu cuenta y ... bueno . . . - ¡aaaghhhh! - tu madre me ha confesado que no te acaba de ir todo lo bien que te mereces y pensé que quizás podría interesarte un asuntito
¿"Copito de Grasa. necesitaba de mis servicios? ¿Quería que siguiese a su mujer para hacerle fotos comprometedoras con las que poder separarse sin pasarle ni un duro para poder traerse a algún novio dominicano a casa que le azotase el trasero por las mañanas? No, para eso habría utilizado los servicios que el cargo le confería, habría puesto tres turnos de patrullas de incógnito en la puerta de su casa y él mismo hubiera instalado los micrófonos en el "pato wuik" del inodoro o donde le hubiese salido del coño. Debía de ser algo oficial que le tocara directamente, quizás algún asuntito del pasado que florecía o puede que estuviera atado de margen de maniobra con los de arriba observándole con lupa. De hecho, la voz parecía la de un móvil. Miré el número en la pantalla y lo apunté en la agenda, en efecto: un móvil. ¿Qué para qué quería el móvil de "michelines de Mierda"? Nunca se sabe. En este negocio se apunta todo. Por si acaso.
¿Por qué aquella rata se había tomado la molestia de salir de su despacho (el murmullo lejano de coches le delataba) para llamarme? Nunca le había visto fuera de su "trono'', claro que yo tampoco pisaba mucho la comisaría, pero cuando alguna vez llegaba pronto por las mañanas ya estaba allí y por la tarde seguía estando. Creo que no salía ni para comer, supongo que se hacía traer la comida a su despacho, cada día de algún sitio distinto; imagino, por si decidíamos envenenarle. El comisario era muy querido por todos.
-...y, bueno, las cosas han cambiado mucho por aquí, ha habido un par de temas que han llamado demasiado la atención - supuse que se referiría a los dos camellos italianos que se habían "suicidado" en los calabozos de comisaría al mismo tiempo hacía un par de meses- y ... bueno, tenemos un problema con un antiguo caso que parece reabrirse sólo sistemáticamente y me resulta un tanto ... incómodo poner ahora más medios para ello. He pensado que ... bueno, a parte de la vía oficial pues, bueno ... quizás te podría interesar llevarlo otra vez.
¿Otra vez?
El tiempo es algo curioso y no parece transcurrir siempre de manera uniforme. A parte de la capacidad general de la población trabajadora de alienarse de sus presentes ocho horas al día, de reubicarse mentalmente en otros espacios mientras recorren sus ciudades de manera subterránea, aparte de la habilidad de vivir casi siempre en un incierto futuro que nunca se alcanza, para poder evadirse otra vez de un presente ensordecedor y aparte de la camaleónica habilidad humana de transportarse a un borroso pasado revisionado, otra vez para escapar del insoportable presente, el tiempo parece tener otra capacidad, supongo que igualmente unilateral, que es el de congelarse. En ese instante, mientras preguntaba “¿Otra vez?” el tiempo se detuvo. La vida dejó de avanzar. O retroceder. O lo que quiera que haga normalmente. Otra vez no. Pensé. Una y otra vez sólo pude repetir lo mismo en mi mente bloqueada. En mi tiempo detenido. En la eternidad inerte. ¿Otra vez? ¡No, otra vez no! Creo que empecé a sudar en ese instante.
Sí bueno, es un caso que llevaste hace unos años, no sé si lo recordarás fue un asesinato sin resolver ... Francisco Campoverde.
Sí. Otra vez, sí.
Hijo de puta, me cago en todos tus muertos, malnacido del coño de tu putísima madre… 



"No hay monstruo más temi ble que un hombre que reúne un malvado corazón a un sublime talento"
Barón de Holbach


Francisco Campoverde fue mi primer caso serio al poco de desembarcar en la comisaría. Y sería el detonante de mi dimisión, años después. Ese cabrón todavía me persigue en mis pesadillas con su (puta) jeta destrozada y sus sangrientas manos intentando atraparme. Digamos que está unido a mí de por vida.
Nunca pudo encontrarse al asesino y el caso fue archivado "rápidamente" para evitar escándalos mayores a los que estaba unido el finado y algún muy pero que muy alto cargo (el más alto de todos) del ayuntamiento de la ciudad a la que yo servía y a la que el capitán Somoza "el perro" protegía servilmente. Los Mossos hacía aún pocos años que habían sido refundados y estaban catalogados por aquella época como la mejor policía del mundo a la hora de resolver casos. Lo cual nos metía a todas las demás fuerzas del Estado una enorme presión. Por supuesto su enorme superioridad se basaba en la manipulación de las estadísticas y sólo investigaban los casos que sabían que iban a poder resolver. De ahí la intervención de todos los poderes políticos en la pronta liquidación del caso Campoverde. A nadie le importaba una mierda, pero nadie quería salir señalado y poner en peligro unas elecciones que les permitirían seguir chupando del bote del partido que fuese. Era la época dura del “tocho” y todo valía si no te pillaban in fraganti.
Lo cierto es que al principio me alegré de que se cerrara el caso ya que me estaba afectando demasiado y no tenía la menor pista de nada. Pero meses después, el caso seguía abierto en mi sesera y ciertos hechos y la sensación de que no se había indagado lo suficiente me impulsaron a querer reabrirlo, encontrándome siempre con la frontal y tenaz negativa de Kojak. Tampoco tenía intención de tirar mi carrera por la borda ni por el finado ni por nadie. Bromas del destino, supongo.
Y aquí estaba de nuevo, un montón de años después, una pila de cadáveres después, después de todo, incluida yo misma, al otro lado de la línea telefónica con otro giro más de El Puto Caso del Siglo.
¿Pero por qué yo? Siempre supuse que me ocultaba alguna información relevante y esta llamada de ahora parecía confirmármelo. Pero, ¿espera que poniéndome el caramelo en los labios picaré y le llevaré el caso por prurito ex profesional? Está peor de lo que recordaba - pensé. Me debatía en el dilema de decirle lo que pensaba que podía hacer con el (****) informe Campoverde y el asunto entero y la curiosidad de averiguar por qué. ¿Por qué? ¿Por qué ahora, otra vez? Después de tantos años. ¿Por qué yo?
-El asesino ha vuelto a hacerlo y pensé que te interesaría echarle el guante. - Dijo lacónicamente después de unos segundos sin hablar. Miré de soslayo el calendario. Sí. Claro. Una nueva víctima. Era predecible, sí. Pero ya no era mi caso. Sabía que nunca se resolvería ni podríamos pararle y no me iba a dejar arrastrar otra vez por él. No. Otra vez, no.
Ya no pude contenerme más y exploté, ahora que alguien había palmado por no dejarme reabrir el caso en su día se sentía culpable y estaba dispuesto a bordear la legalidad para evitar más muertes en su haber. Hijo de la gran puta. Así podrás echarme la culpa si la cosa se tuerce, ¿verdad, capullo?
Siempre supe que el asesino volvería, quería seguir jugando con nosotros, no había terminado, no habíamos podido encontrarlo, ni conseguiríamos detenerlo. No teníamos nada. En todos los años que el caso estuvo abierto; nada. Pero él estaba claro que no iba a parar. Quería más. Quería seguir jugando con nosotros. Demostrarnos una y otra vez su superioridad. Éramos su público, vivía de nosotros, si no le alimentábamos intentado echarle el guante nos daba más carnaza. Había vuelto. Por supuesto. Nunca se fue. Y Kojak me necesitaba. Ahora. Después de lo que hizo. La sangre empezaba a hervirme. Mi paciencia estalló en mil pedazos. Mi boca empezó a escupir.
- ¡Hijo de la gran puta, me cago en todos los muertos y vivos del asesino y de tu puta madre, gordo seboso alopécico impotente maricón de mierda…! - creo que estuve un buen rato hilvanando maldiciones e insultos, Pero poco a poco mientras le gritaba un pensamiento se alojó en mi mente: ¿Pensó que yo? - ¡mal nacido de perra maloliente! -, seguí dejando salir la bilis acumulada durante tantos años soportándole. Pero mientras mi voz iba en una dirección, mi pensamiento ya recorría otro camino. Un peligroso sendero plagado de minas. ¿Por qué, a pesar de todo pensó que yo quizás aceptaría? -cabrón hipócrita… - pensó que podría aceptar. ¿Por qué? No encontraba ninguna razón que lo justificara, así que tuve que tragarme la media hora de insultos que hacía cola en mi garganta por salir y preguntarle.
...Capitán, ¿por qué pensó que yo?...
- Bueno ... - lo mato, juro que lo mato- ... yo ... este ... verás ... "Paquete'', quiero decir Carlos ...
¡No! ¡Dios bendito!, ¡Carlos no! ¡No, no, no! ¡Por favor, por favor, por favor, Carlos! No. ¡Carlos no!
-Carlos es la nueva víctima.
La realidad como una losa que me caía del techo, Kojak, mi absurda oficina, la vida entera empezó a resquebrajarse a mi alrededor. Podía ver las grietas avanzar por todas partes, desmoronándose sobre mí, oía el grito de mi propia vida derrumbándose como un enorme edifico de cristales, polvo, una oleada de polvo que me asfixiaba, el edificio hundiéndose a mis pies mientras mantenía el teléfono pegado a mi cara, sordo, inútil. El mundo que conocía, el que esperaba que pudiera llegar a ser, la vida entera, lanzada en una inercia imparable hacia un destino inconcebible de pronto se paró en seco. Estalló. Rompió las reglas y las creencias que había ido acumulando en mi equipaje. Una explosión cósmica enmudeció la voz de Kojak, la voz del mundo mismo. Lo imposible había suplantado cualquier otra realidad. No podía respirar. No podía pensar. Una sola palabra rebotaba en mi mente, en mi alma sin poder detenerse, golpeando cada víscera, cada recuerdo, toda esperanza: No, no, no, ¡no!, ¡NO!
¿Sabes cuando estás en medio de una puta pesadilla y sabes que lo estás y haces todo lo posible para despertar, pero sigues soñando? Pues peor. Porque sabía que no habría ya nunca despertar posible. Y que la vida se había vuelto otra cosa. Un estercolero inmundo donde la felicidad sólo sería ya cosa de los anuncios y las películas malas. Algo de mí murió con Carlos en ese instante en que el tiempo se detuvo para siempre.
Tardaría mucho tiempo más en aceptarlo y aprender a vivir con esta nueva vida en un mundo sin él donde ya sólo podría aspirar a sobrevivir. Nunca más a ser feliz. La vida como la había conocido tocó en ese instante a su fin.
Carlos.
Carlos Espada. La única persona en el mundo a quien podía considerar amigo… Podía…
Somoza siguió hablando, creo que dijo algo así como que sentía mucho su muerte y todo ese rollo que se sabía de memoria, que era una gran pérdida y que era consciente de lo unidos que estábamos o habíamos estado. Supongo que debió decir eso, no es que le oyera ya, pero le había oído tantas otras veces tras la caída de algún otro agente. Era su único don, decir unas palabritas póstumas. Consolar con su voz, Acompañar sonoramente a la familia, a los amigos huérfanos, a las parejas seccionadas. Pero quizás estuvo explicándome la alineación del Betis de la semana pasada o vete tú a saber qué. Yo estaba en otro sitio. Lejos, muy lejos, tres o cuatro años atrás.
El tiempo. Ese capricho incomprensible, esa ola ingobernable me revolcaba a un pasado angustioso, pero en el que Carlos aún existía. Quizás por eso dejé caer el teléfono y me dejé mecer por el oleaje.
Estaba semiinconsciente en algún sucio callejón de algún puerto marroquí, volví a sentir el asfixiante olor a gasoil quemado y a pescado podrido que me impedía respirar y volví a tener ganas de vomitar. Me esforzaba por no hacerlo, asustada y a la vez curiosa por ver si me saldría el kebab de aquella mañana por la boca o por el orificio que había parado de sangrar de mi estómago, mientras me entretenía intentando atrapar al vuelo las balas de colores que pasaban cantando arias de Puccini sobre mi cabeza y mi única obsesión era conseguir llevar acompasadamente el ritmo atronador de aquella fiesta rave al aire libre en que se había convertido mi fallida infiltración en la banda de los colombianos. No podía moverme, a causa del dolor, de las drogas, del miedo, de algún instinto de protección y que me hacía encogerme sobre mí misma como única medida aceptable. Las pocas luces del callejón y las que procedían del fuego cruzado de los miembros del cártel y las fuerzas del orden (recordé que me hizo mucha gracia pensar en la pasma mora como los agentes del orden) Las balas revoloteaban sobre mí como mariposas mientras me hablaban de paz y de poder descansar al fin, pero me impedían disfrutar del alegre concierto de un grifo que no paraba de gotear y que no podía distinguir dónde se escondía, imitando un xilofón con sus caprichosas y acompasadas notas acuosas que habían empezado a sonar al acabar el canto de algún cantante local en la radio de aquella ventana abierta que no paraba de mirarme con su cíclope ojo ciego y me sacaba la lengua una y otra vez. O puede que fuera sólo una sábana secándose.
Joder, aquello que me habían metido sí que era mierda de la buena y no la que vendían en las calles de este otro lado del estrecho. Me daba igual que me pegaran otro tiro o me llevaran volando en una alfombra mágica a recorrer el mundo. No sentía dolor alguno y sí unas ganas locas de reír. Sabía que no debía, no era profesional y no quería que toda esa panda común de machistas enfrentados entre sí por mí se pusiera de acuerdo en que las mujeres debían quedarse fregando platos y no cazando narcotraficantes en tierras de Alah.
Volví a sentir el calor húmedo y apestoso de aquel callejón mientras podía seguir oyendo en la lejanía a Kojak desde el silencio de mi despacho. Seguía alabando lo buen compañero que había sido Carlos. - ¿Tú me lo vas a contar a mí, hijo de perra? – Agarré con rabia el auricular mientras seguía soltando su retahíla de frases hechas y bondades del difunto, pero no conseguí llevármelo a la oreja y continuar con renovadas ansias mi lastre de insultos. Me quedé mirando la cicatriz de la mano derecha. Como aquella vez. Esperando volver a verte aparecer otra vez a través de sus dedos, vivo.
Mahler.
Volvía a ver la cara de Carlos a través de mi palma ensangrentada. La cerré, como entonces, intentando alejarle de la muerte. Pero ahora no lo conseguí. Inmune a las balas y sonriéndome. Ajeno a la lluvia de plomo a través de la cual deambulaba indiferente para rescatarme. Le vi andando muy despacio apareciendo entre la bruma, sonriente, feliz, alegre y despreocupado disparando distraídamente a diestro y siniestro, derribando a cada disparo a sicarios de la coca o a sicarios del hashis. Pero con sus ojos siempre buscando los míos. Volví a verlo hacerse gigante, ocupando todo el cielo, acunándome en sus brazos. Volvía a sentir todo el peso de su cuerpo sobre mí, al fin, después de tanto tiempo esperando ese momento, de tantas batallas juntos deseando que llegara al fin ese momento imaginario con el que había soñado tantas veces entre las sábanas de mi cuarto, a solas. Por fin era mío. Carlos. Has venido a por mí. Dijo algo que no pude entender en medio del ruido de disparos. Pero sus ojos me hablaban bien claro. Quería lo mismo que yo. Respiraba por mí. Por fin íbamos a dejar atrás las buenas formas y volcarnos plenamente en el otro. Nada importaba nada.






Hay mucho más. Pero esto no me deja meterle más caña-
Si alguien ha llegado hasta aquí estaría bien que lo dijese.

Y si alguien quiere más, que lo pida.

https://www.facebook.com/groups/826975362162704/
Avatar de Usuario
00151
Moderador
Mensajes: 1605
Registrado: Mié Feb 06, 2013 8:51 pm
Contactar:

Re: TOCATA Y FUGA DE LA TENIENTE ESCALI. Una novela de PEDRO G. GUIRAO

Mensaje por 00151 »

Gracias por compartirlo.
Imagen
Responder

Volver a “Preséntanos tu obra”