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Relato 46 - Corazón de acero
2023-09-17
Presentación
Los maltratos de su padre lo llevaron a tomar una terrible decisión. Esa mujer lo martirizaba y se lo recordaba todos los días.
Relato
La gente estupefacta con lo sucedido se arremolinaba en la acera. ¿Qué hacía en el suelo? Sentían escalofríos, era una escena nunca vista en esa zona. Él, era un hombre tranquilo que no molestaba, solo se sentaba en el escalón y colocaba su sombrero. El que le quería dar una moneda se la daba, y el que no, no. Lo que nadie se imaginó fue que el pordiosero se había estado alterando sobremanera con el paso de esa mujer, no soportaba aquel ruido: toc, toc, toc… Le martirizaba, golpeaba en su cerebro como un taladro de percusión. Se convertía en un tormento cada vez que transitaba por la acera. Él se preguntaba: «¿por qué tenía que pasar todos los días por el mismo sitio y castigarle de esa manera?» Se ponía las manos en la cabeza, tapándose los oídos, tratando de amortiguar el sonido, como hacía cuando pequeño, dentro del armario. El ruido le provocaba ganas de correr, trepar por las paredes y por el techo de su cuarto destartalado, cual rata despavorida. Le producía un estado de desesperación que creía no iba a poder controlar. Pensaba que llegaría el día en que la mataría. ¡¡La mataría!! No estaba dispuesto a cambiarse de barrio. Ese había sido su sitio de trabajo… o mendicidad, desde hacía muchos años. Unos escalones sucios hacia un sótano asqueroso, en un edificio abandonado y derruido, que por fortuna no tenía filtraciones en el techo y se mantenía seco. Era un hombre que aparentaba unos sesenta años, pero que no llegaba a los cincuenta. Si se observaba bien su cara, se veían unas hermosas facciones, eso sí, magulladas por el abandono. La barba parecía un matorral en invierno. El pelo castaño con canas entremezcladas, ni muy largo, ni muy corto; daba la impresión de que se lo cortaba con un cuchillo amellado, solo cuando le estorbaba en la cara. Usaba zapatos viejos y ropa en buen estado que alguien compasivo le regaló; o con alguna rotura; o ausencia de un botón, pero utilizable todavía. Se duchaba una vez a la semana, pero no emitía ningún hedor que provocara el rechazo de la gente. Pagaba una módica suma por eliminar el sucio de su cuerpo en los baños públicos más cercanos. La ropa sucia la amontonaba en su mochila para llevarla a la lavandería donde lo aceptaban; la lavaba y guardaba hasta su próxima postura. Otras veces la desechaba tirándola en un cubo de basura. Le alegraba pensar que nunca tendría que andar desnudo, que sería auxiliado por alguna persona con un gran corazón. Los vecinos lo conocían, saludaban con cariño y echaban sus monedas en el desgastado sombrero. Otras veces le obsequiaban comida. Era un desvalido que merecía cariño y comprensión. A duras penas sobrevivía con lo recibido a diario, pero era lo que tenía, le alcanzaba para algunas escasas comidas. Mientras se mantuviera en ese sitio no fallecería de inanición. Pasaba todo el día en la acera, solo se movía para lo indispensable; hasta temprano en la noche que se dirigía a su sitio de descanso, lo que consideraba su hogar. Dormía en el sótano de ese edificio en un colchón que alguien tiró a la calle y que cargó como un tesoro. También tenía una lámpara, de adorno, porque no había electricidad; una mesa y una silla, viejas, pero en perfecto estado. Allí en un pequeño estante, algo desvencijado, ordenaba sus pertenencias: su ropa, zapatos y algún objeto que le pareció curioso y llamativo para contemplar en sus momentos de ocio: un reloj de pared viejo que alguien tiró por falta de funcionamiento; un espejo que le servía para contemplarse cuando recibía algún rayo de luz, aunque no le gustara lo que viera: «qué avejentada era la imagen que le devolvía el humilde cristal». No obstante, tenía que aceptar que era él, y solo él. Desde hacía unos meses atrás, la mujer transitaba por esa acera todos los días, rumbo a su trabajo; cerca quedaba la parada del autobús que la llevaba hasta su destino. Vestía elegante, algunas veces con trajes de pantalón y chaqueta; otros con falda; en su mayoría de colores neutros y eso sí, siempre con zapatos de tacón muy alto, fuertes, con el corazón de acero. Era hermosa. Él admiraba su belleza, pero… Con cada paso que daba, el suelo retumbaba: …toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc… Ella, al dirigirse a su trabajo lo veía, sonreía deseándole buen día, se agachaba un poco y le lanzaba una moneda en el sombrero, nunca se olvidaba de hacerlo. La mujer era nueva en el barrio. Él jamás había tenido ese tormento. La mayoría de las personas que pasaban por ahí usaban zapatos deportivos que casi no se sentían; a lo mejor el trabajo que realizaban no ameritaba ir tan elegantes. Algunos hombres usaban calzados de piel, pero que tampoco hacían ese ruido tan espantoso. Y las mujeres, con zapatos de tacón bajo, que eran casi imperceptibles. ¡Solo ella tenía que hacer todo ese ruido! ¿Por qué tuvo que mudarse a su barrio? En su vida había visto muchos zapatos. Algunas veces se daba paseos por la ciudad. Además, de ver cómo se vestían las personas, observaba con atención las tiendas con una gran variedad de modelos, de diversos colores: rojos, amarillos, negros, marrones; con tacones y sin ellos; elegantes y deportivos; botas y botines. Pero nunca se imaginó que algún tipo de zapato lo atormentaría tanto como lo estaban haciendo los que exhibía aquella mujer. Cada vez que ella se aproximaba, él percibía una vibración que le estremecía el cuerpo: …toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc… Cuando se alejaba sentía un gran alivio, pero sabía que su angustia no desaparecería a corto plazo. Pasaría todos los días, menos sábados y domingos, tiempo en que él descansaba del tormento que producía su constante taconeo. Sin embargo, en dos o tres ocasiones también lo mortificó en fin de semana, a lo mejor trabajaba horas extras. Algunas noches, con desesperación, pensaba cómo deshacerse de aquel suplicio: «un día quizás le haga una zancadilla, o con algún palo que recoja en la calle la haga perder el equilibrio, caerá, se golpeará y me cogerá miedo, ¡resuelto!; ya no pasará por allí, cambiará de rumbo. También podría ser que la sorprenda y le ensucie su hermoso traje —se excitaba con solo imaginarlo— ¡Qué susto se dará! O le saldré de sopetón, y me interpondré como una muralla, por breves momentos. Por mi condición de mendigo, ella quedará asqueada, sentirá tanta repulsión que en lo sucesivo tomará otra ruta». Hasta que de pensarlo y pensarlo se quedaba dormido. Cuando se relajaba venían a su mente los terribles recuerdos de su niñez, que pronto se convertían en vívidas pesadillas. Su madre murió cuando tenía pocos años. Por fortuna era hijo único, o sea, solo él llegó a vivir la desgracia de su existencia, sin compartirla con otros seres queridos. Aun con el sufrimiento que lo abrumaba, consideraba una bendición no presenciar el maltrato a sus hermanos. Lo amaba, al fin era su padre, pero la muerte de su madre lo había destrozado, y sumido en un hoyo profundo, el alcoholismo, que lo llevó a la agresividad y a volverse irresponsable con su hijo, su única compañía. Ya no estaba ella que lo cuidara y protegiera. Creyó que él lo haría, por lo menos mantuvo esa esperanza por mucho tiempo. Sin embargo, lo odiaba. Llegaba borracho. Se convirtió en un maltratador. Él, muerto de miedo se escondía en un armario, su padre lo sabía y golpeaba la madera para asustarlo. Lo tocaba: toc, toc, toc, con el objetivo de que saliera y descargar su ira contra él. Un niño indefenso que no tenía culpa de la vida tan desgraciada de su progenitor, pero que de forma inmisericorde se empeñó en hacérsela insoportable a él también. A ese ser, que, sin haberlo solicitado, apareció en el momento más inoportuno de la vida de su madre. Un día decidió irse a la calle de donde ya no pudo salir más. Por fortuna, no heredó el alcoholismo de su padre, todo lo contrario, lo rechazaba. No tuvo la posibilidad de enfrentar las vicisitudes de la vida de la forma que hubiera querido: tener un hogar donde lo protegieran, estudios, trabajo… y en consecuencia se convirtió en lo que era, un mendigo. Muchas de sus vivencias infantiles habían quedado escondidas en su memoria, en gavetas bien cerradas; pero otras no, trataba de superarlas, no obstante, le era imposible, siempre lo martirizaban. Al día siguiente seguía con sus terribles pensamientos de cómo deshacerse del golpeteo que le atormentaba. Quería salirle al paso, agarrarla y batuquearla contra el suelo, ¿por qué tenía que producir ese ruido? Todas las personas, durante años, caminaban por allí y no causaban ese estruendo, que le hacía perder la paciencia. Niños corriendo, ancianos con bastón, hombres y mujeres que con prisa se dirigían a diferentes sitios, pero ella, ella era el monstruo que lo atormentaba. Se agarraba la cabeza, se tapaba los oídos cuando la oía venir. Se le hacía imposible dejar de sentir el martilleo en su cerebro, hasta que el ruido desaparecía a medida que se alejaba. Ella jamás se hubiese imaginado lo que le molestaba a él el golpeteo de sus zapatos. Lo veía con tristeza, pensaba: «¿Qué motivos llevaría a ese señor a ser un mendigo?». Y calmaba su angustia tirando una moneda en su sombrero. En algún momento que dispusiera de más tiempo le llevaría comida o ropa. Un día él no aguantó más, cuando comenzó a oír el ruido a lo lejos se fue exaltando. A medida que se acercaba no hacía más que pensar en acabar con ese tormento. Toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc. Saltó del escalón que le servía de asiento, como impulsado por un resorte y con un arrebato de furia incontrolado. En su cerebro solo pensaba acabar con ese hombre, autor de su desgraciada vida. Pero su padre ya no estaba, sino esa mujer que le hacía revivir el terror del maltrato. Se le fue encima y la golpeó. Ella espantada se sorprendió y trató de defenderse. Recordó un arma, que, sin serlo, era lo único sólido que llevaba encima, podía usarla para tal fin: ¡su calzado!; con un rápido y preciso movimiento como de jugador de fútbol, sacó el talón del zapato, levantó la pierna con fuerza, y con destreza y precisión lo lanzó hacia arriba agarrándolo con la mano. De inmediato, tomándolo por la parte delantera y con una fuerza descomunal, ocasionada por el espanto que le produjo la sorpresiva embestida del mendigo, se abalanzó sobre su persona y propinó un taconazo certero en la sien del atacante. Nunca se hubiera imaginado que un golpe como ese pudiera atravesarle el cráneo. Un bello artefacto creado para caminar de forma elegante… convertido en un arma letal. El tacón era de madera, muy delgado, pero reforzado con una vara de acero en su parte interna. Ella desconocía que los zapatos pudieran tener en su interior esa varilla de metal. ¿Quién iba a sospechar que dentro de esa pieza podía haber algo tan punzante? El atacante, asombrado, fijó su mirada en los ojos de ella, imaginando la figura de su aterrador padre. Se tambaleó y desplomó de inmediato al suelo. Un hilo de sangre surcaba el cuero cabelludo. El zapato, cual extravagante tocado femenino permanecía clavado a su cabeza. ¡Por fin su padre había acabado con la vida de su hijo! Como un riachuelo que de repente aumenta su caudal de forma tormentosa ocasionada por la pertinaz lluvia, en él, el taconeo desató ese violento ataque que lo condujo a sufrir las consecuencias de su desgraciada niñez. La mujer no podía creerlo, se defendió del atacante con mucha destreza, pero ahora se sentía abrumada. ¿Qué había hecho? ¡Por Dios! ¿Lo mató? Su intención no fue herirlo, solo actuó de forma automática y en defensa propia. Él no tenía por qué haberse abalanzado así de esa forma tan intempestiva. Le extrañaba que una persona tan pacífica como él actuara con esa agresividad contra su persona, que no le había hecho nada, sino ayudar, dándole unas monedas todos los días. Ella nunca se hubiera imaginado que el ruido producido por sus zapatos al caminar le recordaba los maltratos de su progenitor. Quedó tendido en el suelo. Con sorpresa ella vio cómo fluía la sangre de su cabeza. No sabía si yacía vivo o muerto, no se atrevía a tocarle. Se sentía aterrada. ¿Cómo podía haber sucedido eso y por qué? Trataba de pensar, pero… no recordaba con claridad lo acontecido, ¡todo fue tan rápido! ¿Por qué él la atacó de esa forma tan inaudita? ¡Si solo lo había ayudado! Nerviosa, caminaba de un lado a otro colocándose las manos en la cabeza y exclamando: ¡¡Pobre hombre!! ¡¡Pobre hombre!!
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Fecha Publicación
Valoración Relato
2023-09-17 19:28:55
2
Comentario
Relato con ínfulas psicológicas que no termina de resolverse. El final abierto tampoco ayuda. Todo parece muy exagerado y no se produce empartía con los personajes como para solidarizarse o compadecerse. El sato de primeras personas entre ambos protagonistas confunde. Es un intento bien intencionado, pero en una anécdota corta e incompleta-
Fecha Publicación
Valoración Relato
2023-09-19 20:47:31
4
Comentario
Tienes una prosa rica y buena forma de narrar, sin embargo la estructura del relato no me convence: insistes demasiado en la idea central sin necesidad; con unas simples pinceladas quedaría claro que el tipo está traumatizado por la historia de su infancia. El cambio de punto de vista final no me aporta nada y confunde un poco. No creo que hubiera necesidad de hacerlo.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2023-09-20 20:09:47
5
Comentario
El relato está bien escrito, sin demasiados fallos. La historia no está mal, le falta algo de emoción al final para mi gusto. Me resultó un poco molesto tanto “toc”. Gracias por el cuento autor, te deseo la mejor de las suertes.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2023-09-24 17:45:18
5
Comentario
Autor /a. Una triste historia la qué nos presentas en la que das pie a reflexionar sobre motivos de forma de vida y conductas humanas. Tu relato se lee con atención a pesar de que podrías reducirlo y conseguir la esencia de la historia, el lector, como observador mudo, forma parte de ella y no necesita detalles que puede imaginar. Me ha faltado un cierre más contundente. ¡Suerte!
Fecha Publicación
Valoración Relato
2023-09-26 15:14:22
3
Comentario
Gracias al autor o autora por su tiempo y su imaginación. El trauma, la desesperación y la miseria como caldo de cultivo para la locura a través de un suceso entre un mendigo y una señora con tacones ruidosos. Me ha gustado la idea y la estructuración, daría para un corto de cine interesante, no así la poca naturalidad de la expresión y la manera de contar la historia. Existen errores que una corrección ortotipográfica habría solucionado, como algún problema de mayúsculas, unos cuantos errores de puntuación, comillas sin sentido (las de «qué avejentada era la imagen que le devolvía el humilde cristal»), comillas que faltan (justo al final), etc. Asimismo, una corrección de estilo habría dado solución a diversos problemas, como expresiones mejorables o redundantes (como "Desde hacía unos meses atrás"), errores de concordancia (como "¿Qué motivos llevaría"), problemas con verbos (como "pudiera/podría atravesarle el cráneo"), etc. El texto se ve revisado y con cierto grado de corrección, eso está bien, pero el aspecto lingüístico tiene bastante margen de mejora. Habría puntuado más alto si esto hubiera estado más cuidado.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2023-10-05 21:23:18
8
Comentario
Gracias al autor/a y suerte. Relato muy bien escrito que muestra la influencia y fuerza que tienen los maltratos, cuando se es un niño, en la edad adulta. Buena asociación en la cabeza la que tiene el protagonista, que al escuchar un sonido que le recuerda a otro, que iba seguido de cosas malas en su infancia, le revuelve todo por dentro, desquiciándole hasta un punto tremendo. Es paradójico también que al final, el objeto de esa desesperación que siente ahora, sea el que es utilizado para agredirle a él.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2023-11-08 20:19:33
6
Comentario
Me ha gustado la idea, el trauma del pordiosero que asocia con el taconeo y como estalla al final con sus consecuencias. La forma de relatarlo me parece algo fría, impersonal, aunque se lee fácilmente.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2023-11-22 08:40:38
6
Comentario
Interesante relato sobre salud mental. En general, me ha parecido un buen relato pero que peca de frialdad. Yo esperaba más pasión. Además, acaba siendo algo repetitivo en su construcción. Por otro lado, la mujer podrí a tener más profundidad. Mucha suerte, autor/a
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