Relato 005- Por Un Puñado De Vitaminas

Por un puñado de vitaminas

 

La furgoneta se encontraba aparcada en una explanada cerca de la zona portuaria. Charles y Rodney habían untado al vigilante jurado para disponer de un poco de intimidad y evitar la presencia de ojos indiscretos. La noche, llena de nubes que tapaban a la luna, facilitaba que su presencia pudiera pasar inadvertida.

Charles paseaba nervioso delante de la furgoneta, yendo y viniendo en un circuito de apenas cinco metros. Rodney, apoyado en la furgoneta, mascaba chicle con despreocupación.

-¿Quieres tranquilizarte?

-¡Es superior a mí!-Charles miraba con nerviosismo a la carretera de acceso, por donde tendría que llegar su contacto-Sabes que nos la estamos jugando. O cerramos el negocio hoy o estamos perdidos.

-A ver, tío, déjame explicártelo otra vez-Las manos de Rodney salieron del abrigo y comenzaron a moverse, acompañando con un gesto cada una de sus frases-Uno: nos reunimos con los japoneses; dos: hacemos el intercambio y recibimos una pasta; tres: salimos del país y cambiamos nuestra identidad en un paraíso del lejano oriente.

-Cuando lo explicas tú suena muy fácil, pero yo no veo más que problemas-El rostro bovino de Charles se puso a temblar- ¿Y si no les convence la mercancía? ¿Y si deciden no pagarnos y tomarla por la fuerza? ¿Y si la Agencia nos localiza y nos coge?

-Todo eso son riesgos que ya conocíamos ¿O es que quieres seguir toda la vida malviviendo en las calles de Boston?

Los hombros de Charles se hundieron de repente, cuando exhaló profundamente. Su mirada parecía abatida a los ojos de su amigo.

-No sé. Aún tengo veinte años y estoy bastante sano, por lo que con suerte aún me queda la mitad de mi vida por delante.

Rodney se apartó de la furgoneta y se dirigió hacia su amigo.

-Todo eso si no pillas el escorbuto o una cosa peor. Si no tienes donde caerte muerto, ¿cómo vas a conseguir los complementos necesarios?

-No sé. Podría buscar trabajo. Mi hermana trabaja en una de las factorías de Boston.

-A la sociedad de hoy le sobran trabajadores no cualificados. Además, ¿crees tú que los trabajadores de las factorías viven mejor que tú? Sí, ellos reciben su complemento regularmente, pero a cambio tienen que trabajar doce horas al día o más-Rodney apoyó la mano en el hombro de su amigo- Eso no es vida, y lo sabes. Tostarse en Tailandia mientras bebes zumo de mango sí que lo es.

-La verdad es que me vendría bien algo de Sol- La piel de Charles tenía un tono ceniciento, típico de los vecinos de Mattapan. Las emisiones de Necco Candy, la fábrica de golosinas, hacían que el ambiente estuviese cargado siempre de una nube de polvo que daba al lugar un ambiente oscuro y deprimente. Los vecinos de este barrio, muchos de ellos trabajadores en la fábrica, no se quejaban, pero a menudo sufrían graves problemas por la falta de vitamina D.

Charles se había criado en Mattapan, y por ello mostraba algunos síntomas típicos del raquitismo. Sus piernas, torcidas, formaban un arco pronunciado. El esternón sobresalía de su pecho, formando lo que los expertos denominaban “pecho de paloma”. Sus pocos dientes sobresalían de las encías, dándole un aspecto ligeramente equino al conjunto de su cara.

La naturaleza se había portado mejor con Rodney. Más alto que su amigo, a diferencia de él aún conservaba todo el pelo, aunque se veía quebradizo y débil. Sus brazos mantenían la musculatura que había conseguido durante los años en los que trabajó como operario en Necco Candy. Durante esos años el suministro regular de complementos vitamínicos por parte de la empresa le había permitido conservar su salud, aunque finalmente unos incidentes con el capataz habían hecho que lo despidieran. Desde entonces, Rodney repetía sin cesar que la vida en la factoría no era vida.

Las horas pasaban y el cliente no llegaba. La sirena de cambio de turno de la fábrica les hizo saber que ya habían alcanzado las seis de la mañana.

-Se retrasan. ¡Maldita sea!

Rodney acababa de cerrar la puerta trasera de la furgoneta.

-Espero que no tarden mucho, porque lo de dentro no aguantará mucho más.

-Espera-La mano de Charles se levantó y señaló hacia la entrada del aparcamiento-Alguien viene.

-Seguro que son ellos. Prepárate- Rodney entregó un revolver a su amigo, apretándolo con fuerza contra su mano abierta-Recuerda. Mantén la calma. No queremos que esto acabe en una masacre.

Una furgoneta de color negro se aproximaba hacia ellos. Charles la había visto en la televisión hacía pocos días. Se trataba de uno de los nuevos modelos de Honda, equipado con los últimos avances. El anuncio mostraba a una exótica mujer de aspecto oriental, paseando por una jungla de aspecto bucólico. Mientras la furgoneta avanzaba, elefantes y rinocerontes se asomaban a la carretera para verla avanzar.

El vehículo se aproximó lentamente y se detuvo a cinco metros de ellos. De la puerta del piloto salió un tipo trajeado con rasgos orientales, que se dispuso a abrir la del copiloto. Salió un enorme individuo enfundado en un caro traje oscuro (a Charles le recordaba al personaje de un antiguo videojuego de lucha). Conforme el enorme japonés se acercaba, Rodney pudo ver cómo de la parte trasera de la furgoneta salían dos hombres más, enfundados en lujosos trajes y armados con subfusiles.

El gigante asiático se detuvo a un par de metros de ellos, y se inclinó levemente haciendo una reverencia. Un tatuaje con motivos yakuza surgía del cuello de su camisa para extenderse por debajo de su barbilla. Por detrás de él su lugarteniente mantenía los brazos cruzados por detrás de la espalda.

-Kon ban wa, queridos amigos-La voz del mafioso sonaba extrañamente suave y delicada, en contraste con su formidable apariencia. No era habitual ver gente con sobrepeso en Boston, y mucho menos en Mattapan-Mi nombre es Akira Otomo, y vengo aquí con autorización para negociar con ustedes.

Charles trató de articular palabra, pero fue Rodney el que tomo la iniciativa.

-¿Os han contado qué es lo que queremos vender?

-Por supuesto. Mis superiores se han mostrado un tanto escépticos con su oferta, pero si de verdad lo que ofrecen es lo que dicen, estamos seguros de que podremos llegar a un acuerdo beneficioso para ambos.

-Mi madre me enseñó a no mentir nunca-dijo Rodney con socarronería-¿Queréis echar un vistazo a la mercancía?

-No estaría aquí si no fuera por eso.

Rodney ladeó la cabeza y dijo a su amigo:

-Charles, acompáñale a la puerta de la furgoneta y enséñale a nuestro amigo.

Después de asentir levemente, el enorme japonés acompañó a Charles. El otro mafioso permaneció frente a Rodney, impasible.

Cuando se abrió la puerta pudo verse la valiosa carga. Chapoteando en un gran recipiente de metacrilato podía verse a un gran pez. Era ovalado, más grande que una persona corriente, con una aleta curvada de aspecto peligroso en su parte superior. Sus ojos, grandes e inexpresivos, parecían mirar a Charles en actitud de súplica.

El japonés se asomó al interior de la furgoneta y echó un vistazo detallado al pez, con ayuda de una pequeña linterna que sacó de su bolsillo. La enorme masa del pez, recubierta con pequeñas y brillantes escamas, refulgió ante la luz dando la impresión de tratarse de una joya. Las pupilas del animal, enmarcada en aquellos enormes ojos planos, se contrajeron en un reflejo involuntario. Al cabo de unos instantes, el mafioso se retiró y volvió a dirigirse al punto original. Charles se apresuró a cerrar la furgoneta.

-Ya lo has visto-dijo Rodney aparentando seguridad-El último atún rojo del planeta. Con esto podéis hacer una buena sopa.

-Lo que hagamos con él no es asunto suyo-dijo el gordo con rotundidad-Parece bastante deteriorado. ¿De dónde lo han sacado?

-Creo que tampoco es asunto suyo-respondió Rodney. Charles pudo notar como su voz comenzaba a temblar. Además, algunas perlas de sudor comenzaban a poblar su frente-¿Podemos hablar de su precio?

-Es justo. Mis superiores están dispuestos a ofrecer un millón de yenes al contado, así como un suministro vitamínico de por vida para ti y tu amigo.

-¿En qué formato?

-Veinte kilos de naranjas y limones al mes. Una parcela para el cultivo de hortalizas en una zona remota, a salvo de la nube radioactiva.

Una gran sonrisa se formó en la cara de Charles. Sin embargo, no se atrevió a decir nada. Rodney era la cabeza pensante, y no quería que su estupidez diera al traste con la venta de sus vidas.

-¿Habéis traído parte por adelantado?

-Por supuesto. Somos gente seria.

El enorme hombretón levantó una mano y su lugarteniente abandonó su postura para dirigirse hacia la furgoneta. Al cabo de un rato salió con un maletín de imitación de cuero negro con aspecto ostentoso, que puso en las manos de su jefe.

Por favor, comprueba si el pago es suficiente y de tu gusto-dijo el japonés, al tiempo que colocaba el maletín en posición horizontal, con el cierre apuntando hacia Rodney- Si estás de acuerdo, el resto lo recibiréis de acuerdo a vuestras indicaciones.

Rodney colocó su revolver dentro de sus pantalones y se dispuso a abrir el cierre cromado. Un sonoro chasquido retumbó en la zona. Al abrir el maletín, un fuerte fogonazo iluminó todo el aparcamiento. Charles vio cómo su amigo caía al suelo instantáneamente. Para cuando quiso reaccionar, los dos individuos trajeados junto a la furgoneta le apuntaban con sus pistolas y se dirigían a él gritando.

-¡Coloca el arma donde podamos verla, levanta las manos, y tírate al suelo!

-Charles estaba aún anonadado, pero lentamente fue respondiendo a los gritos. Depositó su arma con suavidad en el suelo y levantó las manos poco a poco. Mientras tanto, el gordinflón y su compañero se apresuraban a esposar a su amigo, que permanecía aturdido en el suelo.

-Quedas detenido en nombre de la Agencia Internacional para la Protección de los Ecosistemas-Las esposas se cerraron alrededor de la muñeca de Rodney, sin que apenas ofreciera resistencia-Se te acusa de robo y tráfico de especies únicas y maltrato animal.

-La has cagado, listillo-la voz del gordo sonaba ahora llena de desprecio e ira-Has estado a punto de acabar con la única posibilidad de repoblar los bancos de peces del planeta. Eso se paga con la pena capital.

Uno de los otros agentes se acercó a Charles y, mientras le esposaba, repitió el discurso del gordo.

-¿Qué nos va a pasar?-dijo Charles con miedo. Había oído hablar de la dureza de los agentes de la AIPE.

-Comprometer especies protegidas está duramente penado por la ley-El agente hablaba despacio, tratando de explicar la situación de forma que Charles pudiera llegar a entenderlo-El Tratado de Montevideo estableció que las reservas de ADN animal debían perpetuarse a cualquier costa, incluso a costa de las vidas humanas.

-O sea, ¿somos menos importantes que ese pez?-Charles estaba tratando de digerir la información.

-Mucho me temo que sí. Hemos llegado a un punto en el que ese pez supone más para el futuro que tú mismo. Es el último de su especie, y uno de los pocos peces que quedan con vida en el planeta. Los científicos aún están trabajando en complejos programas de cría que permitan repoblar el planeta.

Rodney avanzaba tambaleándose hacia la furgoneta de los agentes, guiado por uno de los ellos. El agente que hablaba con Charles también le guiaba hasta el vehículo.

-Yo solo quería una vida mejor-suspiró Charles en voz alta-Pasar el resto de mi vida tumbado al sol y bebiendo zumo de mango en una playa del sudeste asiático.

-Eso queremos todos-dijo el agente mientras empujaba al detenido al interior de la furgoneta-Pero es algo imposible. No quedan mangos, el Sol está tapado por enormes nubes de polvo, y apenas quedan playas sin contaminar. Ese pez que habéis robado, junto con otros ejemplares únicos, son la única esperanza para el planeta.

El agente entró en el habitáculo de la furgoneta y cerró la puerta. Su compañero, al volante, sacó una sirena portátil que acopló al techo del vehículo. Los otros dos agentes tomaron los mandos del vehículo que contenía al pez que, ajeno a todo, seguía chapoteando en su pecera. Pronto el aullido de la sirena se perdió en la lejanía, dejando el aparcamiento nuevamente en silencio.

 

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